LA CIUDAD DE LOS CIUDADANOS

Los ciudadanos de la Antigua Roma que sufrían los saqueos de los pueblos germanos en los últimos años antes del hundimiento acusaron al Cristianismo de ser la causa de sus males, de la debilidad del Estado incapaz de proteger la seguridad de los bienes y personas, lo que no sería raro pues la nueva religión que había dado la espalda a los viejos dioses predicaba el amor entre los hombres hermanos e iguales. Agustín de Hipona escribió La ciudad de Dios donde respondía que el hombre debía amar la verdadera ciudad que era la celestial despreciando la ciudad terrenal incluso aunque ésta fuera la capital eterna del Lacio. Lo que se resumía en un lema bien firme: Los hombres deben amar a Dios hasta el desprecio de sí mismos. 

Hoy, los actores han cambiado, pero las ideas me siguen pareciendo absolutamente actuales a riesgo de parecer exagerado. Los vándalos ya no son los germanos que una y otra vez penetraban intra muros para arrebatar riquezas y destruir vidas, ahora los que van socavando la ciudad con mucha menos violencia y saña, afortunadamente, pero con la misma voracidad que antaño son las oligarquías que nos dirigen y malgobiernan. Parafraseando a Agustín de Hipona nuestros hombres fuertes de la polis aman sus cuentas y sus negociados hasta el desprecio de la ciudad que dicen gobernar y defender.

El saqueo es silencioso pero permanente. Si ciudadanos respetables de esta ciudad se presentaran con una candidatura alternativa no me cabe duda que saldrían elegidos con una mayoría amplia incluso sabedores todos de que difícilmente podrían escapar a las redes que aprisionan el espacio común que compartimos. Ya no se trata de detener el latrocinio sino acaso tan sólo pedir un poco de piedad. Y a buen seguro que ciudadanos independientes harían cosas bien sencillas que frenasen la acumulación de señales inútiles, la proliferación de anuncios publicitarios en todos los rincones, la venta del espacio público, el crecimiento insostenible arruinando vegas y huertas, el alza del precio de los servicios ante la ruina de la gestión con el único fin del beneficio propio.

Los que habitamos la inmortal ciudad de Caesar Augusta no la vemos tan vapuleada día a día como para  no esperar al día siguiente una sorpresa más desagradable. Indigna pensar que como Atila allí donde pisa hoy nuestro gobierno no crece ni la hierba ni ningún servicio social ni público. Podemos hablar de todo, de lo grande o de lo minúsculo, de cómo una estatua está sucia, pintada, manchada, o de cómo un edificio nuevo se está construyendo para nada, podemos hablar de un cartel gigante que anuncia un centro comercial en la acera de un paseo cuyos árboles enfermos y mal regados asisten impávidos ante un edificio vanguardista y mamotrético aunque vacío, construido también hasta el desprecio del escultor que decían honrar.

Si aún podemos ver en el parque una fuente aunque seca y despreciada de homenaje y recuerdo al concejal que creó la red de alcantarillado de Zaragoza, el Doctor Cerrada, y no es preciso recordar cómo Londres agradeció a los utilitaristas que supieran hacer ver que había que coger el agua de boca del Támesis aguas arriba, y no después de los vertidos, y cómo agradecemos más recientemente que la niebla de Londres se haya disipado misteriosamente desde que se cerraron las tres centrales térmicas que jalonan su cauce hoy convertidas en museo o en icono de la estulticia, del mismo modo no olvidaremos nunca otros hechos, otros nombres. Pues no es sólo el tifus o el cáncer de pulmón. Estos césares sin alma que poseen ínsulas en otras ciudades o en otros países a los que emigrarán después de haber esquilmado nuestra ciudad terrenal no cruzarán el Estigio ni se olvidará la memoria de sus obras. Todo el peso de la infamia les será guardado durante muchos años. También a Agustín de Hipona le debemos que diera a luz la Filosofía de la Historia y esta disciplina se crea desde la seguridad de que todo retorna efectivamente, todo se repite, pero esta repetición se hace dentro de la línea ilimitada del tiempo Aion, eterna, inacabable. Si han quedado para siempre en la historia de la infamia el incendio de la ciudad para ampliar su domus de Nerón o la ignonimia de Calígula que nombró a su caballo cónsul, del mismo modo sub specie aeternitatis estos hombres que han saqueado la ciudad serán recordados hasta el desprecio de nosotros que sentiremos vergüenza de haber sido conciudadanos suyos, por siempre.

MOTOR INMÓVIL

  Es el cormorán una especie adaptada al mar dónde pesca buceando y capturando los peces en los    fondos marinos. Siglos de adaptación han hecho de este ser un perfecto asesino, un pescador de lujo  que en apnea persigue a su alimento y le da alcance y lo sube a la roca; y al sol se acicala y se seca mirando al horizonte. Es un milagro como el de la mangosta que ha desarrollado inmunidad contra el veneno del escorpión. En la batalla de las especies, en la lucha por la vida, el I+D se juega al todo o nada, no hay tiempo para escatimar esfuerzos, aunque a veces el ir de farol, el empuje, la valentía,   permiten sobrevivir.

  La naturaleza se expresa en una amalgama de formas que son la causa de su propia supervivencia, su consistencia pasa por un período de pruebas que no tiene segunda oportunidad. ¿Ha escapado el hombre de esta ley? ¿Ha desarrollado el hombre una cultura que sustituye en su contenido moral la cruda y simple ley de la Vida? En la polis dice Aristóteles el hombre es capaz de pensar la justicia, de esperar a los que no pueden correr, de repartir las tareas, de poseer tiempo de ocio para recrearnos en el tiempo y en sus días. Al menos ese parecía el designio de las sociedades de occidente, liberar los esclavos, hermanarnos en dignidad.

  Los animales se mueven por su instinto y en sus sucesivas generaciones logran adaptarse al territorio como si hubiera un plan preconcebido, una finalidad a alcanzar, una cuenta de resultados que obtener. Lo que mueve al mundo es un destino que puede ser un principio de retorno también, lo que mueve es lo que atrae, como el vértigo, como si fuera la muerte misma la que estuviera llamando con sus cantos de sirena a los hombres de Ulises. El empeño del cormorán por batir al pez, de superar la eléctrica figura de la presa con una silueta que se estiliza siglo tras siglo, con un pico que se estira más y más, ese movimiento de perfección, de actualización, es signo de la misma ley de la vida que debería guiar al hombre a ser más eficaz, a la excelencia, al dominio, a la maestría de sí mismo, al cuidado de sí y de los demás, a contaminar menos, a desplegar mejor sus necesidades, a alcanzar una conciencia cada vez más intensa, más abierta, más cerca de lo imposible, de lo ininteligible. Esta fuerza que es divina, dionisíaca, que no es del individuo ni de su familia, radicada en la polis, en los equipos de investigación, en los procesos que duran siglos, es el motor que nos acerca a vivir más y mejor, a comprender más diferencias, a desplegarlas en armonías, a hacer que suene mejor, con más fuerza y más armonía la música del mundo.


  No sé el final, porque no conozco el principio, porque no soy el Hombre, nadie somos el hombre ni tan siquiera Hegel. El destino de la especie está escrito en sus posibilidades, yace en la potencia oculta (no sabemos qué puede un cuerpo) tanto más que en sus conexiones con otros elementos y con otros seres. Quizás todo esto no ha hecho más que empezar: la inmunidad de la mangosta, la velocidad y ligereza del cormorán, la defensa fabril del hongo, la gimnasia de la ameba: Todo esto y tanto más, por aprender y alcanzar. Y no hay vuelta atrás, no son los retornos parciales de una nación hitos de la Historia, que ahora nosotros estemos perdiendo moralidad, solidaridad, que estemos volviendo a la imitación muda y pueril de lo natural es simplemente una anécdota en el devenir del Hombre. Cuál sea éste? No lo sé pero puedo prever, puedo visionar que el acto puro al que tendemos es un principio para otro mundo, para otro ser, para un Hombre de conciencia que haga retornar mil juegos con la alegría del saberse maestro de la naturaleza. Il Faut croire au Monde: Hoy es más preciso que nunca tener fe en el mundo, en el Hombre o (sive) en la Naturaleza.
RELATOS DE LA DIFERENCIA

Yo soy OTRO: LE JE EST UN AUTRE.

Todo el mundo está en mí. Nadie lo puede comprender, apenas yo mismo, suena pretencioso y quizás ridículo, pero qué palabras emplearía si puedo aplicarlas todas y ninguna me nombra pues me siento ancho como el mar. Podría explicarlo recordando un cuento cuyo personaje contenía en su memoria todas las formas del Universo pero el cuento, aquel personaje, su lectura misma eran yo, es más a medida que leía aquel maravilloso cuento yo miraba hacia dentro prediciendo todas sus palabras como en una canción aprendida. 


A veces ser los otros me causa innumerables problemas puesto que interrumpo las locuciones de los demás y me acusan de no escucharles, de quererlos mal y entonces solo puedo sonreír amargamente. A menudo como quien escucha el roce de las uñas sobre los trastes me anticipo a los razonamientos que me exponen,  a los miles de pasos que levantan las escaleras de réplicas y contrarreplicas posibles, observo como se despliega el rosario anudado al antes en la línea de cuadros del gambito de dama. Otras veces callo, no digo nada y dejo que el silencio sea mi voz, y entonces no tengo forma y soy abanicos de arco iris.


Algunos creen que soy un individuo muy aburrido incluso ignorante y es cierto porque nada sé. En ocasiones leo de los fondos oscuros de las bibliotecas historias lejanas de informaciones dudosas, que hablan de mundos de locura, y absorto pienso donde estoy, y saco los dados y juego con ellos esperando que el alba aparezca tras mi ventana, e imagino los miles de ventanas y los miles de amaneceres entrevistos por los hombres. 

Entonces se que estoy sólo y comprendo que soy solo un espejo razonable, una pizarra de cera que choca contra el frío del norte. Entonces se también que nadie morirá conmigo, que me iré en silencio con las lunas clavadas sobre mis ojos y los miles de destinos atrapados en el último acorde de la danza, que en la muerte, que también soy, seré siempre todo y muerte bajo la lluvia, todo y nada para siempre bajo las lágrimas. 

De consolatione

    El Rey Ostrogodo Teodorico pactó con su enemigo el emperador Odoacro, que había sido lugarteniente de Atila, poner fin al asedio de Ravenna a cambio de repartirse el imperio occidental de Roma. En el banquete de paz lo acuchilló con sus propias manos y después quitó le la vida a su mujer y a sus dos hijos. Este sujeto, Teodorico, reinó durante décadas aunque poniendo en su contra a Zenón rey de Constantinopla que azuzó a los galos para que acabasen con él. Boecio es un romano, miembro de una prestigiosa familia patricia que ha dado un Papa y dos Emperadores, que va a ser nombrado por Teodorico para sucesivos cargos de administración en la ciudad de Roma, que ya no es la capital, lo que desempeñó con acierto y discreción lo que le elevó a ocupar un puesto similar al de ministro de interior. Sin embargo la verdadera afición de Boecio, su verdadera preocupación fue siempre la cultura anterior clásica que se empeña en rescatar del olvido, organiza el Trivium y el Cuadrivium, y traduce al latín los diálogos de Platón y los textos aristotélicos que Sila en Roma poseía salvados in extremis de la quema de la Biblioteca de Alejandría. Después de una carrera pública ejemplar el infame Teodorico, para apaciguar una amenaza de Zenón, ordena de forma totalmente arbitraria e injustificada la muerte de Boecio y de otros ministros.


    Boecio en la cárcel se sabe condenado a muerte y escribe el diálogo entre él y la Filosofía, personaje alegórico femenino que se le aparece para aclararle el problema del destino, de por qué los malvados logran recompensa y los justos no. Filosofía intenta suavizar su aflicción demostrándole que la verdadera felicidad consiste en el desprecio de los bienes de este mundo y en la posesión de un bien imperecedero, que coincide con la Fortuna universal que gobierna todas las cosas. 


  Todos somos Boecio, todos estamos condenados a morir; y todos necesitamos de la Consolatio de la Filosofía ante los reveses de la fortuna. Nuestra sociedad de la Queja y del espectáculo de la queja, que además vive de espaldas a la consideración del hombre como un ente finito e imperfecto, ha construido un enorme paraguas donde dibuja el Mito del Progreso Indefinido del Hombre o su esperanza en la resurreción de entre los muertos. Y el más mínimo revés nos hace sentirnos injustamente tratados por la vida. Anteponemos la razón y desconocemos la necesidad, nos obsesionamos por el control y nos horroriza la ocasión o la apertura. Si miramos atrás en la historia, la vida de Boecio es una más de entre los miles de hombres que han sufrido en sus carnes la injusticia, que han perdido la vida no por una enfermedad sino por una decisión dictada por la Justicia del Tirano, sobran los casos: ya por la agonía de la democracia de Atenas como Sócrates, Oscar Wilde apresado por la justicia de los bien pensantes, ya Giordano Bruno y la Inquisición, ya Hipatia apedreada por los monjes parabólicos, o F. Dostoyevski envuelto en una trama y exiliado a Siberia por la Teodicea del Zar de Rusia.

    Evidentemente la vida es un proceso de demolición como bien escribió Fitzgerald y nuestros ideales se consumen lentamente a medida que los simulacros ascienden hasta la superficie y lo inundan todo. Todo el reino de la Idea ha caído suplantado por la tiranía del Poder que hace pasar los crímenes por golpes necesarios de la Fortuna. Es un Nomos corrompido y disuelto (en falacias y ambivalencias donde nada quiere decir lo que debe decir) por este submundo de simulacros, de seres casi únicamente materiales, estrictamente moleculares, que de la palabra sólo captan lo literal, que de la representación sólo acogen el aquí y el ahora del gusano, que no conciben más proyecto que la autosatisfacción de los instintos. 
Lo que es de la Naturaleza es de la misma, el reino de la fisis con sus fuerzas y leyes resulta siempre paradójico, absurdo, inocente y cruel al mismo tiempo. Pero la ciudad que construye el animal fracasado que es el hombre en el claro del bosque pertenece a otro reino, al de la Idea, al del Sentido, y en él se puede enderezar la curva natural hasta lograr una casi recta perfecta, se puede suscribir el protocolo casi ideal para el Amor, la Justicia, la Paz. Si existe la ciudad y el Nomos es porque se separa completamente diferenciándose de la Selva y de la Fisis. Conviene entender esta regla misma del ser de la ciudad: el caracter Ideal y por tanto la consideración del Hombre no como una suma de deseos que comprar sino como un espejo de las Ideas, la geometría proporcional que exige frente a los empujones de los intereses y las manías, el desborde de lo individual por el sentido de la Polis. 

    Las dificultades son enormes: desde dentro por el caracter vivo de todo sistema incluido el de una legislación o un conjunto de reglas sobre la vida que obliga a poner permanentemente todo en cuestión una y otra vez, a modificar las definiciones y a alterar los cierres categoriales, lo que sólo se consigue si se es un poeta, si se dispone de una legión de poetas legislando la ciudad, lo que dista mucho de los gestores nuestros que evalúan todo por el pragmatismo de los resultados y de las consecuencias. Hay más peligros, los sofistas embaucadores que falsifican todos los códigos, pero también los derrotistas del sino, que confunden la fisis y su necesidad con la Justicia, que aceptan la muerte de la Idea como si esta fuera dictada por la Naturaleza y no por la Tiranía.

La línea del Afuera




Me he preguntado por el empecinamiento de Giordano Bruno en defender unas posiciones tan aventuradas como la reencarnación o la eternidad del Universo que le conducen hasta su muerte en el Campo dei Fiori aun cuando aquel mismo día aún intentan sus justicieros que se retracte y según cuenta Attali incluso en el momento casi final que se encuentra ya atormentado por el fuego y el humo asfixiante rechaza una cruz que le tiende el Verdugo. Hay en Giordano Bruno una determinación final por la muerte que viene a cerrar una vida llena de contratiempos y dificultades por ir contracorriente de la rígida cultura eclesiástica que impera en todo el siglo XVI en Europa, y del rancio escolasticismo de las Universidades europeas que Bruno visita y en las que ocupa cátedras temporalmente, Londres, Alemania, París,o en las que dicta conferencias y publica sus obras. Lo que más me inquieta es que pasen más de siete años en los que Giordano Bruno vive olvidado aunque arrestado en Roma y finalmente sea conducido a la hoguera del Mercado para allí constituirse en símbolo del libre pensamiento y víctima de la Inquisición más atroz por su propia testarudez o simplemente por no encontrar una alternativa de vida o vía de fuga creíble.


Parece como Sócrates un espíritu entregado a la causa del pensamiento libre y la independencia del juicio y cuando su cuerpo va envejeciendo encuentra menos razones para no sacrificarlo por una vida que se presenta cada vez más sin sentido, pues no podemos pensar a Bruno defendiendo desde su renovada fe la virginidad de María o el geocentrismo cuando años atrás había defendido la libertad sexual o la infinidad de sistemas solares de los que nuestro sol sólo era otro más; también resulta imposible imaginar a Sócrates con setenta años abandonar su ciudad clandestinamente y quizás encontrar la muerte en alguna emboscada.


Dejó escrito Giordano Bruno en un tono que precede al Romanticismo o al simbolismo francés que nada hay en nosotros que no nos llegue a resultar alguna vez extraño, tan extraño como si fuera absurdo o de otro, pero también nada de lo extraño y de lo ajeno que no llegue a ser de nosotros mismos. Al subrayar que la Naturaleza del Universo es un infinito en cuyo interior está Dios, y que el alma de cada individuo es Dios que pasa de cuerpo en cuerpo se deduce e infiere que el hombre no es un ser dotado de una membrana exterior que lo separa del resto de las cosas, pues como señala literalmente "nada hay en el Infinito que sea exterior a él mismo, él es la fuerza, la identidad que rellena el todo e ilumina el universo". De hecho tuvo una intuición formidable cuando pensó el universo compuesto por un numero limitado de letras o de puras formas geométricas de cuya combinación surgirían todas las especies y todas las cosas.


La modernidad de Bruno es fulgurante: todo está en todo, no existe en puridad por tanto el par de dentro/fuera, pues todo está plegado, replegado, implicado, complicado, explicado. La línea del afuera está plegada en el interior de nosotros, nos constituye, nos hace saltar. El cuerpo se ve afectado en el espacio por algo que no le es totalmente externo y se extiende en estrella, en la sal, en el agua, al mismo tiempo que la estrella, la sal y el agua se ligan y repliegan en el cuerpo.

Sufrió Bruno como Spinoza en sus carnes la represión de los agentes de la Molaridad y del sentido Único que reprenden todo nexo, conectividad y ligación por una imagen custodiada como un icono procesional, una tradición que responde a todo un gusto por una identidad única y eterna que es el alma personal guardada y cobijada bajo las ropas como quien posee una bolsa de florines, su auténtico tesoro personal inexpropiable. Ahí radica la fuerza centrípeta del darwinismo social que alumbra sin embargo la imagen de un Dios hecho a su propia semejanza que le reserva una mesa en el paraíso. Este afán de ser único y diferente es según Nietzsche lo propio de las fuerzas reactivas que niegan el devenir; y contra ellas y su espíritu de la pesantez y de la repetición no cabe sino oponer el gozo de lo que no retornará nunca igual, el eterno retorno de lo otro, de lo ajeno, de lo extraño, que es a la vez lo más propio y lo más íntimo, el retorno de la sal, del agua, y del fuego en el que arden los cuerpos.

Líneas de deseo

Los enunciados de las teorías más grandes del pensamiento resultan fáciles de simplificar pues tienen la sencillez de la relación directa entre dos términos o el mérito de recoger un principio de la naturaleza pero sin embargo su total comprensión resulta ser siempre retardada, incluso indefinida, son señales que no dejan de emitir luz durante siglos entre las brumas de los sueños y las pausas de los navegantes del pensamiento. Se diría por ejemplo que decir con naturalidad que todos provenimos del mono es un latiguillo que vemos hasta en las botellas de licor pero que es a su vez un latigazo que abre las carnes y penetra  hasta lo más profundo hiriendo y socavando todas nuestras convicciones.

Lo dicho viene al caso de la teoría de las catexis de Deleuze y Guattari. Estos dos benefactores han dejado escrito en el Anti-Edipo una teoría del deseo que es de las más sólidas y certeras, tanto como que es capaz de dejar desnudo al ser humano, de proyectarlo como Darwin sobre el espacio arborícola, de decirnos sencillamente aquello que quizás no estamos dispuestos a oir. 

Tres son las posiciones del deseo, ni más ni menos. Las catexis son molar, molecular y de fuga. La catexis molar se invierte en lo Uno: mi Patria, mi Equipo, mi Dios. Desde el misticismo hasta el fascismo todo queda perfectamente explicado bajo esta descripción de Deleuze y Guattari. Hay un mapa o una cartografía del deseo que no coincide con la del cuerpo ni con la del Mercado, que es puro análisis del inconsciente o de la psique. Deseamos formar parte de un todo que nos resuma y nos de sentido y nos vivifique: la gran Aufhebung, el Estado, el Paraíso, la búsqueda de un Padre. La catexis molecular se aplica sin embargo sobre lo concreto, sobre lo pequeño, sobre cadenas de sentido que se presentan como aficiones, como secuelas, como retazos. No es este el lugar del deseo del opositor, del antisistema, pues estos las más de las veces requieren de un Modelo en el que integrarse frente a lo existente. Más bien estaría del lado de aquellas personas que disfrutan con un trabajo bien hecho, que cargan su identidad y su realimento en ese campo de la praxis; incluimos escritores que trabajan su obra en ese afán.

Catexis de línea de fuga: los niños salen de la escuela en polvorosa. Hay demasiada frustración en las dos posiciones anteriores, desdicha y vanidad. Ahora el deseo es libre, el yo se diluye en el horizonte. Es sin duda la aisthesis del yo sensible que en un horizonte, en un paisaje, en una línea melódica musical se deja vencer por lo infinito, por lo inaudible, por lo insólito, por lo imposible, por lo sublime.

No puede el mono decepcionar al hombre, una catexis de deseo molar lucha y puede matar por defender a una manada, una catexis de deseo molecular lucha y odia por realizar y realzar su yo molecular.

La belleza, la libertad también deben defenderse con uñas y dientes. Para justamente así conseguir más caminos para escapar.

LA LIBERTAD ES AZUL

LA LIBERTAD ES AZUL

Kieslowski presentó en la recta final de su carrera la trilogía Azul, Rojo, Blanco que reproduce los colores de la bandera francesa.

AZUL es la libertad, Azul es un accidente de automóvil donde una mujer, que representa la actriz Julie Binoche, pierde a su marido, un célebre compositor, y a su hija. Destrozada intentará suicidarse, pero fracasado el intento irá recomponiendo y pegando los fragmentos de su alma, soportando y justificando su dolor. Es una mujer que ha perdido sus lazos y su identidad y en la mitad de su vida se encuentra flotando como en medio del mar a la deriva. La libertad es paradójicamente esta ausencia total de lazos y nexos como la falta de aire que respirar, es un medio denso donde a duras penas hay sentido ni respiración como en el tanque azul en el que nada que es como el mar inmenso e irrespirable, como un lugar no humano, pues es la libertad no sólo como dice el poeta ese lugar donde no hay camino sino estelas en la mar, sino peor, el lugar de Mallarmé donde el sujeto se ahoga, donde la vida se torna imposible, donde lo que nos rodea es una cárcel de dolor. 


Lejos del magma que puebla los tópicos imposibles del liberalismo político, la libertad antropológica y poética en esta mujer se reduce a ese conjunto de burbujas de cristal que encierran momentos y recuerdos a los que apresarse para poder seguir siendo alguien. 


Y es ahí donde recupera la vida esta mujer, vuelve su mirada hacia atrás, rehace los pasos de su marido, descubre a su amante Sabrine,  trata de cerrar su obra inacabada, se enamora de su ayudante. No hay otra libertad que la necesidad de la relación con lo posible, ante la imposibilidad de querer lo que nos ocurre o la esterilidad de relacionarse con lo imposible, o de buscar lo que no existe. Sólo hay una opción, aprender a bucear en el dolor, tomar conciencia de la inmensa soledad. No puede haber otra libertad que la opción de seguir el hilo que sujeta Ariadna en el laberinto: lo que guía la cuerda es la lógica del sentido, el LDS, Logique du sens, o la lógica del destino, ante la que sólo cabe anteponer la lógica del sentido loco, LSD, para como señala Nietzsche soltar el hilo que tiende Ariadna y perdernos en el laberinto sin guijarros ni vuelta atrás, conocedores del monstruo que lo gobierna, porque como señala Aristóteles el guardián del buen sentido: Hay muchas formas de ser inféliz y sólo una de ser feliz. 



POÉTICA DE RIMBAUD




PROGRAMA RIMBAULDIANO



A) La poesía es una vocación, es un destino: no se elige ser poeta, se reconoce uno "je me suis reconnu poète". El poeta no se parece a otros hombres, tiene un don de nacimiento que él descubre en sí mismo sin haber elegido: le poète est "un bois qui se trouve violon" (qui se découvre violon). Hay una suerte de fatalidad, de irresponsabilidad en todo caso: "ce n'est pas du tout ma faute". En la carta del 15 mayo, Rimbaud emplea una fórmula muy cercana: "Si le cuivre s'éveille clairon, il n'y a rien de sa faute". Si el cobre se despierta clarín no es su culpa, así encuentra el tono de su justificación: Rimbaud pide que se le acepte tal cuál es.









B) La inspiración poética entraña el desdoblamiento del yo: Yo es un otro. Rimbaud expresa con esta formula el extrañamiento que siente el poeta cuando descubre lo que sale de su pluma, esto que canta en él, aquello que sujeta su arco. Rimbaud escribe sobre su experiencia personal de la creación, y se pregunta de qué rincón de su alma han surgido estos poemas que son estas cosas "choses étranges, insondables, repoussantes, délicieuses", esta violencia, este disfrute. Être poète, dice Rimbaud, c'est être capable de regarder en face sa "pensée" (frente a frente, a la cara de su pensamiento, de profundizar en el y escuchar sus profundidades, de trabajar con las palabras, "C'est faux de dire: Je pense: on devrait dire: On me pense. - Pardon du jeu de mots. -" (lettre du 13 mai) Cet Autre qui parle à travers moi n'est pas seulement mon moi profond, mon inconscient, il traduit la présence en moi de l' "objectif", du "non-moi", c'est à dire de la Réalité tout entière telle que la véhicule la Langue n estructuralista, o bien según un aristotélico habla la humanidad avec son histoire, ses aspirations, ses révoltes, ses mythes, ses croyances, ses cultures, son imaginaire collectif. Ce qu'il appelle dans la lettre du 15 mai "l'âme universelle" ou l' "intelligence universelle" et qu'il traduit dans celle du 13 mai par l'indéfini "on" (impersonal se) et par la permutation sujet/objet dans la formule du cogito ("je pense" / "on me pense"). Esto es ni más ni menos lo que arrastra el pensamiento del poeta cuando está cercano y librado a la inspiración. La inteligencia universal puede ser también lo que está fuera de la representación personal, lo que excede mi vida personal, pero no en beneficio de lo que llamaríamos historia o lengua sino más fieles a Rimbaud inteligencia universal, el entendimiento agente. He aquí que il doit tracer un chemin nouveau et jouer son rôle de guide "chargé de l'humanité" (lettre du 15 mai). La cita completa es esta: 171. Definitivamente el poeta es un verdadero ladrón de fuego. Alguien capaz de robar a los dioses la verdad, de traer una llama, una luz, una esencia, y sigue, el hombre arrastra el protagonismo de la humanidad, de los animales también. Se trata de dar forma a lo que no la tiene, de dar forma a lo nuevo, de encontrar una forma de expresión de aquello que está más allá. La poesía cósmica según Deleuze, que no habla del caos, ni del territorio, sino del cosmos, que no persigue lo infinito e ilimitado del caos, ni lo finito y limitado del ritornelo territorial, sino que afronta lo nuevo, el cosmos, lo finito aunque ilimitado del mundo. Deleuze repetirá esta frase que le ha calado hondo: chargé de l´humanité. El hombre que se echa a la espalda a la humanidad, incluso a los animales, dice Rimbaud, una nueva arca de Noé? Para una vida superior y por tanto una vida que ya no es humana. El hombre moderno, que compara con el superhombre de Nietzsche, aunque lo hace en el trabajo sobre Foucault una vez muerto éste, en el que intenta trazar el esquema o el diagrama de lo que fue Foucault, sus lugares de reposo, sus movimientos, sus búsquedas, y donde no podían faltar las referencias al concepto de hombre como algo que debe ser superado: allí digo en Teatrum Filosoficum, dice Deleuze que el tiempo nuevo del hombre que no es sino aquel que domina el tiempo nuevo, aquel que escapa del cronos cerrado y ordenado en el que todo vuelve medido, en beneficio del tiempo del eterno retorno como límite desde el que nace y surge lo futuro, primer motor al que todo tiende para luego volver a comenzar, este tiempo nuevo el hombre cargado sobre sus espaldas toda la humanidad, y los animales y todas las cosas, como en una nueva arca esta vez celeste y alegre, en conexión con las fuerzas del silicio, con el conocimiento de la biología y la computación, afrontará lo finito ilimitado, el laberinto, no para surgir de él en vano como la modernidad, sino para hacerlo, para redoblarlo, el laberinto como imagen de lo que no es ni infinito ni ilimitado, como creían los barrocos, ni finito ni limitado, como creían los románticos, sino finito pero ilimitado. Y esto tan abstracto es lo que se manifiesta en Rimbaud y sus juegos con el lenguaje, con el delirio de unos signos de un código finito pero ilimitado, el poema de las vocales, lo illimitado. Todo el juego del lenguaje. La alegría del hombre moderno consiste en ver que existe este tercer momento para afirmar la diferencia en la repetición, ya no la repetición de lo mismo en el primer momento de lo infinito ilimitado, ya no la fractura de las series del romanticismo agónico, todo es finito, todo es limitado. La potencia del laberinto, un espacio finito pero ilimitado, así también la poesía se abre a nuevas formas de expresión, un código finito pero con ilimitada capacidad de combinación libre.



c) El fin de la poesía es el de alcanzar lo desconocido. Se reconoce aquí una fórmula de Baudelaire : "Plonger au fond du gouffre, Enfer ou Ciel, / qu'importe Au fond de l'Inconnu pour trouver du nouveau ! ..." (últimos versos du Voyage). Las dos cartas definen el poeta como un vidente. El poeta debe tener la vista prodigiosa y finísima para ver eso que el hombre ordinario no ve: le poète doit "être voyant, se faire voyant". Cette notion de "voyant" qui vient du discours religieux, en passant par le romantisme (notamment le romantisme allemand), n'est pas véritablement expliquée par Rimbaud. 

El uso que hace de esta expresión es algo difuso y podría emparentarse con los poderes del druida en Alchimie du verbe en 1873 u otros poemas de las iluminaciones. De cualquier modo no le da a esta noción un contenido místico: la videncia no consiste en entrar en comunicación con un mundo más allá trascendente lo que pone en entredicho fuertemente las famosas correspondencias simbólicas o las analogías místicas que cierta tradición ha enarbolado como característico de Rimbaud como miembro de una generación o movimiento poético más extenso y que se pondría en conexión con el romanticismo u otros ismos para la ocasión.


D) La creación poética sigue un método. Para poder crear lo nuevo, y hacerse vidente, el poeta debe liberarse de los temas convencionales y de las formas clásicas. Rimbaud reprocha à Baudelaire le caractère trop académique de ses formes poétiques : "Baudelaire est le premier voyant, roi des poètes, un vrai Dieu. Encore a-t-il vécu dans un milieu trop artiste ; et la forme si vantée en lui est mesquine : les inventions d'inconnu réclament des formes nouvelles." (lettre du 15 mai), los verdaderos escritores son los que son capaces de inventar una lengua, los que hablan una suerte de lengua extranjera, los que la trazan y la hienden desde la lengua familiar y heredada arrastrándola hacia otras formas para expresar, para captar lo nuevo, los que hacen balbucear la lengua, los que la hacen delirar, Kafka hablando una lengua entremezclando el alemán con el yidish.


E) Liberarse del lenguaje académico: "Trouver une langue ; / - Du reste, toute parole étant idée, le temps d'un langage universel viendra ! il faut être académicien, - plus mort qu'un fossile, - pour parfaire un dictionnaire, de quelque langue que ce soit." (lettre du 15 mai). Crear una lengua nueva, antes que hacer un diccionario. Rimbaud le declara la guerra a los diccionarios! De hecho él incorpora palabras nuevas o tomadas de los argots, de los dialectos, o de la terminología científica. A la par que disfruta con el quehacer del malabarista con las definiciones de los diccionarios, y en producir efectos polisémicos. 


F) Liberarse de la moral tradicional: "Maintenant, je m'encrapule le plus possible. Pourquoi ? Je veux être poète, et je travaille à me rendre voyant" (lettre du 3 mai). Un "crapule" es una persona depravada y deshonesta. El término se utiliza para designar peyorativamente a la masa: la crapule, la canaille. El verbo s'encrapuler no existe en los diccionnaires, es una invención de Rimbaud. Hay algo parecido a una función estratégica de inmoralidad en el proyecto existencial y poético de Rimbaud. Contra lo que los bourgeois definen como la norma moral el poeta debe necesariamente atravesar un período de liberación de deseos, de saltar las prohibiciones sexuales, de aceptar y conocer aquello más propio e íntimo: " La première étude de l'homme qui veut être poète est sa propre connaissance, entière ; il cherche son âme, il l'inspecte, il la tente, l'apprend. Dès qu'il la sait, il doit la cultiver, cela semble simple : en tout cerveau s'accomplit un développement naturel " (lettre du 15 mai). Esta exigencia de autenticidad sitúa al poeta al margen de la sociedad, lo aisla y lo hace blanco de las críticas de los hipócritas. De ahí los sufrimientos" Les souffrances sont énormes, mais il faut être fort" (lettre du 13 mai). 


G) perseguir el desarreglo de todos los sentidos "le dérèglement de tous les sens" (lettre du 13 mai). Aquí con esta expresión se resume el método de alcanzar lo desconocido "arriver à l'inconnu". Esta frase remite a la disidencia moral, a la idea de los paraísos artificiales de Baudelaire (ayudándole a encontrarlos esto que él llama les "poisons"), y aquella idea de una apertura de nuestras costumbres perceptivas que se traslada a los poemas mediante la imagen onírica y la alucinación visual. "Le Poète se fait voyant par un long, immense et raisonné dérèglement de tous les sens. Toutes les formes d'amour, de souffrance, de folie ; il cherche lui-même, il épuise en lui tous les poisons, pour n'en garder que les quintessences. Ineffable torture où il a besoin de toute la foi, de toute la force surhumaine, où il devient entre tous le grand malade, le grand criminel, le grand maudit, - et le suprême Savant ! - Car il arrive à l'inconnu ! Puisqu'il a cultivé son âme, déjà riche, plus qu'aucun ! Il arrive à l'inconnu, et quand, affolé, il finirait par perdre l'intelligence de ses visions, il les a vues ! " Una consecuencia concreta va a ser la sinestesia como búsqueda para lograr sensaciones que transmitan no sólo la experiencia real sino también la posible. Se escucha el eco del planteamiento Kantiano de la concordia de las facultades. Y como no el estatuto del artista moderno que no imita la acción ligada a un tiempo y a un espacio lógico y de representación. En lo primero la discordia de las facultades para una imaginación que no es sólo reproductiva, en lo segundo un tiempo y un espacios de afectos y devenires, espacio liso, no estriado, con conexiones en puntos dispares, tiempos como devenires, como trayectos y pasos. Por último este gran enfermo, gran criminal, o gran maldito se opone a la Gran Salud de la que hablaba Nietzsche? 





        

CARTA DEL VIDENTE A PAUL DEMENY Charleville,15 de mayo de 1871
(FRAGMENTO)
Puesto que Yo es otro. Si el cobre se despierta clarín, no es por su culpa. Me es evidente esto: asisto a la eclosión de mi pensamiento: lo miro, lo escucho: doy un golpe con el arco del violín: la sinfonía se mueve en las profundidades o sube de un salto a la escena. ¡Si los viejos imbéciles no hubiesen encontrado del Yo más que la significación falsa, no tendríamos que barrer estos millones de esqueletos, que, desde un tiempo infinito, han acumulado los productos de sus inteligencias miserables, aclamándose autores! 

La inteligencia universal ha lanzado siempre sus ideas naturalmente: los hombres juntan una parte del fruto del cerebro: se utiliza el cerebro y se escriben libros: tales la marcha del hombre poco cultivado, no despierto aún, lejos de la plenitud del gran sueño. Funcionarios, escritores. Autor, creador, poeta, ¡este hombre nunca ha existido! El primer estudio del hombre que quiere ser poeta es su propio conocimiento, entero. Él busca su alma, la inspecciona, la tienta, la comprende. Desde que la conoce, debe cultivarla: esto parece simple: en todo cerebro se cumple un desarrollo natural: ¡ tantos egoístas se proclaman autores; hay tantos otros que se atribuyen su progreso intelectual! Pero se trata de hacer el alma monstruosa; a semejanza de los comprachicos, ¡Y qué! Imagínese un hombre injertándose y cultivándose verrugas en la cara. 

Digo que es preciso ser vidente, hacerse VIDENTE. El poeta se hace vidente por un largo, inmenso y razonado desarreglo de todos los sentidos. Todas las formas de amor, de sufrimiento, de Iocura; el busca por si mismo, agota en si todos los venenos para no guardar de ellos sino las quintaesencias. Inefable tortura para la que se tiene necesidad de toda la fe, de toda la fuerza sobrehumana, en la que él llega a ser entre todos el gran enfermo, el gran criminal, el gran maldito ¡ Y el supremo Sabio! --. ¡Puesto que Ilega a Io desconocido! ¡ Puesto que cultiva su alma, ya rica, más que nadie! Llega a Io desconocido, y cuando, enloquecido, terminará por perder la inteligencia de sus visiones, ¡Él las ha visto! ¡Que reviente en su salto por las cosas inauditas e innumerables: vendrán otros horribles trabajadores; empezarán por los horizontes donde el otro se ha hundido! -

Pues el poeta es verdaderamente ladrón de fuego. Está cargado de humanidad, aun de animales; deberá hacer sentir, palpar, escuchar sus invenciones. Si Io que trae de allá abajo tiene forma, él da forma; si es informe, él da Io informe. Encontrar una lengua. Por Io demás, siendo idea toda palabra, ¡llegará el tiempo de un lenguaje universal! Se necesita ser académico - más muerto que un fósil- para completar un diccionario de cualquier lengua que sea. ¡Los débiles se pondrán a pensar sobre la primera letra del alfabeto, y echarán a rodar hacia la locura! Esta arenga será del alma para el alma, resumiendo todo, perfumes, sonidos, colores, pensamiento enganchando y atrayendo pensamiento. ¡El poeta definirá la cantidad de desconocido despertándose en su tiempo, en el alma universal, dará algo más que la fórmula de su pensamiento, que la anotación de su marcha al Progreso! ¡Enormidad Ilegando a ser norma absorbida por todos, será verdaderamente un multiplicador de progreso! Este porvenir será materialista, ya lo verá. -Siempre lleno de Número y de Armonía, los poemas se harán para permanecer. -En el fondo, esto será aún poco la Poesía griega. El arte eterno tendrá sus funciones, como los poetas son ciudadanos. La poesía no rimará, más la acción: estará antes que ella. ¡Estos poetas! 

Cuando esté quebrada la infinita servidumbre de la mujer. Cuando ella viva por ella y para ella, el hombre -hasta aquí aborrecible-, habiéndola libertado ¡ella será poeta también! ¿La mujer encontrará Io desconocido? Sus mundos de ideas diferirán de los nuestros? ¿Ella encontrará cosas extrañas, insondables, repugnantes, deliciosas, nosotros las tomaremos, las comprenderemos? Esperando esto, pediremos al poeta algo nuevo: ideas y formas. 

Todos los hábiles creerán bien pronto haber cumplido con esta petición: -¡ no es eso! Los primeros románticos fueron videntes sin darse cuenta de ello: el cultivo de sus almas comenzó con accidentes: Iocomotoras abandonadas, pero quemantes, que estuvieron algún tiempo en los rieles. -Lamartine es algunas veces vidente, pero estrangulado por la vieja forma. -Hugo, demasiado testarudo, ha VISTO bien en los últimos volúmenes: Los Miserables es un verdadero poema. Tengo Los Castigos en mi mano; Stella dá aproximadamente la medida de la vista de Hugo. Demasiado Belmontet y Lamennais, Jehovás y columnas, viejas enormidades reventadas. ¡Musset es catorce veces execrable para nosotros, generaciones dolorosas y presas de visiones -a las que su pereza angélica ha insultado! ¡Oh, los cuentos y los proverbios insulsos! ¡Oh Nuits, oh, Rolla, oh, Namouna, oh, La Coupe! todo es francés, es decir, odioso en sumo grado; francés, ¡no parisiense! ¡Todavía una obra de este odioso genio que inspiró a Rabelais, a Voltaire, a Jean La Fontaine, comentado por M. Taine! El espíritu de Musset, ¡primaveral! Su amor, ¡encantador! ¡He aquí la pintura al esmalte, la poesía sólida! Se saboreará por largo tiempo la poesía francesa, pero en Francia. 

 Baudelaire es el primer vidente, rey de los poetas, un verdadero Dios. Sin embargo, vivió en un medio demasiado artístico; y la forma, tan alabada en él, es mezquina. Las invenciones de Io desconocido reclaman formas nuevas. La nueva escuela, Ilamada parnasiana, tiene dos videntes, Albert Mérat y Paul Verlaine, un verdadero poeta. -Es todo. Así yo trabajo por volverme vidente. 

¿Por qué Rimbaud abandonó la escritura?



Toda la crítica se hace la misma pregunta: ¿por qué dejó de escribir Rimbaud? Quizás porque todos hemos sido poetas en algún momento de nuestras vidas y hemos dejado de escribir, porque todos hemos renunciado de alguna forma al igual que el propio Rimbaud, hemos sentido esta esterilidad de la Poesía que flota sobre nuestras cabezas, en la medida que nos sentimos hombres, tan sólo hombres. Buscar la salud mediante la Poesía, señalaba Hölderlin, y encontrarte con el fuego como un oscuro infortunio desemboca en el malditismo, es decir en la difícil salud del embriagado, del marginado o zaherido, arrojado a los límites: Como decía Michaux el poeta sube desde las profundidades con los ojos rojos porque se ha visto algo que es demasiado. Sucede que finalmente nos sentimos hombres, tan sólo hombres, suspendemos la búsqueda, apagamos la máquina, devenir un hombre común.



Podría ser, comenta Yves Bonnefoy, que la poesía, al comprometernos enteramente en busca de la unidad en una relación tan absoluta como sea posible con la presencia misma del ser, no haga...sino separarnos de los demás seres...." Así, al haber querido rescatar la realidad en su profundidad el poeta la pierde en tanto que armonía y comunión. Es el poeta faro que hace ver pero él no ve lo que hace ver, poeta que está encerrado en la corona del faro junto al acantilado, pero él no ve nada, sólo la luz que proyecta sobre la inmensidad. Sólo ve cegado por la luz mientras los demás ven lo que ilumina la luz. Los demás viajan, navegan, se acercan y alejan, el poeta está sumido en la inmensidad y en la perplejidad. El poeta sin sombra, iluminado, sin vivencia, sin cotidianeidad, sin armonía con el todo o simplemente con el suelo y con el entorno.



El poeta faro es energía indomable, poder de invención, afirmación de todos los posibles, la esperanza inagotable, la embriaguez, la Visión en su Felicidad, pero es también el desamparo, el desposeimiento infinito, el aburrimiento, la separación, la desgracia.



Esta contradicción entre la búsqueda personal de salvación, y la experiencia impersonal del ser, entre la ardiente paciencia del hombre sufriente y la necesidad de comunicación del fuego y de la luz, gloriosa, sabia, extática, está anclada en el corazón del poeta, pues está en el ser de la poesía el representarse como Felicidad y oscuro infortunio. Pues el fuego es la comunicación pero a la vez lo incomunicable, la luz es lo que hace ver, pero es a su vez lo invisible. Es un don y es una carga, es la videncia del poeta ciego condenado como Edipo a vagar en soledad.


Rimbaud muy pronto deja de preocuparse por su poesía, considera que son fruslerías, entretenimientos de adolescente, por ello sus viajes por mar no son en un barco ebrio de luz y vida sino en el de Caronte por el mar del olvido, el mar del Leteo, el mar en el que Aletheia vuelve a dormir profundamente.

THE READER

The reader es una película que muestra la fractura que se produce en el sujeto entre lo que piensa y lo que siente, entre el territorio de los sentimientos y el de los códigos de conducta que rigen nuestras acciones. Los personajes en ese mundo pesado de la Alemania de la Posguerra se mueven entre el deseo y la razón, pero dada la conciencia del deber que han adquirido resultan demoledores con sus sentimientos que quedan escondidos en el silencio y subyugados para un íntimo goce o sublimados en dosis catárticas dejando el campo libre al tribunal de la Razón kantiana y a los juicios que deciden las reglas que deben seguir sus acciones.


"No importa lo que sentimos sino lo que hacemos" Michael refrena su deseo de contar la verdad y así de librar a Hannah de su condena, pues su razón fríamente la ha condenado, del mismo modo que oculta su pena tras la pérdida o el dolor del reencuentro, pero es capaz de realizar gestos de entrega que compensan la soledad de Hannah. Ella es una mujer sencilla que sin embargo no abre su corazón sino a través de las lecturas que la incitan a emocionarse hasta la embriaguez pues ha disipado su ternura en medio de un lodazal, ha quebrado su compasión por la obediencia de hacer cumplir unas reglas que son las del campo de concentración de Auschwitz o las de la vigilancia extrema como solución final. Es Hannah capaz de callar la vergüenza que siente por no saber leer ni escribir, y de ocultar así su secreto que la condena, que la hace más culpable a los oídos de la Ciudad. 

En última instancia estos personajes se diría que se mueven en un código helador: restituir, donar, callar. La disciplina lo invade todo, parecería que el amor es también una manifestación puntual y mecánica, lo mismo que la lectura, o que el baño tan insistente por otro lado para lavar la culpabilidad del alma rota por la guerra.
El secreto es el motor del relato según muestra el escritor norteamericano Henry James, es la casilla vacía que recorre el tablero guiando el hilo narrativo, es el exceso de Idea que no encaja en la experiencia: The reader es un ejemplo preciso de la fuerza motriz del secreto. Así asistimos a la pasión secreta de Michael por el cuerpo de Hannah como un exceso que le impide ser franco cuando podía y no debía perdonarla, como una carencia que no pueden colmar otras mujeres, es un aguijón que le empuja y le mueve a actuar; y a su vez el secreto de Hannah que la conduce a la prisión después de ser amada. Esta idea de Henry James se hace visible al final cuando aparece la cajita donde guarda Hannah los billetes ahorrados, y los personajes charlan de estos cofres de tesoros en los que se cifran nuestros sueños y nuestras joyas, en verdad lo que más propiamente nos identifica con lo que hemos vivido.

Deleuze carga contra esta noción de secreto como un impostor, un velo que oculta un lastre que nos tira para abajo, aquello que consideramos sagrado e íntimo es tan sólo una culpabilidad adquirida culturalmente que permanece en el agujero negro de nuestra conciencia. La letanía del deseo y la castración. Esto que pretendemos salvar de los otros, en verdad lo guardamos para la muerte, lo llevamos atado a nuestra conciencia como una mancha que ensucia nuestro corazón. O quizás sea lo único que podemos salvar del naufragio, de la derrota. Pues la vida nunca ha sido fácil, y los códigos de las sociedades han marcado una línea tan selectiva sobre lo que podemos compartir y confesar que  han estrangulado las emociones, que han cohibido los deseos, que han anulado los amores y las vidas.


Y sin embargo...resulta tan difícil ver esta película y extraer de ella esta lección moral. Nosotros, aquí y ahora, en nuestra ciudad en ruinas, en nuestra sociedad del espectáculo donde reina la desvergüenza y el striptease emocional, no es ningún secreto la falta total de cumplimiento de las reglas éticas mínimas de acción. Hemos pasado del control total a la abyección y la burla. Y por supuesto no tenemos ninguna ficción que retrate, represente y nos haga reflexionar este presente sin tapujos, macizo pero hueco, que soportamos.

LA ESTÉTICA DE DELEUZE


Deleuze recorre el camino que traza Kant pero da un paso más: la estética no sólo exige introducir el concepto en un espacio y tiempo vitales, sino que es preciso que el mismo sujeto se fracture en el tiempo y en el espacio. No un personaje en su espacio-tiempo, sino el espacio-tiempo en su (s) personaje(s), tiempos y espacios que arrastran a los personajes pues representan afectos exteriores y devenires internos del sujeto. Es preciso invertir a Kant y su embudo para que en la cima o corona se sitúe el ser espacio-tiempo, no el personaje. No podemos contentarnos con menos, debemos reflejar el mundo que vivimos, no a los personajes ilustres en su mundo. Einstein ha relativizado el tiempo, la ciudad barroca de Leibniz se rompe en beneficio de las perspectivas de los sujetos que la observan y sienten, la realidad se rompe en múltiples bloques de espacio-tiempo, pues el lema estético en Deleuze ya no es la relatividad de la verdad sino la verdad de lo relativo, no los puntos de vista de cada sujeto, sino la multiplicidad de sujetos y ciudades que se manifiestan como bloques sensoriales de espacios y tiempos. Y lo que importa es esa relación del sujeto con lo otro en un escenario que no es uniforme como hubiera presumido Descartes o Galileo. Ahora el espacio exterior es también interno al sujeto puesto que es lugar de encuentro con lo otro, con lo que (nos) acontece, y ello supone afectos que nos cambian, que nos transforman, que nos hacen salir de nosotros mismos, fuera o al margen de nuestros proyectos egoístas de a diario. A la vez que lo interior es exterior al yo en la videncia de un yo que es otro, que es múltiple en sus recuerdos, en sus múltiples personajes que ha sido y que se convocan como fantasmas ante la visión de una persona conocida o de un rincón cargado de connotaciones.

Estaríamos sin más delineando de un modo particular y nuevo la novela de formación o de aprendizaje goetheana, o incluso la novela picaresca con la evolución de los personajes pícaros a partir de los afectos o desafectos que van sufriendo, pero a su vez estaríamos ahora definiendo de un modo lógico la exuberante extravagancia del arte del fin del siglo XX que ha dado prodigiosos ejemplos de estos viajes alucinados, de estas metamorfosis insólitas. El beso en el que Klimt liga dos cuerpos que se oponen y se funden parcialmente, o el grito de Munch en el que es reversible el par dentro-fuera, expresión-expresado, el devenir de Gregor por los afectos de las presiones familiares en kafka, la videncia de Proust de un Combray que el sabor de la magdalena actualiza al repetirse en la memoria y dar a luz a otro Combray no menos real. Son perceptos y afectos, conjuntos de sensaciones que el artista es capaz de capturar y retener en su obra, de los que en verdad no faltan ejemplos en nuestro desván de libros, canciones o películas favoritos, que quizás la literatura o el cine actual tienden a olvidar en beneficio de unos personajes planos que operan en un tiempo y espacio de mero decorado a veces histórico o pseudo-místico. 

La mayor parte de los trabajos de Deleuze se explicarían pues desde esta defensa de una nueva teoría estética que trata de ponerse a la altura de unos tiempos de creación nerviosa y agitada, en los que el artista quiso abrir las puertas de la percepción a lo insólito, a lo novedoso, a esa belleza terrible que aún podemos soportar, pero que nos sacude por dentro y nos arroja fuera de nosotros a lo sublime tal y como ya señalara Kant, o al influjo de signos extraños por los que los personajes sufren una caída o un encuentro en el límite que los lanza hacia otra cosa. Deleuze testimonia los logros, da cuenta de sus artistas favoritos, aplica estos principios al cine para crear una categorización inédita en las imágenes y en los montajes globales, pero también da cuenta con dolor de los errores, de los agujeros negros en los que el artista se precipita, de la ceguera que produce mirar al caos frente a frente. Y ciertamente desde la distancia podemos comprobar ahora en el balance de aquellos años que posiblemente fueron superiores los intentos fallidos, la experimentación con lo absurdo y lo banal, o las relaciones peligrosas que muchos autores mantuvieron con las drogas, o finalmente la locura y el suicidio. El precio que pagó esta generación fue inmenso, como lo muestran las muertes de los propios Foucault o Deleuze, y difícilmente podrá caer en el olvido esta lección que es sin duda la más imponente, la más perenne, la paradoja de la fragilidad efímera desde la que se pretendía pensar o crear lo eterno. 

Y quizás por ello ante la necesidad de dar cuenta de tanto, tanto desastre, Deleuze realiza un giro en su trayectoria en la década de los setenta, lo que se hace posible gracias al encuentro con el heterodoxo psicoanalista Félix Guattari. Ahora ambos intentan insuflar al pensamiento del médico vienés Sigmund Freud un soplo del vitalismo crítico que se hallaba en el nietzscheanismo de los jóvenes estudiantes del mayo francés. En cierto modo el enemigo es el mismo, lo que denuncia la revuelta estudiantil son la falta de imaginación, el aburrimiento, el ansia de experimentar nuevos preceptos y afectos que la poética y la política tradicionales ni contemplaban, saturados de la autocomplacencia de sus líderes. Freud era la justificación de un batallón de psicoanalistas para someter el deseo, la vida, la creación estética, a una representación familiar y edípica por la que el deseo quedaba reducido a una inclinación erótica y vergonzante por los padres, la vida a una angustia por la castración, la libido a la efusión del instinto de muerte, la obra de arte a la repetición de una historia neurótica y edípica. Guattari se había alejado de Lacan a quien culpaba de esta pobreza de miras y el resultado del trabajo a medias con Deleuze, el primer volumen de Capitalismo y Esquizofrenia, asienta las bases de una psiquiatría materialista que expone consecuentemente que el inconsciente no se reprime en un teatro familiar sino que es Eros que impulsa y crea, máquina o factoría dionisíaca que produce y transforma, energía que da vida. El deseo es libre, huérfano, asexuado, y más intenso cuanto más capaz es de transformarse, de metamorfosis, no de encerrarse en una representación personal o en el triángulo de Edipo. En este escenario Deleuze otorga un papel decisivo a la estética partiendo de la idea nietzscheana de que nunca hubo arte sino tan sólo medicina. El artista es, dicen Deleuze y Guattari, médico de la civilización, y es su misión ponerse la bata blanca y el estetoscopio para así evaluar los síntomas neuróticos que se manifiestan en los cuerpos sociales. Por otro lado el crítico debe enfrentarse a la obra literaria como si ésta fuera el aire cargado que expulsa el enfermo que debe ser analizado para diagnosticar la enfermedad, en verdad para buscar el farmacon o la medicina que cure a una sociedad enferma. 

El diagnóstico de Deleuze no ofrece dudas y nos revela a una sociedad sin apetito, adormecida, embrutecida por la banalidad que difunden los medios, el mal del siglo ya no es sólo el tedio o el aburrimiento, sino el deseo encerrado en las salas de consulta, la desesperada búsqueda pueril por encontrar un padre que nos redima de la culpa y la angustia ante la vida y la libertad, pero existen eso sí excepciones culturales, notables ejercicios salvadores, obras escritas como empresas de salud, y aquí en el canon de Deleuze compuesto de sus obsesiones personales, de sus lecturas más reparadoras, aparecerán desde un casi desconocido Sacher Masoch, donde fulgura el masoquismo como una deriva de la imaginación redentora, hasta la novela norteamericana de Scott Fitzgerald, Henry James, o Melville (también la pintura de F. Bacon o Klimt, y el talento cinematográfico de Orson Welles). En estos autores Deleuze encuentra una medicina que cura del aburrimiento y del miedo, son autores que no hunden a sus personajes ni los “hacen rebotar contra la pared”, son obras que no conciben sólo viajes organizados sino al contrario surcan los océanos en compañía del capitán Achab de Melville, o viajan a los mares del sur como Malcolm Lowry. Son autores excesivos que sin duda traspasaron los límites huyendo como Bartleby de la escritura de encargo, que persiguieron líneas de fuga por territorios donde se alimentan las pasiones con toda la fuerza de lo virtual y potencial como despensa de lo posible. 

Pero frente a estas líneas de fuga que trazan nuevos espacios, existe también para Deleuze una literatura creadora de otros códigos, que conquista nuevos territorios pero mediante otro procedimiento, sin moverse del sillón, dentro del lenguaje mismo, a costa de romper o de plegar el lenguaje mismo. Es una especie de escritura que Deleuze testimonia se da en autores que escriben dentro de una lengua que les es extraña, que les es extranjera, lo que les permite, al modo del sofista, dominar sin prejuicios su discurso que se tiende hacia fuera hasta romperse, casi hasta generar un idioma nuevo. El alemán en el que escribe Kafka, por ejemplo, pero también el inglés de Withmann en su inspiración feroz, se convierten en dialecto extranjero dentro de su propia lengua, como un atajo o una emboscada para acercarse a la semántica y a la sintaxis con una potencialidad nueva capaz de arrancar nuevos sentidos. 

Hay en todo caso, en estos autores que gustan a Deleuze un aire común de fiesta o de feria a inaugurar, de tarde veraniega de sábado, de niño que avanza convirtiéndose en los objetos que ve. Se cifra en la grandeza de horizontes de temas y paisajes y en la necesidad de mezclar lo variado pero no sólo como acumulación sino como síntesis de elementos heterogéneos. Es la literatura del laberinto, o la escritura rizoma, o como llama el propio Deleuze, la máquina literaria, que busca nuevos sentidos en la conexión de elementos heterogéneos (1988: 334) en la persecución de lo finito pero ilimitado. Y es aquí donde se reconoce al Deleuze más futurista o posmoderno, es aquí donde cabe volver al principio de nuestros pasos y preguntarnos sobre el vigor y la actualidad del discurso deleuziano. Este modelo rizoma que soñó Deleuze de proliferación fértil de elementos, de síntesis de heterogéneos, de juntar materiales diferentes para crear una obra rica, con más recursos cuanto más abarque y ocupe, en espacio y tiempo, es de actualidad en la red, y en las nuevas tecnologías, en los nuevos soportes como el hipertexto electrónico, esa forma no lineal de escritura, ese texto que se ramifica y permite muchas vías o caminos de lectura organizado en una red de nudos que están conectados por links o enlaces. Por todo ello la estructura del hipertexto obliga a que cada lector o buscador cree su propio itinerario de lectura, su viaje nómada in progress por el laberinto que él mismo teje. De este modo recorrer un hipertexto es ir siempre a la deriva, o vivir el espacio y el tiempo propios e irrepetibles de cada itinerario en la intensidad variable de cada momento, y en la extensión nunca dada de antemano de cada camino. Así se produce la superación del tiempo y del espacio como marcos o formas vacías de un escenario donde se representan de una forma secuencial los fenómenos de lo real. Nuevos espacios virtuales, un tiempo que se multiplica, parece que estemos ante la profecía de Deleuze. Es él quién nos habla diez años antes del caminar del extranjero en el laberinto rizomático de la lengua que habla y escribe. Y es ahora el internauta quién configura su propio espacio-tiempo actual, su propio pasear y mirar el mundo a través de esta infinita biblioteca accesible desde cada terminal de ordenador desde donde cada uno puede construir su máquina de diferencias, su propio diario de información, su propio blog trufado de todo lo heterogéneo y dispar que pueda ocurrirse. Y ello representa un golpe de efecto sin duda para la terminología deleuziana de Mil Mesetas, primer gran hiperensayo, representa sin duda la continuación de una apuesta que Deleuze cifró en la diferencia, en la creación de sentidos en un modelo finito pero ilimitado que ahora se recorre sobre la superficie de la pantalla. 

En resumen, hemos visto dos principios o concepciones estéticas que guían las propuestas que Deleuze refiere a la escritura: la estética como teoría de la sensibilidad y la estética como clínica o como empresa de salud que libere el deseo creativo y trace líneas de fuga. Estos dos principios estéticos deben ser puestos a la luz de los proyectos generales de la filosofía de Deleuze de los que derivan, la inversión de la filosofía kantiana y la relectura de Marx que realiza junto con Felix Guattari. 

El proyecto de invertir a Kant exige girar el embudo del tribunal de la razón kantiana que sometía la sensibilidad al sujeto racional para abrir la experiencia posible a la realidad bruta, antes de que la filtre las categorías de la razón, poniendo en el lado estrecho del cono al ser que se despliega en infinitud de diferencias como un carrusel que no cesa de girar. Así el yugo que somete la realidad a la representación de un sujeto que la juzga mediante su cuádruple tenaza de la identidad, semejanza, oposición y analogía, es destituido por los bailes de la diferencia creativa, por las canciones de la repetición, ante un sujeto ya liberado del peso de ser siempre él mismo bajo su palio. La relectura del materialismo de Marx pasa por describir el estado moderno y sus nuevos sistemas de aglutinamiento, la doble pinza de los códigos y los territorios, y de señalar las líneas de resistencia y de fuga, las descodificaciones de los códigos mayores, las desterritorializaciones que hacen posible la apertura a nuevos espacios que ocupar. Aquí se inserta el gusto de Deleuze por los libros que hablan en una lengua única, Roussel, Brisset, una especie de lengua extranjera dentro de la lengua mayor, que amplía el campo de expresión, que traspasa los límites del lenguaje, como Artaud, Michaux, Melville o Cocteau, a la caza de la ballena o de la palabra original. 

En todo caso una línea general, un hilo lógico une las páginas de la obra deleuziana, es una especie de intelección antihegeliana que sobrevuela todo, pues invertir a Kant, recalificar a Marx, es sobre todo negar a Hegel, arrancar el pensamiento político y estético del delirio del espíritu subjetivo, de su demencial sistema totalizador que todo lo racionaliza para dominar y aplastar bajo su bota, de su punto final al que supuestamente la Historia camina, la paz romana del Estado de control total Leviatán. Por ello Deleuze convoca lo mejor del pensamiento nietzscheano y asiste a su alienación en estos dos principios estéticos que bien podríamos haber definido como el manifiesto de una estética contra Hegel, pues le permiten deconstruir o superar las tesis del filósofo de Weimar: el sujeto histórico se fractura en los viajes y en los recuerdos, su lugar de llegada no es sino otra partida para la experiencia y el goce, el tiempo se repite en nuestra memoria, el devenir del hombre es abierto y múltiple frente al final de la historia, la libertad del viajero o del navegante frente al triunfo de las banderas inmóviles del sistema y del estado. La guerra contra Hegel es la denuncia de un modelo absoluto que imperó hasta el absurdo en la segunda mitad del siglo pasado, pero que ha demostrado suficientemente su esterilidad y deficiencia, y del que conviene librarnos de todo su bagaje, sobre todo tanto de la identidad del Sujeto y su Verdad histórica como de la conciencia infeliz, a riesgo de que transmutado lo mantengamos en nuestras crónicas cotidianas pues para olvidar finalmente la tragedia que extendió la dialéctica hegeliana será preciso reafirmar la inocencia alegre del devenir, el lanzamiento de dados de la diferencia sobre el plano inmanente de una vida. 

Deleuze no reparte en áreas autónomas e incomunicadas lo estético, lo social, o el conocimiento, y ello porque su designio es preguntarse sobre el devenir de la vida, sobre lo que esclaviza a los hombres, y no existen doctores específicos ni ciencias fragmentadas para contestar tales preguntas. La filosofía de Deleuze es acaso como el propio autor señaló (1987: 370) teoría de los conceptos que suscitan el arte, la poesía, que son también sin duda los que suscitan y provocan el pensamiento mismo. Si como afirmó Foucault, pensar es azar, teatro, y perversión, entonces, como en un trance alrededor de la hoguera, resuena ese concepto fortuito que revierte la escena familiar, tras todo el trabajo de las sensaciones, y entonces surge el pensar y la inspiración desde donde cabe esperar una obra digna de admirar. Pero además Deleuze con su inocencia proteica se imaginó la síntesis del devenir de Heráclito con la unidad del ser parmenídeo, bodas contra natura, o trató de tender puentes entre dos ríos desbocados o dos soledades, Spinoza y Nietzsche, persiguiendo siempre la delgadísima línea que serpentea entre el exceso de la razón y el defecto de la irracionalidad vital. Siempre creyó que sólo le faltaba al ser spinozista que girara con todos sus modos a través del eterno retorno nietzscheano para que así una escritura impersonal surgiera, dejándose invadir por lo esencial, mientras entre la furia de los hegelianos y sus tristes epígonos Deleuze impartiría la lección nómada, el deseo de ser múltiple y otro, de no encerrar al hombre en lo triste y en lo conocido. Y todas estas lecciones serán válidas para el siglo que olvidó definitivamente las falsas transformaciones, aunque quizás haya perdido también el hilo que sujetaba Ariadna, el que nos conduce al centro del laberinto, frente a frente al minotauro. Encontrar ese hilo sería el lema del siglo que se ha de repetir durante años, un hilo que nos empuja hacia delante, que nos enfrenta a nosotros mismos con nuestro desconocido devenir. Seremos más fuertes si somos capaces de transformarnos en otra cosa, igual que Deleuze, en el eterno retorno de unas tesis que ya son de todos, que ya forman parte del andamiaje de nuestra cultura. 

Como afirma Deleuze: “Croire au monde, c´est aussi bien susciter des événements même petits qui échappent au contrôle ou faire naître de nouveaux espaces-temps. Il faut à la fois création et peuple” (Deleuze, 1990; 239).