MOTOR INMÓVIL

  Es el cormorán una especie adaptada al mar dónde pesca buceando y capturando los peces en los    fondos marinos. Siglos de adaptación han hecho de este ser un perfecto asesino, un pescador de lujo  que en apnea persigue a su alimento y le da alcance y lo sube a la roca; y al sol se acicala y se seca mirando al horizonte. Es un milagro como el de la mangosta que ha desarrollado inmunidad contra el veneno del escorpión. En la batalla de las especies, en la lucha por la vida, el I+D se juega al todo o nada, no hay tiempo para escatimar esfuerzos, aunque a veces el ir de farol, el empuje, la valentía,   permiten sobrevivir.

  La naturaleza se expresa en una amalgama de formas que son la causa de su propia supervivencia, su consistencia pasa por un período de pruebas que no tiene segunda oportunidad. ¿Ha escapado el hombre de esta ley? ¿Ha desarrollado el hombre una cultura que sustituye en su contenido moral la cruda y simple ley de la Vida? En la polis dice Aristóteles el hombre es capaz de pensar la justicia, de esperar a los que no pueden correr, de repartir las tareas, de poseer tiempo de ocio para recrearnos en el tiempo y en sus días. Al menos ese parecía el designio de las sociedades de occidente, liberar los esclavos, hermanarnos en dignidad.

  Los animales se mueven por su instinto y en sus sucesivas generaciones logran adaptarse al territorio como si hubiera un plan preconcebido, una finalidad a alcanzar, una cuenta de resultados que obtener. Lo que mueve al mundo es un destino que puede ser un principio de retorno también, lo que mueve es lo que atrae, como el vértigo, como si fuera la muerte misma la que estuviera llamando con sus cantos de sirena a los hombres de Ulises. El empeño del cormorán por batir al pez, de superar la eléctrica figura de la presa con una silueta que se estiliza siglo tras siglo, con un pico que se estira más y más, ese movimiento de perfección, de actualización, es signo de la misma ley de la vida que debería guiar al hombre a ser más eficaz, a la excelencia, al dominio, a la maestría de sí mismo, al cuidado de sí y de los demás, a contaminar menos, a desplegar mejor sus necesidades, a alcanzar una conciencia cada vez más intensa, más abierta, más cerca de lo imposible, de lo ininteligible. Esta fuerza que es divina, dionisíaca, que no es del individuo ni de su familia, radicada en la polis, en los equipos de investigación, en los procesos que duran siglos, es el motor que nos acerca a vivir más y mejor, a comprender más diferencias, a desplegarlas en armonías, a hacer que suene mejor, con más fuerza y más armonía la música del mundo.


  No sé el final, porque no conozco el principio, porque no soy el Hombre, nadie somos el hombre ni tan siquiera Hegel. El destino de la especie está escrito en sus posibilidades, yace en la potencia oculta (no sabemos qué puede un cuerpo) tanto más que en sus conexiones con otros elementos y con otros seres. Quizás todo esto no ha hecho más que empezar: la inmunidad de la mangosta, la velocidad y ligereza del cormorán, la defensa fabril del hongo, la gimnasia de la ameba: Todo esto y tanto más, por aprender y alcanzar. Y no hay vuelta atrás, no son los retornos parciales de una nación hitos de la Historia, que ahora nosotros estemos perdiendo moralidad, solidaridad, que estemos volviendo a la imitación muda y pueril de lo natural es simplemente una anécdota en el devenir del Hombre. Cuál sea éste? No lo sé pero puedo prever, puedo visionar que el acto puro al que tendemos es un principio para otro mundo, para otro ser, para un Hombre de conciencia que haga retornar mil juegos con la alegría del saberse maestro de la naturaleza. Il Faut croire au Monde: Hoy es más preciso que nunca tener fe en el mundo, en el Hombre o (sive) en la Naturaleza.