LA ESTÉTICA DE DELEUZE


Deleuze recorre el camino que traza Kant pero da un paso más: la estética no sólo exige introducir el concepto en un espacio y tiempo vitales, sino que es preciso que el mismo sujeto se fracture en el tiempo y en el espacio. No un personaje en su espacio-tiempo, sino el espacio-tiempo en su (s) personaje(s), tiempos y espacios que arrastran a los personajes pues representan afectos exteriores y devenires internos del sujeto. Es preciso invertir a Kant y su embudo para que en la cima o corona se sitúe el ser espacio-tiempo, no el personaje. No podemos contentarnos con menos, debemos reflejar el mundo que vivimos, no a los personajes ilustres en su mundo. Einstein ha relativizado el tiempo, la ciudad barroca de Leibniz se rompe en beneficio de las perspectivas de los sujetos que la observan y sienten, la realidad se rompe en múltiples bloques de espacio-tiempo, pues el lema estético en Deleuze ya no es la relatividad de la verdad sino la verdad de lo relativo, no los puntos de vista de cada sujeto, sino la multiplicidad de sujetos y ciudades que se manifiestan como bloques sensoriales de espacios y tiempos. Y lo que importa es esa relación del sujeto con lo otro en un escenario que no es uniforme como hubiera presumido Descartes o Galileo. Ahora el espacio exterior es también interno al sujeto puesto que es lugar de encuentro con lo otro, con lo que (nos) acontece, y ello supone afectos que nos cambian, que nos transforman, que nos hacen salir de nosotros mismos, fuera o al margen de nuestros proyectos egoístas de a diario. A la vez que lo interior es exterior al yo en la videncia de un yo que es otro, que es múltiple en sus recuerdos, en sus múltiples personajes que ha sido y que se convocan como fantasmas ante la visión de una persona conocida o de un rincón cargado de connotaciones.

Estaríamos sin más delineando de un modo particular y nuevo la novela de formación o de aprendizaje goetheana, o incluso la novela picaresca con la evolución de los personajes pícaros a partir de los afectos o desafectos que van sufriendo, pero a su vez estaríamos ahora definiendo de un modo lógico la exuberante extravagancia del arte del fin del siglo XX que ha dado prodigiosos ejemplos de estos viajes alucinados, de estas metamorfosis insólitas. El beso en el que Klimt liga dos cuerpos que se oponen y se funden parcialmente, o el grito de Munch en el que es reversible el par dentro-fuera, expresión-expresado, el devenir de Gregor por los afectos de las presiones familiares en kafka, la videncia de Proust de un Combray que el sabor de la magdalena actualiza al repetirse en la memoria y dar a luz a otro Combray no menos real. Son perceptos y afectos, conjuntos de sensaciones que el artista es capaz de capturar y retener en su obra, de los que en verdad no faltan ejemplos en nuestro desván de libros, canciones o películas favoritos, que quizás la literatura o el cine actual tienden a olvidar en beneficio de unos personajes planos que operan en un tiempo y espacio de mero decorado a veces histórico o pseudo-místico. 

La mayor parte de los trabajos de Deleuze se explicarían pues desde esta defensa de una nueva teoría estética que trata de ponerse a la altura de unos tiempos de creación nerviosa y agitada, en los que el artista quiso abrir las puertas de la percepción a lo insólito, a lo novedoso, a esa belleza terrible que aún podemos soportar, pero que nos sacude por dentro y nos arroja fuera de nosotros a lo sublime tal y como ya señalara Kant, o al influjo de signos extraños por los que los personajes sufren una caída o un encuentro en el límite que los lanza hacia otra cosa. Deleuze testimonia los logros, da cuenta de sus artistas favoritos, aplica estos principios al cine para crear una categorización inédita en las imágenes y en los montajes globales, pero también da cuenta con dolor de los errores, de los agujeros negros en los que el artista se precipita, de la ceguera que produce mirar al caos frente a frente. Y ciertamente desde la distancia podemos comprobar ahora en el balance de aquellos años que posiblemente fueron superiores los intentos fallidos, la experimentación con lo absurdo y lo banal, o las relaciones peligrosas que muchos autores mantuvieron con las drogas, o finalmente la locura y el suicidio. El precio que pagó esta generación fue inmenso, como lo muestran las muertes de los propios Foucault o Deleuze, y difícilmente podrá caer en el olvido esta lección que es sin duda la más imponente, la más perenne, la paradoja de la fragilidad efímera desde la que se pretendía pensar o crear lo eterno. 

Y quizás por ello ante la necesidad de dar cuenta de tanto, tanto desastre, Deleuze realiza un giro en su trayectoria en la década de los setenta, lo que se hace posible gracias al encuentro con el heterodoxo psicoanalista Félix Guattari. Ahora ambos intentan insuflar al pensamiento del médico vienés Sigmund Freud un soplo del vitalismo crítico que se hallaba en el nietzscheanismo de los jóvenes estudiantes del mayo francés. En cierto modo el enemigo es el mismo, lo que denuncia la revuelta estudiantil son la falta de imaginación, el aburrimiento, el ansia de experimentar nuevos preceptos y afectos que la poética y la política tradicionales ni contemplaban, saturados de la autocomplacencia de sus líderes. Freud era la justificación de un batallón de psicoanalistas para someter el deseo, la vida, la creación estética, a una representación familiar y edípica por la que el deseo quedaba reducido a una inclinación erótica y vergonzante por los padres, la vida a una angustia por la castración, la libido a la efusión del instinto de muerte, la obra de arte a la repetición de una historia neurótica y edípica. Guattari se había alejado de Lacan a quien culpaba de esta pobreza de miras y el resultado del trabajo a medias con Deleuze, el primer volumen de Capitalismo y Esquizofrenia, asienta las bases de una psiquiatría materialista que expone consecuentemente que el inconsciente no se reprime en un teatro familiar sino que es Eros que impulsa y crea, máquina o factoría dionisíaca que produce y transforma, energía que da vida. El deseo es libre, huérfano, asexuado, y más intenso cuanto más capaz es de transformarse, de metamorfosis, no de encerrarse en una representación personal o en el triángulo de Edipo. En este escenario Deleuze otorga un papel decisivo a la estética partiendo de la idea nietzscheana de que nunca hubo arte sino tan sólo medicina. El artista es, dicen Deleuze y Guattari, médico de la civilización, y es su misión ponerse la bata blanca y el estetoscopio para así evaluar los síntomas neuróticos que se manifiestan en los cuerpos sociales. Por otro lado el crítico debe enfrentarse a la obra literaria como si ésta fuera el aire cargado que expulsa el enfermo que debe ser analizado para diagnosticar la enfermedad, en verdad para buscar el farmacon o la medicina que cure a una sociedad enferma. 

El diagnóstico de Deleuze no ofrece dudas y nos revela a una sociedad sin apetito, adormecida, embrutecida por la banalidad que difunden los medios, el mal del siglo ya no es sólo el tedio o el aburrimiento, sino el deseo encerrado en las salas de consulta, la desesperada búsqueda pueril por encontrar un padre que nos redima de la culpa y la angustia ante la vida y la libertad, pero existen eso sí excepciones culturales, notables ejercicios salvadores, obras escritas como empresas de salud, y aquí en el canon de Deleuze compuesto de sus obsesiones personales, de sus lecturas más reparadoras, aparecerán desde un casi desconocido Sacher Masoch, donde fulgura el masoquismo como una deriva de la imaginación redentora, hasta la novela norteamericana de Scott Fitzgerald, Henry James, o Melville (también la pintura de F. Bacon o Klimt, y el talento cinematográfico de Orson Welles). En estos autores Deleuze encuentra una medicina que cura del aburrimiento y del miedo, son autores que no hunden a sus personajes ni los “hacen rebotar contra la pared”, son obras que no conciben sólo viajes organizados sino al contrario surcan los océanos en compañía del capitán Achab de Melville, o viajan a los mares del sur como Malcolm Lowry. Son autores excesivos que sin duda traspasaron los límites huyendo como Bartleby de la escritura de encargo, que persiguieron líneas de fuga por territorios donde se alimentan las pasiones con toda la fuerza de lo virtual y potencial como despensa de lo posible. 

Pero frente a estas líneas de fuga que trazan nuevos espacios, existe también para Deleuze una literatura creadora de otros códigos, que conquista nuevos territorios pero mediante otro procedimiento, sin moverse del sillón, dentro del lenguaje mismo, a costa de romper o de plegar el lenguaje mismo. Es una especie de escritura que Deleuze testimonia se da en autores que escriben dentro de una lengua que les es extraña, que les es extranjera, lo que les permite, al modo del sofista, dominar sin prejuicios su discurso que se tiende hacia fuera hasta romperse, casi hasta generar un idioma nuevo. El alemán en el que escribe Kafka, por ejemplo, pero también el inglés de Withmann en su inspiración feroz, se convierten en dialecto extranjero dentro de su propia lengua, como un atajo o una emboscada para acercarse a la semántica y a la sintaxis con una potencialidad nueva capaz de arrancar nuevos sentidos. 

Hay en todo caso, en estos autores que gustan a Deleuze un aire común de fiesta o de feria a inaugurar, de tarde veraniega de sábado, de niño que avanza convirtiéndose en los objetos que ve. Se cifra en la grandeza de horizontes de temas y paisajes y en la necesidad de mezclar lo variado pero no sólo como acumulación sino como síntesis de elementos heterogéneos. Es la literatura del laberinto, o la escritura rizoma, o como llama el propio Deleuze, la máquina literaria, que busca nuevos sentidos en la conexión de elementos heterogéneos (1988: 334) en la persecución de lo finito pero ilimitado. Y es aquí donde se reconoce al Deleuze más futurista o posmoderno, es aquí donde cabe volver al principio de nuestros pasos y preguntarnos sobre el vigor y la actualidad del discurso deleuziano. Este modelo rizoma que soñó Deleuze de proliferación fértil de elementos, de síntesis de heterogéneos, de juntar materiales diferentes para crear una obra rica, con más recursos cuanto más abarque y ocupe, en espacio y tiempo, es de actualidad en la red, y en las nuevas tecnologías, en los nuevos soportes como el hipertexto electrónico, esa forma no lineal de escritura, ese texto que se ramifica y permite muchas vías o caminos de lectura organizado en una red de nudos que están conectados por links o enlaces. Por todo ello la estructura del hipertexto obliga a que cada lector o buscador cree su propio itinerario de lectura, su viaje nómada in progress por el laberinto que él mismo teje. De este modo recorrer un hipertexto es ir siempre a la deriva, o vivir el espacio y el tiempo propios e irrepetibles de cada itinerario en la intensidad variable de cada momento, y en la extensión nunca dada de antemano de cada camino. Así se produce la superación del tiempo y del espacio como marcos o formas vacías de un escenario donde se representan de una forma secuencial los fenómenos de lo real. Nuevos espacios virtuales, un tiempo que se multiplica, parece que estemos ante la profecía de Deleuze. Es él quién nos habla diez años antes del caminar del extranjero en el laberinto rizomático de la lengua que habla y escribe. Y es ahora el internauta quién configura su propio espacio-tiempo actual, su propio pasear y mirar el mundo a través de esta infinita biblioteca accesible desde cada terminal de ordenador desde donde cada uno puede construir su máquina de diferencias, su propio diario de información, su propio blog trufado de todo lo heterogéneo y dispar que pueda ocurrirse. Y ello representa un golpe de efecto sin duda para la terminología deleuziana de Mil Mesetas, primer gran hiperensayo, representa sin duda la continuación de una apuesta que Deleuze cifró en la diferencia, en la creación de sentidos en un modelo finito pero ilimitado que ahora se recorre sobre la superficie de la pantalla. 

En resumen, hemos visto dos principios o concepciones estéticas que guían las propuestas que Deleuze refiere a la escritura: la estética como teoría de la sensibilidad y la estética como clínica o como empresa de salud que libere el deseo creativo y trace líneas de fuga. Estos dos principios estéticos deben ser puestos a la luz de los proyectos generales de la filosofía de Deleuze de los que derivan, la inversión de la filosofía kantiana y la relectura de Marx que realiza junto con Felix Guattari. 

El proyecto de invertir a Kant exige girar el embudo del tribunal de la razón kantiana que sometía la sensibilidad al sujeto racional para abrir la experiencia posible a la realidad bruta, antes de que la filtre las categorías de la razón, poniendo en el lado estrecho del cono al ser que se despliega en infinitud de diferencias como un carrusel que no cesa de girar. Así el yugo que somete la realidad a la representación de un sujeto que la juzga mediante su cuádruple tenaza de la identidad, semejanza, oposición y analogía, es destituido por los bailes de la diferencia creativa, por las canciones de la repetición, ante un sujeto ya liberado del peso de ser siempre él mismo bajo su palio. La relectura del materialismo de Marx pasa por describir el estado moderno y sus nuevos sistemas de aglutinamiento, la doble pinza de los códigos y los territorios, y de señalar las líneas de resistencia y de fuga, las descodificaciones de los códigos mayores, las desterritorializaciones que hacen posible la apertura a nuevos espacios que ocupar. Aquí se inserta el gusto de Deleuze por los libros que hablan en una lengua única, Roussel, Brisset, una especie de lengua extranjera dentro de la lengua mayor, que amplía el campo de expresión, que traspasa los límites del lenguaje, como Artaud, Michaux, Melville o Cocteau, a la caza de la ballena o de la palabra original. 

En todo caso una línea general, un hilo lógico une las páginas de la obra deleuziana, es una especie de intelección antihegeliana que sobrevuela todo, pues invertir a Kant, recalificar a Marx, es sobre todo negar a Hegel, arrancar el pensamiento político y estético del delirio del espíritu subjetivo, de su demencial sistema totalizador que todo lo racionaliza para dominar y aplastar bajo su bota, de su punto final al que supuestamente la Historia camina, la paz romana del Estado de control total Leviatán. Por ello Deleuze convoca lo mejor del pensamiento nietzscheano y asiste a su alienación en estos dos principios estéticos que bien podríamos haber definido como el manifiesto de una estética contra Hegel, pues le permiten deconstruir o superar las tesis del filósofo de Weimar: el sujeto histórico se fractura en los viajes y en los recuerdos, su lugar de llegada no es sino otra partida para la experiencia y el goce, el tiempo se repite en nuestra memoria, el devenir del hombre es abierto y múltiple frente al final de la historia, la libertad del viajero o del navegante frente al triunfo de las banderas inmóviles del sistema y del estado. La guerra contra Hegel es la denuncia de un modelo absoluto que imperó hasta el absurdo en la segunda mitad del siglo pasado, pero que ha demostrado suficientemente su esterilidad y deficiencia, y del que conviene librarnos de todo su bagaje, sobre todo tanto de la identidad del Sujeto y su Verdad histórica como de la conciencia infeliz, a riesgo de que transmutado lo mantengamos en nuestras crónicas cotidianas pues para olvidar finalmente la tragedia que extendió la dialéctica hegeliana será preciso reafirmar la inocencia alegre del devenir, el lanzamiento de dados de la diferencia sobre el plano inmanente de una vida. 

Deleuze no reparte en áreas autónomas e incomunicadas lo estético, lo social, o el conocimiento, y ello porque su designio es preguntarse sobre el devenir de la vida, sobre lo que esclaviza a los hombres, y no existen doctores específicos ni ciencias fragmentadas para contestar tales preguntas. La filosofía de Deleuze es acaso como el propio autor señaló (1987: 370) teoría de los conceptos que suscitan el arte, la poesía, que son también sin duda los que suscitan y provocan el pensamiento mismo. Si como afirmó Foucault, pensar es azar, teatro, y perversión, entonces, como en un trance alrededor de la hoguera, resuena ese concepto fortuito que revierte la escena familiar, tras todo el trabajo de las sensaciones, y entonces surge el pensar y la inspiración desde donde cabe esperar una obra digna de admirar. Pero además Deleuze con su inocencia proteica se imaginó la síntesis del devenir de Heráclito con la unidad del ser parmenídeo, bodas contra natura, o trató de tender puentes entre dos ríos desbocados o dos soledades, Spinoza y Nietzsche, persiguiendo siempre la delgadísima línea que serpentea entre el exceso de la razón y el defecto de la irracionalidad vital. Siempre creyó que sólo le faltaba al ser spinozista que girara con todos sus modos a través del eterno retorno nietzscheano para que así una escritura impersonal surgiera, dejándose invadir por lo esencial, mientras entre la furia de los hegelianos y sus tristes epígonos Deleuze impartiría la lección nómada, el deseo de ser múltiple y otro, de no encerrar al hombre en lo triste y en lo conocido. Y todas estas lecciones serán válidas para el siglo que olvidó definitivamente las falsas transformaciones, aunque quizás haya perdido también el hilo que sujetaba Ariadna, el que nos conduce al centro del laberinto, frente a frente al minotauro. Encontrar ese hilo sería el lema del siglo que se ha de repetir durante años, un hilo que nos empuja hacia delante, que nos enfrenta a nosotros mismos con nuestro desconocido devenir. Seremos más fuertes si somos capaces de transformarnos en otra cosa, igual que Deleuze, en el eterno retorno de unas tesis que ya son de todos, que ya forman parte del andamiaje de nuestra cultura. 

Como afirma Deleuze: “Croire au monde, c´est aussi bien susciter des événements même petits qui échappent au contrôle ou faire naître de nouveaux espaces-temps. Il faut à la fois création et peuple” (Deleuze, 1990; 239). 

POEMAS


RACIONALISMO
Racionalismo sin descartes.
Psicópatas en coordenadas con estrías.
Sueños de opio que producen monstruos.
Prometeo que robó el fuego no se llevó la gasolina,
así que las vestales están encadenadas, y con ellas el resto de nuestros recursos.

Las mañanas de Estocolmo te reportaron sus heladas sombras.
La reina Cristina bebe absolut con naranja sobre tu cadáver. Y entre las coordenadas se trazan las parábolas de la disección que el bisturí practica. Sobre la mesa el male de las Brancas y Paso de Calais ayudan a mostrar a los alumnos intrigados los tendones del brazo del hombre de Vitrubio.
Otros bocetos para otros hijos de San Luis.
El príncipe Sforza solicita más ayuda en vano mientras los turcos se acercan hacia Malta.




GIN FERRER
Y si se empana de una galega deja a Rosalía de Castro recitando en la santa compaña sus versos.
Y a Cunqueiro haciendo rimas con farewell.




AMARILLO SUBMARINE
Es amarillo el suicidio,
y la piel de los prostáticos,
y también la bilis del hígado,
y la hepatitis,
y la mierda real,
y los marines en descomposición a plena luz en Mogadiscio,
y el aire caliente de las tardes de verano cubierto de moscas,
y las calles de los pueblos de carretera donde en los clubs se da sólo la lluvia de Zeus en los lavabos,
el cloroformo de la pietá y toda Roma vaticana desde los balcones de pinzio,
y el último libro de Romeo y para siempre la tez de Julieta envuelta en gasa desoxigenada,
y la flor del narciso que en vena tomaron los corazones solitarios,
cielo de vainilla para las noches de limón con el que cortaban el polvo blanco de los idiotas.
Y la pietá de Miguel Ángel,
Y la camiseta vaticana gialla como la calva de Ratzinger.



DELEUZE
"Félix, il y a aussi  l ´oiseau"

Y era también el pájaro,
Además del  simulacro puesto en el abismo de tu repetición.
Y era también Guattari otro confeso con el que escribir otro póstumo libraco para los restos.
Y eran los afectos de los perceptos, y los perceptos de los afectos,
Y era la reescritura, el ya no estar a la altura, decías mientras rompías los cuadernos,
Y luego vino Badiou y el siglo que ya no será sino japonés…

Y aún te mueves en tu tumba porque sigues cayendo en el abismo,
Porque el tiempo parís sigue en su línea recta implacable,
Y en la tumba ya no te quedan más gauloises que fumarte perro empedernido
porque debajo de los adoquines no había playa, ni deseo,
sino un agujero aún más profundo y negro que tus pulmones.
Y en ese devenir molecular, imperceptible e infinito ya nadie ni nada te acompaña en tu línea de fuga que ninguna geometría puede trazar,
 ni representarse salvo como el afecto que se hace más intenso,
el afecto de la percepción de la landa mayo de 1968, de la nieve cualquier invierno tullerías,
barricadas de algas, corazones de estrellas, fuegos de dunas desiertas,
y la percepción del afecto que gravemente permanece como la sonrisa del gato de Alicia por siempre,
como tu nombre escrito sobre la arena,
como tu nombre escrito por las hojas sobre el cielo de Limousin.








DIOS MUEVE FISCHER

Dios jugó al ajedrez  en la sexta de la serie de Reikiavik
bajo la figura de un alfil rubio de americana blanca,
afuera comúnmente el frío era helador,
aunque en los pubs se bebía absolut con hielo,
entonces  bobby tocó el peón del caballo abriendo la flecha ardiente hacia el corazón del gambito de Capablanca,
defensa invencible hasta aquel día en la sexta confrontación de la final de Reykiavik en la que Dios jugó de americano contra la muerte del séptimo de Bergmann.

Afuera era el 72 en plena guerra fría,
aunque se bebía vodka sueco con naranja helada,
y la crisis de bahía cochinos aún echaba humo en los teletipos,
Marilyn llamaba desesperadamente
como  Rick a la Bergmann en el corazón de Casablanca,
en la sexta de Reikiavik el americano jugó la apertura de dama,
y en el colmo, cuando sonaban las trompetas de los ángeles,
el capitán Renault recogía sus ganancias.




LAS REGLAS DEL JUEGO





Hay un tema clásico ya desde Heráclito que es la dificultad del juicio para salvar la relación entre la verdad y el tiempo. Lo que la posmodernidad rebautizó como el problema del sentido. Esto presenta una dificultad casi insalvable para el logos, y para la teoría por tanto, y es la clave de que en la ciudad los juegos sean a menudo indescifrables y que equivoquemos nuestras apuestas y las intenciones de los demás. Pardo lo expresa mediante el retraso que existe entre el juego uno y sus reglas, parecería que las reglas siempre vienen después, están después del juego. Jugamos y después vemos si hemos jugado bien, si hemos jugado correctamente, o si hemos inventado una nueva regla. Jugamos a ciegas: Escribir un manuscrito para editarlo o para ganar un concurso, mandar una carta de amor, o prepararnos para un acontecimiento musical o deportivo, siempre falta algo, hay una carencia de sentido. Vulgarmente diríamos que nunca está abolido el "hazard" de errar, perder, o peor salirse de las normas, y ser considerados tramposos o indignos. El sentido del juego siempre nos llega tarde, diferido, desplazado, la regla de juego se hace presente al final, es posterior al presente, es siempre pospresente. Pardo lo define mejor que yo: el tiempo es una sucesión ininterrumpida de ahoras, pero el sentido se da todo junto, al final. En el caso más dramático sólo al final Edipo comprende el sentido de la profecía del oráculo hecha al nacer, que es el sentido de su vida, que es en verdad la regla que no debió traspasar pero a la que parecía destinado para simbolizar un juego trágico.

La teoría pues es un método de división que separa las cosas entre sí por sus junturas como si hubieran estado siempre allí pero llega tarde, no se da a la vez, hay una falta o carencia de significado que se da luego como anágnorisis de vez, como una revelación, las cartas se ponen sobre la mesa y se descubren después. En el sentido aristotélico de la tragedia definida como el relato que termina mal, parecería que hay que esperar al final, a la última partida para definir toda la vida de un jugador. Mientras vivimos a ciegas sin saber que representamos realmente. Una tragedia, o una comedia, una farsa parece a veces.

Y junto a ello, otro problema aún mayor que el retraso, o la condición de carencia de significado, es la imposibilidad de traducir todas las jugadas implícitas y hacerlas explícitas en las reglas, no hay de ningún modo simetría ni correspondencia. Lo que Lacan o Lévi Strauss definían como exceso de significante ¿Cómo llevar las reglas al infinito para poder responder a cada una de las posibilidades del juego? Ante esa falta de correspondencia surge otra grieta en el pensamiento que no puede salvar teoría alguna y en la que por ejemplo Sócrates encuentra su perdición. Sócrates acusado de impiedad, de haber corrompido a la juventud con sus enseñanzas, acusado pues de que sus acciones o sus creaciones eran en la práctica corruptoras o perversas, en su defensa ante el tribunal no puede contar su vida verosímilmente para que aflore el sentido ¿Como podría dar la razón de las reglas de su conducta de toda una vida? ¿todas sus acciones pedagógicas de tantos años como etiquetarlas en buenas prácticas? Primero porque no tiene todo el tiempo del mundo, la clepsidra se lo va a impedir, si hubiera podido relatar toda su vida entera quizás habría aflorado el sentido, el de su honestidad pública, pero no tiene 60 años por delante, ni espectador que pudiera aguantar tanto. Segunda consecuencia de la ley del exceso del significante, Sócrates puede afanarse en dar prolijas explicaciones sobre algún asunto concreto pero tampoco puede el sentido brillar, no se da cuenta convenientemente de la regla de su juego, en cada síntesis de un episodio, tras cada anécdota asoman dudas al que escucha suspicazmente, quedan flecos de los que tirar, significantes flotantes y ahí en ese desajuste fatal donde afloran otras posibles interpretaciones sobre lo que Sócrates hizo o dejó de hacer lo que le lleva finalmente a la condena al mejor de los hombres, al hombre que amó Platón, sabemos que fue condenado en primera instancia por unos pocos votos realmente. Qué importante es esto. No tengo dudas de que sobradamente conocía Sócrates este desajuste fatal, la regla de este juego de la infamia y de ahí su ironía hasta el final para comprar su libertad a precio tan ridículo que le reportó la condena final.

El juicio llega tarde, el enamorado o el científico entienden el juego y sus reglas a posteriori del batacazo, por la carencia de sentido, y aún después es posible que nadie sea justo con ellos por el exceso de significantes. Y aún hay más peligros, cómo nos hace constar Pardo: qué complicado es el juego. Por un lado están los tramposos, los que no quieren perder, y así ahí entre el desajuste del sentido y el tiempo se hace fuerte el sofista para hacer crecer falsedades y ocurrencias y salir indemne o victorioso a pesar de haber jugado a otro juego, o haber inventado improvisadamente una norma ad hoc. Pero peor que estos, pues quizás el dicho castellano tenga razón, está el autoengaño de la razón. El sujeto moderno armado de razón la esgrime y la hace blandir con contundente despropósito. Y así Pardo señala cómo intenta este sujeto superar la fractura entre tiempo y sentido para salvar al logos, a la razón con mayúsculas: Cuando se crea el Sentido Único, Grande y Libre. El sentido engulle todo el tiempo. El juicio único subsume todos los juicios, la única regla del juego viene dada de antemano, sea esta temer a Dios, o crear el paraíso republicano o comunista. Todo conspira y apunta hacia el sentido único en el que convergen Dios, mundo y Yo. Pero claro aquí no es posible que viva la teoría, ni pensamiento ni logos sino la teología o el Fascismo que construye un sentido que eternamente flota sobre el tiempo que pasa como si nada. Un juego realmente muy aburrido.

La segunda es a la inversa darle al tiempo todo el sentido en sí mismo, que cada instante de tiempo posea todo el sentido al modo de la poesía de Baudelaire por ejemplo, o un eterno retorno del instante como dador del sentido al modo de Nietzsche o incluso los estoicos y su noción de acontecimiento. Así el tiempo se constriñe a un presente virtual de vanguardia, a un momento nuevo y extraordinario que reduce el pasado a vísperas de cenizas a la vez que contiene todo el futuro en sus manos. Este es un panorama que conocemos bien los profesores de los institutos donde los jóvenes enfant terribles hipertrofian el juego uno, pues son los ultimos en llegar y sin embargo creen que son los únicos. Será raro que se logre dar así con una visión duradera, mas bien al contrario, las novedades se devoran a sí mismas sin digerir, la idea de tiempo inactual produce el monstruo de la experimentación cada vez más vertiginosa, donde todo es proyecto, semilla potente e incomprendida porque creen en que algún día venidero recogerá sus frutos y encontrará su público que está por detrás de ellos. El artista novel desecha toda regla conocida, y en un grito cree lanzar un mensaje lleno de sentido intemporal, como si pudieran así emular o conquistar el buen juicio de tantos artistas que como Munch supieron representar aunque tarde el dolor de una generación o de una guerra.

El profeta anticipa el sentido de lo que va a ocurrir, el joven creador se siente el mesías del tiempo nuevo, el teórico o el filósofo como Sócrates con mucho esfuerzo sólo dice después lo que ya era antes, la deuda que hay que pagar a Esculapio, el sabor amargo de la cicuta. Por eso dialogar con el profeta o con el adolescente resulta inútil. Con el déspota o con el iluminado también. Creen usar la razón convenientemente, se creen teóricos porque dicen relacionar juegos y jugadas, pero ambos han roto la baraja, no dan cartas, retienen el tiempo en la jugada ganadora porque tienen todo el sentido los unos, porque tienen todo el tiempo los otros detenido. La teoría es diálogo pero este sólo es posible en la ciudad libre. Y en sus inicios el teórico es el extranjero, extraño que mira desde fuera de la ciudad y que alcanza de repente la lucidez del juicio, que posee la viveza de ver una jugada y la regla explícita del juego, para así que surja como una imagen, o una idea que da que hablar. Una extraña videncia que se da a veces para emitir un juicio que hace ver, por el que de golpe se tiene algo que es muy diferente de la mentira del sofista o del dogma del profeta de la boutade del artista novel, que es una apuesta, comprometida si se quiere, muy razonada, pero una apuesta que vincula un nombre a un ganador, una acción a un resultado.

Parece que hemos llegado a puerto, a una resolución, pero Pardo se ha guardado un as en la manga, y el desenlace final se suspende. Hay que precisar algo sobre este desfase entre tiempo y sentido de la teoría que está ya animando toda la filosofía de Platón. Hemos dicho que uno de los problemas o paradojas de la razón o de la teoría es la carencia de sentido y que se da porque el juego es anterior a las reglas y no es del todo cierto. Pues siguiendo la analogía cabría decir entonces que el habla es antes que el lenguaje, la creación literaria antes que la escritura, el individuo anterior que la ciudad o exagerando más claramente el estudiante o profesor universitario anterior a la universidad. Una vez más es por culpa de nuestra lógica que vemos después lo que ya estaba antes, y esto es un descubrimiento íntimo que nos va a desvelar Platón, o acaso Sócrates antes que él, pues si lo que vemos después ya estaba antes, entonces esa posterioridad es anterior y por tanto primera, previa, entonces siguiendo el razonamiento diremos que realmente es la regla del juego la que hace posible al jugador, es la ciudad o el territorio el que ha creado su propio ocupante, (son las reglas del lenguaje las que crean un hablante de ese idioma), es la Universidad la que acota con sus reglas y normas el juego de profesores y alumnos. Y sin duda alguna como no estar de acuerdo con Aristóteles con su sentencia más repetida y sin embargo más bella en la historia de la filosofía, el hombre es un animal político, es decir, nace y se hace en la polis, es hombre, más que animal y menos que un dios porque es político, es decir que vive en la ciudad. Somos de la ciudad, somos polis, somos políticos. Y aún añade más: El hombre es hombre porque habla en la ciudad, porque habla de la ciudad; de los juegos de la ciudad diríamos. A diferencia de los animales que jamás cuestionan las reglas de la comunidad en la que viven gregarios, si es que las tienen, pelean por ocupar los lugares de privilegio sólo, Aristóteles precisa que el hombre tiene lenguaje, logos, para señalar la norma que cree que es injusta, para criticar tal o cual acción, para denunciar la jugada tramposa, para admirar la jugada ganadora, para corregir y rehacer las reglas. Diremos nosotros para relacionar una jugada y su regla: PARA HACER TEORÍA.

Pero volvamos a la cuestión fundamental: La carencia de sentido o de significado se da entonces no porque se da primero la jugada y después la regla, sino porque el juego es social y es político, de la polis, y por tanto revisable, temporal y caduco, en última instancia toda jugada es provisional, todo jugador puede ser destituido. Es a posteriori, sí, sólo a posteriori se dicta la justicia, la proporcionalidad de la jugada, sólo a posteriori se da el sentido pero nunca se cierra. Siempre hay una carencia que puede ser rellenada. Con el tiempo los ciudadanos deciden y cambian las flechas de los sentidos, las normas que rigen sus prácticas, las reglas con las que dotarse. Sólo después era Napoleón ya no un intrigante o un rebelde abyecto sino emperador y luz de la civilización. Y tras su destierro fue otra cosa que cambió a medida que recorría kilómetros del camino de vuelta en los alpes hacia París. Ni tan siquiera podemos decir que tal premio literario queda en la historia para siempre, los cánones también se revisan, el olvido llega a cubrir a los antaño vencedores, el descrédito o la infamia pueden enterrar leyendas imponentes. O como señaló Popper todo juicio por más científico que se presuma juega a la ruleta rusa, más tarde o más temprano se desmonta la fatigosa teoría trabajada durante años de que todos los cuervos son negros y sale la bala del cuervo gris o albino que la echa por tierra.

Nos hemos ido de la mano de Deleuze y hemos abandonado la lectura de Pardo para quien también la regla es posterior pero anterior, y la posterioridad de la teoría es también una posterioridad anterior, pero menos jurídico que metafísico, Pardo cree que el hombre dice apofánticamente lo que es el ser, como si de algún modo la teoría revelara al Ser mismo. Es a la manera de Spinoza que el ser se expresaría en los modos, y los modos expresarían el ser. Habría un calco entre lo posible y lo visible o entre lo trascendental y lo empírico. Pardo seguiría la lectura que ya instituyera el Romanticismo alemán de Schleiermacher con Platón cuando cuenta en el mito de la caverna la dificultad de ver las ideas como entes eternos trascendentes en el limbo de los dioses y como sin embargo el humilde esclavo las tenía en su interior sin saberlo y el maestro sólo le enseña lo que ya sabía, le hace ver lo que ya estaba antes en su interior, en su cuerpo, en la genética de una especie. Igualmente Pardo deduce que conocer es progresar hacia sí mismo o lo que es lo mismo la teoría no se alcanza sino después de un largo proceso de liberarse de ropajes superpuestos para desnudar la mirada y ver lo que ignorábamos que sabíamos.Pero en todo caso aun en desacuerdo con este determinismo final de Pardo en el camino se muestran evidentes todos los obstáculos que salen al paso del logos, del teórico, del que quiere medir con justicia una acción en un mundo. Pues la teoría y la filosofía en su insuficiencia revelan a su manera el arcano, el origen mistérico del que todo mana y procede, y peor aún todas las paradojas acechantes del tiempo que Aristóteles, quizás el más inteligente de todos los hombres, aunque esto sea sólo teoría, pretendió superar sin lograrlo pues como suturar las diferencias y los retardos, como hacer compatible el tiempo de una vida con su sentido, como dar cuenta de todas las jugadas posibles en las reglas que les corresponden y en los efectos que suponen, habida cuenta además de la provisionalidad de todo discurso, de toda ciudad ya sea Cártago o Roma, como conjurar por último a los tahures y tramposos y trileros del sentido.


Hay algunos bellos libros que en algunas páginas nos dicen cómo son los juegos de los nativos, las trampas del sofista para una ciudad del engaño, los delirios del profeta para una ciudad huérfana, pero sin embargo de los secretos de la fisis, de la naturaleza o de la vida, del origen del cosmos, del destino de la raza humana, del sentido de la ciudad o de la especie, nada sabemos y de lo que nada sabemos es mejor, a diferencia del sofista y del profeta, callar. Pues más allá de todo esto, de esta rara alianza del juego y sus reglas, no hay sino silencio o locura. Tras este sentido siempre cambiante pues es humano y es dialógico sólo encontramos sinsentido. Por ello, este saber a veces parece pequeño e insuficiente, y sin embargo presenta la lucidez de mostrar un acontecimiento en el saber, un leve descubrimiento que salta y desplaza una frontera, y así las prácticas de la medicina, del álgebra, del entretenimiento se enriquecen, se llenan de redes de complejidad que dan lugar a más apuestas, a otras experiencias. Esto es teoría, y sin duda no se da en el dominio de la tiranía ni en el dominio de la sofística, es decir, mediante la eliminación tiránica de la política, o mediante la conversión sofística de la filosofía en un saber recopilatorio enmohecido y escolástico. Sólo cuando no hay tiranía ni sofística puede florecer la filosofía, y es a costa de que la propia ciudad se ponga en cuestión sus propias reglas.

Esto es hacer teoría y esto es lo que debería ser enseñado en las escuelas, esto es el aprendizaje para Pardo, cómo aprender a hacer un guiso, un poema, una canción, a hablar un idioma extranjero ¡Y cómo enseñar a ver! ¡cómo ser docentes, cuándo se confunde el aprendizaje con un conjunto memorístico, con unas recetas desangeladas¡ no nos queda otra que seguir a Wittgenstein que la teoría no es un corpus a conservar ni una cháchara liante y sin fin sino un diálogo que como una pértiga se usa para saltar y una vez arriba se deja caer o se tira. 

MIRAR EL MUNDO


La teoría es una actividad que no se puede separar de su origen griego. J.L.Pardo ha explicado muy bien en su ensayo la regla de juego el fundamento mismo del mirar del pensamiento, es decir, de la teoría, ya sea política, ética o literaria, y su dificultad de hacerla y de hacerla útil, de enseñarla y de aprenderla. Este tema no es nuevo pues data ya de la Antigua Grecia al igual que la ciudad, la polis, que es la otra característica definitoria de Occidente. Precisamente Aristóteles diferenciaba Poiesis, Praxis y Teoría que se refieren a las tres formas de actividad esenciales para los griegos: la vida técnica centrada en la producción; la vida práctica, centrada en la ética y la política, y la vida teórica o contemplativa que supone la reflexión sobre los otros dos tipos de vida.

Hay que recordar en primer lugar, que Poiesis que en nuestra lengua ha dado poesía en su origen significa creación en general. La vida poética es, pues, la productiva, la centrada en la fabricación de objetos externos al propio productor. Por su parte la praxis, la práctica, es una actividad cuyos efectos recaen o se predican sobre la persona del que lleva a cabo dicha acción; sus dos formas esenciales son la ética y la política: el arte de desarrollarse y mejorarse a sí mismo mediante el cuidado de sí y el arte de gobernarse los hombres a sí mismos en la sociedad. Poniendo un ejemplo: Creación o fabricación poesis se da cuando alguien crea algo, un mecanismo circular que gira con las manos, manivelas, o con los pies, pedales, o también unos versos y la praxis por otro lado sería toda la política de cómo y por donde circular, competición, medidas de seguridad, qué rango tiene el que lo practica, qué se permite en la preparación, qué es el dopaje, o también qué es arte, qué no alcanza o cumple eso, géneros, ediciones, etc.

Por último, además de la poiesis y la praxis estaría la teoría, etimológicamente la mirada, que relaciona a los otros dos. Así decimos este pedalear es de un ganador de tour, o también este manuscrito va a ser un superventas o un best seller. Es decir que su estatuto es propiamente casi el de no ser, es un fantasma que sólo une, es sólo nexo que une o separa. Pardo siguiendo a Aristóteles señala que si la poiesis recae sobre el sujeto y su esencia, y la praxis es predicado, la teoría une y consolida a ambas en el juicio, S es P., o X es igual a Y en función de tal o tal variable.

La teoría une dos elementos, creación o acción productiva que es como un juego, y dos la praxis o política que es como las reglas o conjunto de reglas de ese juego. Este esquema triple de los griegos se explica mejor para Pardo siguiendo la metáfora witgensteiniana que interpreta la teoría o la filosofía, lo que viene a ser lo mismo, como el cuaderno de un antropólogo que analiza las prácticas (juegos) de los nativos, y explicita sus reglas que son implícitas para los actores.

Efectivamente vemos al explorador haciendo preguntas a los nativos y estos contestando con naturalidad y al primero tomando notas. Si bien es cierto que no será fácil que se reconozcan los nativos en el cuaderno ni al lector del cuaderno a los nativos si los llega a conocer, estamos de acuerdo con que todo aspecto o esfera de la vida se puede comprender como un juego que va a comportar su regla y viceversa. La teoría se describe como esta tarea del explorador de desentrañar no sólo las pautas estructurales sino las reglas que trabajan por debajo. Pero no pensemos sólo en las sociedades antiguas o primitivas también en las nuestras, las modernas, jugamos dentro de unas reglas, y analizamos las jugadas y sus resultados dentro de ese marco.


El juego 1 es el que practican los nativos sin saberlo; el etnólogo practica un juego 2 que refleja el juego 1 y hace explícitas las reglas del juego uno que estaban implícitas.

De modo que para alcanzar la primera fase de nuestro viaje con Pardo podemos deducir con él que hacer teoría es preguntar ¿cómo se juega a este juego? ¿Qué reglas del juego rigen los juegos literarios por ejemplo o deportivos? Y así la teoría sería como el explorador que se pregunta a que juega el autor y con qué reglas, qué respeta, qué deja fuera, que potencia, que tiene prohibido, y buscando las reglas del juego estaremos nombrando el hecho mismo o juego mismo literario.

Pero cuidado, desde Aristóteles vemos que la teoría no es sino la flecha que enlaza o relaciona los dos puntos, y si hacemos teoría sobre la teoría es simplemente para dimensionarla en el todo. Pues si el juego 1 es la producción y el juego 2 las reglas de la polis, la teoría no es un juego 3 que se añadiría a los anteriores, sino que es la relación entre el juego 1 y el juego 2, o lo que es lo mismo, entre el sujeto poético y el predicado o atributo de la praxis. Diríamos enfáticamente que la teoría es el lugar donde los atributos encuentran un sujeto o una acción que los hace presentes, actuales, reales, carne, se encarnan, así el atributo campeón del tour, o el atributo best seller, se hace carne o sujeto, y que también es el lugar donde a un sujeto se le atribuye algo, deja de ser desconocido, mudo, se objetiva, se torna social, comunicable, incluso con sentido, con un sentido, como dirían los franceses se produce el acontecimiento, como por ejemplo cuando tal libro es merecedor de recibir un premio literario o un corredor de ganar una carrera. Es pues una relación, Contador es un gran corredor de tour, Cervantes es un escritor moderno, es un pliegue, una bisagra, una puerta como diría Lacan, pero no por tanto un metalenguaje o un código. La teoría no es un juego tres que habla solamente del juego dos, un discurso que compara o compila prácticas, como tampoco un discurso tres que habla del uno del que aisladamente sólo puede señalar obviedades o majaderías sobre la biografía, carácter, personalidad o look del sujeto. Y menos un discurso sobre otro discurso. Un discurso cuatro sobre el tres etc.

No basta con el trabajo como el que realizaría por ejemplo un sociólogo señalando las reglas del arte que regulan el gusto en los campos artísticos desde una sociología histórica muy precisa y positivista, pues reduce a la teoría o a la filosofía al juego dos, se nos puede señalar la recepción política de una obra, del papel que se otorga al creador en la sociedad como vanguardia o tradición, pero sencillamente para Pardo no se hace teoría literaria, ese metajuego que analiza y compara los juegos dos históricos será un estudio comparado de la praxis, una descripción de modelos prácticos o pragmáticos, que resulta interesante, pero es otra cosa. Crear un juego tres sobre el dos cortocircuitándolo del juego creador uno, conlleva además una pérdida muy precisa desde el punto de vista del alma de lo qué se está analizando porque toda creación tiene su otro polo, la producción artística está en los dos lados, ya en el lado del juego dos, pero sobre todo es un puro juego uno en lo privado, como se ve especialmente en los grandes genios creadores. En ellos, en los grandes, se hace especialmente visible el trabajo o la alegría de crear la forma expresiva, hay esa lucha casi brutal con los materiales sonoros y pictóricos para extraer una forma propia de representación. Pero también por el contrario hipertrofiar un discurso sobre el juego uno sin tener en cuenta el dos reduce la obra del artista a una crítica manierista y formal de manías y brochazos, insignificantes para la polis.

Claro este papel de la teoría de decir lo que son las cosas señalando una cualidad de la praxis del juego, no se confunde con la compilación o el archivo de juegos y jugadas que sería lo propio de la ciencia o de la universidad, cuya misión es conservar el saber, sino el de simplemente cualificar cada jugada según unas reglas, valorando los objetivos de las acciones, así diremos que los caligramas de Apollinaire son escritura visual de vanguardia, o este manuscrito es un best seller para estas navidades, no es un juego otro, un juego tres, sino que es la visión que se captura explorando las reglas del juego, y situando las jugadas de los jugadores dentro de la historia de las partidas. Porque claro, ya Derrida en lécriture et difference lo advierte, las estructuras no son inmóviles, cambian y por tanto las reglas de juego van cambiando también y cada acción se puede leer dentro de una dinámica de acción, reacción, revolución, tendencia, moda, pasado. Por ello he dicho que la teoría es simplemente esta mirada que relaciona.

Simplemente casi nada. De repente surge la visión y decimos ¡anda si esto era así!, ahora caigo, ahora entiendo, pero esto sólo ocurre muy de vez en cuando: cuantas conversaciones, páginas, meditaciones en vacío, son a estos efectos nada, accidentales, y qué pocas nos son o han sido esenciales. Y cuántos críticos nunca escapan de reduplicar lo artificial, de crear otros juegos que doblan los anteriores con mucho sudor y empeño. Pues no se puede ser teórico o filósofo por el mero hecho de querer serlo. Es casi siempre por la dificultad de la tarea de la crítica que la hace casi imposible que se acaba como predicando cosas sobre el vacío o haciendo profecías infames sobre los sujetos, en lugar de juntar unos a otros por sus lindes naturales en los contextos pragmáticos.


Es un saber difícil, dificilísimo, asegura Pardo, pero no imposible. Cierta decepción surge desde Aristóteles pues habíamos creído encontrarnos con unos conceptos tan bien armados, como Atenea al nacer, con un logos potente, y nos encontramos como el náufrago Ulises en medio del mar en oleaje pensando como escapar de tantos peligros y cómo clarificar las apuestas, pues en rigor preguntarnos por las reglas supone también discernir como un cirujano sobre la piel la bisagra que articula la diferencia entre el sujeto y el predicado con dos juegos que tenemos que engrasar y conectar por sus múltiples ramificaciones: la ciudad de la comunidad primitiva, la cultura de la naturaleza, pero también el deseo de sus límites y sus tabúes, el habla primordial del lenguaje, pero también entre la acción puntual y la Historia, entre la creación espontánea y la cultura que la integra. Si todo fuera más fácil sería tan fácil aprender y enseñar lo aprendido. Pero la teoría es la comprensión de una diferencia, diferencia que a veces parece irreductible y otras invisible, que es una diferencia que muestra una identidad que estaba oculta, es una archidiferencia o una differance, si se me permite citar de nuevo a Derrida. Y esto es muy difícil de explicar o de enseñar. 

EL APOCALIPSIS SEGÚN SAN JUAN


DELEUZE Y EL RESENTIMIENTO Y LA DEUDA DIFERIDA


EL evangelio de San Juan es aristocrático, individual, dulce, amoroso, decadente, incluso culto. El Apocalipsis de San Juan es colectivo, popular, inculto, destila odio; frente a la cultura de aquél, éste es salvaje. No pueden ser del mismo autor. Pero el problema no es de autoría sino de dos mundos, dos regiones del alma, mientras que el evangelio trabaja el amor humano, espiritual, y Cristo inventa una religión de amor como una práctica, no como una creencia, el Apocalipsis aporta una religión de Poder, una creencia, una manera terrible de juzgar. En lugar del don, una deuda infinita. Ya Nietzsche en el Anticristo ha opuesto a Cristo, el profeta buda que nos libra de los sacerdotes, y de toda idea de castigo, falta, juicio, muerte, a San Pablo que sujeta a Cristo a la cruz, que crea la creencia en la inmortalidad y la doctrina del juicio. David H. Lawrence comenta el libro de las revelaciones del Apocalipsis, muy poco antes de morir, es su última obra, y aquí comenta la oposición Cristo con San Juan recogiendo la flecha del Anticristo de Nietzsche. Deleuze la recoge a su vez.

Y en su análisis Cristo y su empresa es individual aunque no se opone a la colectividad. Y se dirige muy poco a lo que hay de colectivo en nosotros. Su problema era primero deshacer el sistema del Antiguo Testamento y del poder de los sacerdotes judíos, pero sólo para liberar de esta tenaza el alma individual. Cristo es Sócrates. Pero al César le deja su parte, al césar lo que es del césar. Es por ello que él es aristócrata. Cree que una cultura del alma individual es suficiente para aplastar los monstruos arraigados en el alma colectiva. Error político. De hecho, Él no deja de decepcionar, de traicionar a sus apóstoles y discípulos. Parecería que lo hiciera a posta. Él no quiere ser un maestro, ni ayudar a sus discípulos, sólo amarlos, pero como señala Lawrence jamás se ha mezclado realmente con ellos, ni trabaja junto a ellos, está sólo todo el tiempo, no es su líder. De hecho sugiere Lawrence que Judas se ha sentido traicionado por él, por lo que traiciona a su vez. Y luego se lo hacen pagar bien caro a su vez el resto de apóstoles en la manera de traicionar la nueva, falsificar y trucar lo acontecido. ¿Y qué ponen en valor Pablo y Juan? El alma colectiva, la parte olvidada de Cristo. El Apocalipsis pone en valor la reivindicación de los pobres, o de los débiles, aquellos seres tan reducidos que sólo tienen alma colectiva.

El cristianismo se convierte verdaderamente en el Anticristo. El cordero que muerde, el cordero carnívoro que grita es por vuestro bien y por la causa común. Esta figura es también la del pensador moderno que conquistó muchas fuerzas populares en los setenta, con piel de león, y grandes dientes, este cordero no necesita vestir como un cura, o de ejército de Salvación. Este cordero da a Cristo un alma colectiva, y eso que quiere el alma colectiva es el Poder. Pero no un poder terrenal, local, parcial, temporal. Quiere el poder de Dios, el poder del Juicio. Cómo ridiculiza Aristófanes en las ranas. Voluntad de destruir, voluntad de introducirse en cada rincón, voluntad de ser siempre la última palabra. Triple voluntad que no es más que una, obstinada: Padre, Hijo, Espíritu. Poder de venganza. EL cristo ya no es salvador, ya es destructor. Él que no juzgó nunca, que no quería hacerlo, que no quiso tirar ninguna piedra...
Giordano Bruno

Los judíos ya habían inventado en su ambición la idea de pueblo elegido que espera su profeta, es el destino diferido. Ahora han consumado con el Apocalipsis un programa maníaco sin precedentes. Un gran espectáculo, un gran libro-programa: los siete sellos, las siete trompetas, los siete golpes, la primera resurrección, el milenio, la segunda resurrección, una especie de Foliés- Bergiere con ciudad celeste, y lago infernal. Hay una espera, la venganza fría. Ya no se espera un profeta que traiga algo nuevo, el destino diferido judío cambia de sentido con la muerte de Cristo, ahora se espera el final, ahora la tarea es la espera de este tiempo monstruoso que falta.

El Apocalipsis tiene un fondo judío: Representa el nacimiento de una moral de recompensa y castigo, de pecado y condena, la necesidad del sufrimiento del enemigo largo tiempo, la alegoría como expresión de la moral. El Apocalipsis ya no es sólo el campo de concentración del Anticristo, y no olvidar las semejanzas pues el cordero marcará 144.ooo personas y la Bestia, ya es o remite al estado mundial absoluto, a la instauración de un poder mundial, jurídico-moral. Los símbolos paganos y su capacidad de dar pistas para la acción se mudan en alegorías que cierran el sentido en su dogma, la visión se transforma en palabra, en lectura de la verdad revelada.

Cristo había inventado una religión de amor, o sea, una cultura aristocrática de la parte individual del alma, el Apocalipsis inventa una religión del poder, un terrible culto popular de la parte colectiva. Del cristo evangélico al cristo con la espada entre los dientes. No es el mismo Juan el que escribe el evangelio y el que escribe el Apocalipsis. Y  por tanto quizás están más unidos que si hubiera sido el mismo. Y los dos cristos están más unidos que si fueran el mismo como las dos caras de una medalla. No es que Cristo tenga una negligencia en olvidar su lado colectivo. Es que en su forma de amar, hay un afán de dar sin tomar nada. Hay algo de suicida en esta actitud de no guardarse nada. Poco antes Lawrence escribe una novela, El gallo fugitivo o el hombre que murió de 1929 poco después de escribir el amante de lady Chatterley de 1928, donde imagina a Cristo resucitado, me han desclavado antes de tiempo, pero también descorazonado, que ha vivido el calvario y dice nunca jamás. Pues se reencuentra con Madalena que quiere darle todo, pero percibe en el ojo de la mujer una pequeña luz, un tono en su voz, el terror de darlo todo sin pedir nada, todo aquello volvía a verlo delante, o dice Deleuze, o peor vio en Madalena el signo de los que toman sin dar nada. Maldición de Cristo, dar todo por nada, maldición de Juan de Patmos que reivindica el alma obrera colectiva que lo quiere tomar todo, y San Pablo, una suerte de lenin o de aristócrata que va por delante del pueblo para enlazar a ambos, para crear una oligarquía de los mártires. Nada falta para crear el sistema del juicio. Suicidio individual y suicidio de masa, con autoglorificación de todas partes.

Cesar de amar dice Lawrence, esa es su ley contra el Cristianismo. Y a partir de ahí no dar nada, no recibir nada. Dejar de tener un alma individual, no tener un yo, un yo es una alegoría, una imagen, no una relación, un yo es cualquier cosa que da o toma, que ama o que es amado. Vivir como un flujo no como un yo, en la lucha o el combate, no como en la guerra cristiana del militante o en la paz de jesús. No acuerdos sino luchas, intercambios como flujos, conexiones. No es juzgar a los demás sino sentir si nos conviene o no nos conviene lo que son los demás, es decir, si nos aportan fuerza o nos reenvían a la miseria de la guerra, a la pobreza del sueño.

LA ESTÉTICA EN DELEUZE



Deleuze, en 1957, con la publicación de Empirismo y Subjetividad, comienza la aventura de producir o crear los conceptos de un nuevo saber que fuera capaz de generar nuevas fuerzas, nuevos caminos o, por decirlo al modo de Sartre, estelas luminosas de valores que actualizaran nuevas posibilidades para la vida. Esta ha sido la tarea de Deleuze en el pulso que su generación mantuvo en favor de la vida contra las fuerzas que la mantienen apresada, que la apartan o separan de lo que puede. Es evidente, por lo demás, la diferencia de aquel tiempo con el nuestro. Pero la posmodernidad o la Ultramodernidad que parece que transitamos presentó desde el principio dos líneas bien opuestas, aquella que se presenta como Lógica cultural del capitalismo avanzado y que se representa bien con el interés que despierta la arquitectura de la ciudad norteamericana de Las Vegas en el manifiesto arquitectónico de Robert Venturi, celebrando la mezcla, el pastiche, la espontaneidad caótica y alegre, con la actitud de un esteticismo frívolo y acrítico, y aquella otra sin duda de mayor interés que aún con paradigmas muy diversos y surcando diferentes campos, mantiene hasta hoy una línea de gran energía y productividad, desde Giovanni Arrighi, Benedict Anderson, o Terry Eagleton, hasta Habermas, Bourdieu o Derrida, para quienes los autores de referencia ya no son Rosa Luxemburgo, o Gramsci, sino la Escuela de Frankfurt o el propio Deleuze. Pero la mayor dificultad en la consecución del objetivo de definir una teoría estética deleuziana estriba en acotar precisamente qué es lo estético para Deleuze, en determinar el concepto deleuziano de estética. La estética tradicionalmente se relaciona con la disciplina de la filosofía y se comprende como el estudio de la belleza, estudio o análisis de la esencia de lo bello. Pero esta definición da muy poca luz en el caso de Deleuze. Es preciso acudir a la crítica de Kant al racionalismo, en concreto a Leibniz, como punto de partida.

Para Leibniz conocer es descubrir lo que está incluido analíticamente en el concepto. Toda diferencia es conceptual, por lo que el análisis del concepto es lo que nos hace conocer la diferencia. Para Kant por el contrario existen determinaciones irreductibles a los conceptos, determinaciones no conceptuales, extraconceptuales, que son espaciotemporales. Y pone como ejemplo las manos. Dos manos siempre son diferentes, aunque se quieran incluir bajo un mismo concepto. Una es derecha y la otra izquierda. No son superponibles, es decir, existe una determinación espacial irreductible al concepto, una diferencia no conceptual. Kant no por azar denominará estética a la operación del conocimiento en la que se sintetizan las determinaciones conceptuales y las espaciotemporales, es decir, a la operación en la que salimos de un concepto lógico para atribuirlo a un espacio y tiempo, para remitirlo a las diferencias espaciotemporales. Ahora bien, es preciso señalar que en Kant el espacio ya no es el orden de coexistencias ni el tiempo el orden de sucesiones, sino que el espacio es una forma bajo la cual nos llega lo que nos es exterior, del mismo modo que el tiempo es una forma de la interioridad. Y todo lo que aparece en el espacio y el tiempo, todo fenómeno, tiene como condición de aparición el yo pienso, el cogito. La armonía o concordia de las facultades del sujeto es la garantía de la justa relación entre lo que aparece y él mismo, entre lo condicionado y la condición, entre el fenómeno y el sentido.

Deleuze acepta la crítica de Kant pero da un paso más: La estética no sólo exige salir del concepto hacia un espacio y tiempo liberados del orden matemático o lógico en tanto que afectos exteriores y devenires internos del sujeto sino que el mismo sujeto se fractura en el tiempo y en el espacio, en el tiempo de la repetición, en el espacio de las diferencias. Ahora, lo exterior o la diferencia es también interno al sujeto, es afecto que nos hace devenir, que nos transforma, a la vez que lo interior o la repetición es exterior al yo en la videncia de un yo que es otro, que es múltiple. Deleuze destituye la unidad del yo como principio fenoménico para proponer como condición al Ser inmanente que se expresa o despliega a través de diferencias y  repeticiones. La estética ahora sólo puede definirse por la operación que liga la sensibilidad a las diferencias de un exterior que es también interno al yo, diferencias como afectos que nos hacen devenir, el devenir animal de Kafka, y a las repeticiones internas por las que salimos fuera de nosotros mismos, la videncia de Proust de un Combray esencial, ni vivido ni recordado sino en estado puro.

El pequeño paso que da Deleuze es un leve aleteo de mariposa que barre como un huracán la bibliografía estética para situarla a la altura de la creación de la modernidad artística, abriendo las puertas de la crítica a los afectos y perceptos, a una sensibilidad no regulada por la razón y el entendimiento, dotando así de un estatuto estético a la pintura de Van Gogh o Bacon, a la escritura de Proust o Kafka, o al cine de Godard.

Sin embargo, un segundo Deleuze viene a trazar otra historia del pensamiento, Otro Deleuze surge del acontecimiento revelador del Mayo del 68, y de la afección del encuentro con otro gran pensador, Félix Guattari. Ahora, Deleuze diseña la síntesis del pensamiento de dos de los grandes críticos de la civilización occidental, Marx y Freud, y el resultado, el primer volumen de Capitalismo y Esquizofrenia, asienta las bases de una psiquiatría materialista que expone consecuentemente la creación estética como clínica social, partiendo de la idea nietzscheana del artista como médico de la civilización. La estética ahora se convierte en teoría de los procesos de salud que el arte en tanto que medicina o clínica es capaz de proponer y emprender ante las enfermedades que asolan las sociedades humanas. El diagnóstico de Deleuze revela como los distintos socius económico políticos encierran la energía deseante en sus formas de organización, bloqueando y subordinando el deseo bajo una doble articulación: la codificación de los lenguajes, y la territorialización de lo visible. De ahí surge el concepto de máquina literaria como máquina de guerra capaz de crear líneas de fuga que creen otros códigos y otros territorios, y el análisis esquizo de la literatura que llevará a la práctica en la segunda parte de Capitalismo y Subjetividad, Mil Mesetas.

Dos principios o concepciones estéticas guían entonces las propuestas que Deleuze refiere a la cultura o a la escritura: la estética como teoría de la sensibilidad, que culmina en teoría del ser de lo sensible, y la estética como clínica, como empresa de salud. Ahora bien, es preciso que estos dos principios estéticos sean puestos a la luz de los proyectos generales de la inversión del Platonismo, de la inversión kantiana, y de lo que sin exactitud me atrevería a llamar aquí la inversión de Marx. Tres proyectos que constituyen el fondo del pensamiento deleuziano y están en el origen de sus ideas estéticas. Relacionar estos conceptos con su origen filosófico supone trazar la Genealogía que permita evaluar el valor de esos dos conceptos, evaluar el valor de esos dos valores.

En primer lugar la inversión del sistema platónico de idea, copia y simulacro, significa poner en pie a los simulacros. Deleuze hace caer la Idea a la superficie, y así la identidad y el modelo resultan derivados y secundarios respecto a la diferencia o el simulacro. Esta inversión se evalúa por sus consecuencias: el estatuto verídico de la narración se falsifica pues todo origen o verdad original es ya copia de copia, o mejor copia de simulacro que finge o se pretende único e irrepetible, la hermeneutica de la presencia se convierte en celebración de la repetición, parodia festiva de teorías y modelos, farsa en la que el sentido deja de habitar la Identidad del sustantivo, y se anula la atribución ontológica de los adjetivos. Sólo el verbo resiste este barrido del lenguaje, infinitivo como cuarta persona del singular que dicta el sentido del acontecimiento del ser de la diferencia y del simulacro.

La inversión del platonismo está en estrecha relación con el proyecto de invertir a Kant. El embudo kantiano que anuda al yo lo fenoménico se invierte para situar la inmanencia del ser anárquico y nómada que se expresa o despliega a través de la diferencia y la repetición en la cima o corona ontológica. Así el yugo que sometía el conocimiento y la sensibilidad a la Representación, a la mera recognición de un sujeto que juzga el fenómeno mediante la identidad, la semejanza, la oposición, la analogía, es desactivado, el tribunal de la razón kantiana cede su sitio a los bailes de la diferencia, a las canciones de la repetición, para un sujeto liberado de la culpa, o del peso de ser siempre él mismo.

Por último en lo que llamo ahora proyecto de inversión de Marx, Deleuze deja caer la sobreestructura sobre la infraestructura y trata la primera como codificación y la segunda como territorialización. En estricto sentido, por tanto, el proyecto filosófico de Deleuze no invierte el orden de la sobreestructura y la infraestructura marxiana sino que hace caer a aquélla sobre un mismo plano de inmanencia en el que ahora se disciernen la codificación y la territorialización, la doble pinza de los agenciamientos de los códigos y los territorios cuyo devenir ya no se somete a la historia de las luchas de las clases sociales sino a los movimientos de desterritorialización y descodificación. Aquí Deleuze y Guattari efectuán un prodigioso análisis del agenciamiento Estado que codifica las formas de la expresión y del contenido, y territorializa las sustancias de la expresión y del contenido, según el paradigma de Hjemslev, pero también de las líneas políticas, sociales, o estrictamente estéticas, de descodificación de la forma de expresión mayor del socius a través de la lengua de las minorías, y de descodificación de las formas del contenido mediante los devenires nómadas, como a su vez de desterritorialización de la forma del contenido axiomático del Estado y del Sujeto mediante las nuevas formas del contenido que articulan las minorías marginales, y de desterritorialización de la sustancia del contenido de los espacios nómadas. Complejo esquema que sintéticamente es análisis de las líneas de control y de las líneas de fuga que surcan los dispositivos de poder.

         De esto trata la genealogía de las ideas estéticas, de la evaluación de los valores estéticos, y de que valen los valores de Platón, Kant, incluso Marx si los dejamos como están, y de los nuevos valores políticos, sociales y estéticos que se crean tras el trabajo inconmensurable de Deleuze para capturar a Platón, Kant y Marx, girarlos, invertirlos, y asentarlos de nuevo para que funcionen de otra forma y sean algo más que la ruina de la deconstrucción. Y de todos los nuevos valores que se generan destaco aquellos que conformarían el programa de una nueva estética que es el fruto más original de esta tesis. La tesis de la tesis: Un programa estético que se desarrolla en cuatro puntos: El desarreglo de los sentidos para sentir y percibir no lo que nos dicta nuestra conciencia intervenida por los dispositivos del poder, o el mero concepto lógico de una representación plana de lo fenoménico, sino justamente la diferencia, el yo autor que es otro, que es múltiple, que es autor de una colectividad, de un pueblo incluso aunque se constate que falta, el tiempo fuera de sus goznes que impulsa la creatividad a algo más que a la estética de repetición para el consumo, y reinventar la vida, en definitiva, desde la creación estética y política para conquistar nuevas condiciones para la vida humana, la única y última praxis de resistencia, el último vértice aún no conquistado por la economía del capital, pensar los nuevos devenires que han de transformar el mundo.

 Una intelección general antihegeliana sobrevuela todo, pues invertir a Platón, Kant, Marx, es además y sobre todo negar a Hegel, arrancar el pensamiento político y estético del delirio del sujeto hegeliano, de su demencial sistema, de su Dios Estado. Quizás por ello este espíritu antihegeliano que recorre se aliena finalmente en el programa estético que bien podría también denominarse manifiesto de una estética antihegeliana. La diferencia frente a la contradicción, el yo múltiple frente al sujeto histórico, la repetición del tiempo o el devenir frente al final de la historia, en definitiva la proclamación de reinventar la vida contra las falsas transformaciones de la dialéctica que dejan indemnes al Sujeto, el Sistema y el Estado. Reinventar la estética para reinventar la izquierda política, y así transformar el mundo y la vida. Finalmente otro manifiesto, esta vez ético o político, implicado en la teoría estética deleuziana, y en el conjunto de su filosofía, que a juicio de Miguel Morey es de cristal, es decir bien labrada pero frágil. No ha de extrañar que la conclusión ética y política esté levantada en una arquitectura cristal, ideas de cristal alucinadas o noctambulas, revolución de cristal que se rompe ante las primeras luces del Alba. Pero también Morey lamenta muy radicalmente como el Berlin de hoy sigue siendo Auscchwitz, es decir, como cualquier ciudad se asemeja a un campo de trabajo, arquitectura para el trabajo y la producción, capos, esclavitud encubierta, miseria. Frente a ello, refulgen el brillo del dinero en la arquitectura de Las Vegas o el cristal de la arquitectura deleuziana por erigir, virtualidad que actúa como farmacon que envenena la Gran Salud que se nos propone, y como puro remedio sin adulterar que nos reconstituye la fe en otro mundo, aire puro para respirar, para no ahogarnos y lanzarnos al vacío a la búsqueda de la arena de la playa que yace debajo del ángel caído sobre los adoquines de París.