Entro en clase y pido a los alumnos que dibujen un árbol. Algunos
harán un dibujo de un tronco estrecho con dos ramitas, otros lo dibujarán más
ancho o alto o frondoso, con más hojas o más ramas, pero ninguno le pintará las
raíces: Al indicárselo argumentarán que “porque no se ven”. En realidad al
pedirles a los chicos que piensen en un árbol, es decir que expresen cuál es su
Idea de árbol, dado que no son evidentemente jardineros ni botánicos, tienen
una imagen muy simple. El árbol para un joven urbano y digital es algo
ocasional que le afecta a su cuerpo en tanto que obstáculo, percha para colgar
sus zapatos viejos, quizás una superficie donde escribir el nombre del ser
querido. En su conciencia un árbol no necesita raíces, su Idea es superficial,
es de primer grado de conocimiento, es casi meramente un efecto, un simulacro.
Descartes dibujó el árbol del
saber, la física era el tronco, las ramas cada ciencia que se va separando o
desgajando del tronco común, botánica, medicina, pero la raíz del árbol era la
metafísica, lo que está más allá, lo invisible, y sin embargo lo que mantiene
en pié el saber, aquello de dónde se nutre, aquello que lo salva de las
tormentas. Extraño que aquello que está más allá de la fisis, está en realidad
debajo de tierra, oculto en la fisis. Quizás sea éste el significado del gesto
aristotélico con el que lo pintó Rafael en la academia ateniense del palacio
Vaticano, y probablemente el sentido que los primeros griegos dieron a la fisis
como un fondo secreto u oculto del que todo surge y al que todo retorna.
La metafísica es según el
estagirita la ontología del ser en tanto que ser, por difícil que sea llegar a
conocer, pues parece estar más allá de lo visible, o el conocimiento del ser
según su causa primera, lo que también se antoja la prueba más difícil, si ya
nos resulta difícil remontar a duras penas un efecto a su causa más cercana.
Aristóteles defendió que los niños o los esclavos no son felices, pues
ignorantes de causas y naturalezas, reducidos al acontecer, condenados a sufrir
efectos cuya ley nunca llegan a comprender, son los esclavos de cada cosa,
ansiosos e infelices en la medida de su imperfección. Por estas razones para
Spinoza tampoco Adán el primer hombre en el paraíso era feliz. En el primer
grado de conocimiento según Spinoza la conciencia produce una triple ilusión:
dado que solo recoge efectos, toma los efectos por las causas, ilusión de las
causas finales, de donde se deriva como ilusión trascendental la Idea de Mundo
como unidad de sentido, (por ejemplo cuando creemos que una flor existe para
gustarnos, para decorar nuestras solapas o vidas, según un humanismo miope y
pueril), en segundo lugar alega su poder sobre el cuerpo, como causa primera,
ilusión de la libertad, de donde saldrá la Idea de Alma, y finalmente invoca un
dios que dispone para el hombre un mundo a la medida de su gloria y sus
castigos (ilusión teológica).
Pensar para Deleuze sucede no por
la voluntad de ejercer un derecho sino por la necesidad de una ocasión, de un
lance que nos fuerza a pensar como sucedía a los alumnos del anterior
experimento. Pensemos ahora que un árbol con una fruta jugosa sale a nuestro
encuentro y nos saca de nuestro sopor, de nuestro ensueño, nos fuerza a pensar.
El dilema pasa por cogerla o no, y que sea buena y aumente nuestra potencia o
que sea mala, amarga, tóxica como la cicuta, dañina, venenosa. Si nos fijamos en el color o en la
apariencia, en si tiene irregularidades, en si resulta apetecible, puede
aportarnos una información veraz, quizás la intuición cartesiana nos advierta
clara y distintamente, como puede suceder con una seta amanita de color intenso
que estaría advirtiendo “no me comas, pues soy venenosa”, pero según Spinoza
este mero análisis externo no abandona el primer grado de conocimiento en el
que estamos dejando casi todo al azar. Spinoza considera que hay un segundo y
un tercer grado de conocimiento pero concluye su monumental Ética señalando lo
tremendamente difícil que es alcanzarlo pues desconocemos la esencia de los
demás seres que salen a nuestro encuentro, y es arduo y poco común, trabajoso y
lento, que los hombres sean capaces de comprender las esencias de todas las
cosas que nos afectan, tanto o más que pueda llegar a lo largo de su existencia
a conocer su propia esencia. De tal manera que no logramos la condición
necesaria para poder averiguar las causas de las cosas que nos pasan. Más bien
sucede al contrario que los hombres se equivocan al interpretar las causas de
las cosas, que creen correr hacia su libertad cuando en realidad están luchando
por su servidumbre, que se atiborran de malos encuentros y de pasiones tristes
que les causan sufrimiento, pues ingieren frutos, setas u otras sustancias
venenosas que les reducen su potencia o incluso les descomponen su esencia
provocándoles la muerte.
La conciencia es el lugar de una
ilusión, repite Deleuze explicando a Spinoza, recoge los efectos pero ignora
las causas. Nos duele la barriga. Desconocemos el porqué. Los estoicos creían
que las causas estaban en las mezclas profundas e invisibles de los cuerpos, y
apenas alcanzamos a ver los efectos en la superficie. Galeno, el medico romano
del emperador Marco Aurelio, abría en canal a los legionarios que morían en
plena campaña militar en Germania, y se desesperaba pues no veía causa alguna
de la muerte, no veía al microorganismo del agua contaminada mientras suponemos
ahora que los germanos eludían esa enfermedad bebiendo cerveza o Hidromiel.
Cómo señalaba Hume, hay una fractura entre las causas y los efectos por lo que
resulta enormemente difícil relacionarlos, y sin embargo nos va la vida en
ello, en lograr componer Ideas adecuadas para así elegir lo que nos conviene,
lo que para Spinoza es justamente la definición de bien.
El intento de evitar las ilusiones,
los espejismos, los falsos seres o fantasmas, ya se da en Platón, su metafísica
de las Ideas es según Deleuze de índole moral: la prueba para distinguir el
bueno del mal pretendiente. Conocemos la definición de Idea platónica, justo
aquello que es lo que es. Mucha gente estaría de acuerdo con este principio tan
básico: al pan, pan y al vino, vino. La Idea diferenciaría lo mismo, de lo
otro, la verdad de la apariencia, lo que nos conviene de lo que nos envenena,
el farmakón que cura del veneno que mata, lo verdadero de lo falso. El
platonismo sirve dice Deleuze para seleccionar a los pretendientes, a los
falsos de los verdaderos pretendientes; como en Ítaca el arco espera en un
rincón al verdadero rey de Ítaca, a Ulises, que llega desnudo a la playa y se viste
con los harapos de porquero, o la espada hincada en la roca espera al que ha de
ser rey de Inglaterra, y así la prueba ontológica separa al bueno del malo, al
verdadero del impostor. La obra de Vladimir Propp, en la que estudia la
morfología del cuento ruso, aunque también aplicable a los cuentos de media
Europa, descifra una estructura común a todas las historias populares. Un
protagonista dotado de virtudes, una situación de desorden, de la que surge un
impostor que desplaza al héroe robándole su amuleto o su elemento mágico. El
verdadero héroe protagonista vive oculto o en el exilio, olvidado, marginado,
hasta que se produce la anagnórisis, la anamnesia, el recuerdo del olvido, el
impostor es castigado, se repara el mal y se restaura el orden. Los cuentos
siempre acaban bien. El orden triunfa. El héroe vence al caos. El tiempo de
Cronos regular y cíclico se restaura.
El triunfo del verdadero
pretendiente es el triunfo de la verdad. El platonismo funda el orden cerrado:
la Verdad y lo Único bajo el reino de la Idea. Ídolo Metafísico. El modelo
platónico es de lo Mismo en el sentido en el que Platón dice que la justicia no
es otra cosa que justa, la Valentía, Valiente… Este Ser Ideal y Metafísico, el
Árbol de todos los árboles, el buen Árbol, el puro, el de Verdad, es impasible
y eterno, modelo para todos los árboles que verdean, para todos los entes que
arborean, para todos los entes hincados con raíz en la Tierra, aunque según
Leibniz no haya dos completamente iguales, pero todos pertenecen a la Misma
Idea de Árbol.
Pero la pureza de la Idea casa
mal con el estado imperfecto, mixtificado, del mundo. ¿Tiene la Idea de árbol
raíces? Deleuze explica que la Idea de madre es aquella que define a una madre
pura, pero no hay ninguna mujer que responda únicamente a la idea de madre,
pues toda madre es también a su vez hija, salvo Eva, o hermana, o esposa, o
gallega o del Atlético de Madrid. Todo está en todo, diríamos. No somos puros,
ni siquiera el bien y el mal existen en estado puro y sin mezcla. No podremos
distinguir el veneno del antídoto, no bajo el paraguas de la Idea, pues la
misma Idea acoge por exceso o defecto uno y otro dependiendo de la medida o la
cantidad de los cuerpos que se mezclan. No podemos diferenciar el árbol del
Bien, o de la Vida, con el árbol de la Muerte.
El mito fundacional del idealismo
platónico es el Mito de la caverna. En ella desde niños están atados unos
hombres prisioneros mirando hacia delante y viendo unas sombras chinescas, los
simulacros que son las sombras de los objetos de madera y piedra que portan
unos hombres como titiriteros detrás del biombo que los separa. Cómo en un
cine, el engaño se perpetúa mientras los prisioneros creen encontrar pautas en
las sombras, ahora aparece tal, ahora aparece cuál: hacen concursos entre sí
para ver quien adivina más. Es una especie de examen de reválida. Alguien
escapa. Asciende y contempla a duras penas su propia sombra, luego su imagen
reflejada en el agua, luego las cosas mismas, finalmente el sol. Como en el
show de Truman, del hombre verdadero, se han roto los límites del engaño, se
accede a la Verdad Ideal. Pero igual que en una proyección una alumna se
molesta porque no hubieran esperado tal envite, y no hubieran preparado otro
plató concéntrico que acogiera como otra mentira verdadera la no vida de
Truman, así dice Nietzsche: Detrás de cada caverna hay otra que se abre aún más
profunda, y por debajo de cada superficie un mundo subterráneo más vasto, más
extraño, más rico; bajo todos los fondos, bajo todas las fundaciones un subsuelo
aún más profundo” Más allá del bien y del mal…¿Cómo exploraría Sócrates, dice
Deleuze, esas cavernas que ya no son las suyas, con qué hilo puesto que el hilo
se ha perdido, cómo saldría de ella y podría distinguirse del sofista?...
Nietzsche representa para Deleuze
la inversión del platonismo. La Idea cae. Sócrates cae bajo la guillotina.
Destruye los modelos y la diferencia entre las buenas copias de las malas, para
instaurar el caos que crea, pone en marcha los simulacros y levanta un
fantasma: El triunfo de lo falso. Miles de cavernas repetidas pero diferentes,
miles de mundos que se despliegan en un tiempo infinito, lejos de ser un nuevo
fundamento, absorbe todo fundamento, asegura un hundimiento universal, pues
designa que lo mismo y lo semejante es solo un signo, un efecto. Le hemos
quitado la máscara al platonismo: dónde veía Platón una Idea no hay tal, tan
sólo hay efectos, signos, simulacros.
El simulacro niega el original y
la copia, es el triunfo del devenir loco, del caos: del nihilismo. El simulacro
hace imposible el orden de las participaciones, la fijeza de la distribución y
la determinación de la jerarquía. La caída de la Idea va pareja a la expulsión
del Paraíso, la ruina de la moral, Deleuze cita expresamente en Lógica del
Sentido: “El catecismo tan inspirado del platonismo nos ha familiarizado con
esta noción: Dios hizo al hombre a su imagen y semejanza, pero, por el pecado,
el hombre perdió la semejanza, conservando sin embargo la imagen. Hemos perdido
la existencia moral para entrar en la existencia estética. Nos hemos convertido
en simulacro”259 LS.
Dios les da un paraíso lleno de
belleza y maravillas a Adán y Eva, y les ha pedido que se abstengan únicamente de tocar el árbol del
conocimiento del bien y del mal, plantado cerca del árbol de la Vida: ¡tan
cerca de la vida crece la muerte! ¿Y qué es la muerte? Alguna cosa terrible,
sin duda; porque, como tú no ignoras, Dios ha dicho que tocar el árbol del
conocimiento del bien y del mal es lo mismo que morir. ¿Qué
es lo que nos prohíbe conocer? ¿Nos prohíbe el bien, nos prohíbe ser sabios?...
Claro al segundo de darse Dios la
vuelta ahí están Adán y Eva delante del árbol del Bien y del Mal, y ahí está la
serpiente acechando que es el ángel caído que reina en el Caos y que va a poner
en pié a los simulacros. Cuál es su principal característica, que se transforma
y adopta cualquier identidad. El motivo de la expulsión del paraíso fue según
Milton la curiosidad, es decir, el deseo de conocer, que se impuso a la
obediencia debida al Dios todopoderoso. Según Deleuze que quiere dar relevancia
a otro tipo de inclinación, es la pereza, Adán tiene un jardín inmenso que
explorar, pero le puede la curiosidad, es más cómodo y seductor acercarse a ver
qué es esto tan singular que está prohibido comer. Según Spinoza, Dios estaría
advirtiendo a Adán que el fruto es venenoso y no debe comerlo pero Adán
confunde la enseñanza de una verdad eterna con una prohibición. Confunde una
ley natural con una ley moral. Spinoza repite que para evitar el error deberíamos
evitar utilizar la palabra ley para definir un hecho natural, como por ejemplo
que el arsénico mata. Lo natural es una verdad eterna, bajo la forma de la
eternidad. Una verdad del tercer conocimiento que Adán ignora. Cree comer un
fruto que le dará potencia, alegría, conocimiento pero descubre el mal y la
muerte.
La expulsión es también el
triunfo de lo falso, del simulacro: una de las características de la serpiente
es su capacidad de transformación, la metamorfosis que le permite
transfigurarse como una carta de joker, como una carta de rabino, que puede
adoptar cualquier identidad. Según Deleuze toda la historia de Zarathustra se
basa en sus relaciones con la serpiente, que es el símbolo de la repetición, y
por tanto del espíritu de lo negativo, el que sustrae el poder al hombre, lo
convierte en un ser sin esperanza, reactivo. Podríamos decir que representa el
nihilismo, en tanto que interioriza la diferencia, anula el conocimiento,
convoca la eterna repetición. El hombre habitado por el triunfo de lo falso no
tiene certezas salvo de la nada, se encuentra en una existencia absurda, de una
levedad insoportable, sin raíces metafísicas para superar las tormentas, para
agarrarse a la vida. El hombre de la nada niega la vida, no quiere ser engañado
ni engañar, rehuye los encuentros, teme otro paso en falso, abraza el ideal
ascético.
El nihilismo arruina el orden
moral, al poner en pié a los simulacros en la inversión del platonismo llevada
a cabo por Nietzsche según Deleuze. No hay buenos ni malos, ni criterio para
diferenciarlos pues el simulacro, como el de un incendio, tiene toda la
apariencia, los movimientos, los gestos, los sonidos de la alarma, sólo le
falta algo invisible, sus efectos son los mismos pero la causa ha cambiado, y
por tanto el sentido: El acontecimiento pues el acontecimiento de una
simulación no es el acontecimiento de lo simulado.
Pero cómo hacer valer siempre esa
distinción, cómo diferenciar eso ideal sin ser abstracto, eso real sin ser
actual, esa virtualidad de una sonrisa sin gato que diferencia el amor de una
pareja de conveniencia, un protagonista de su falso hermanastro, una fruta
prohibida de una fruta envenenada. La serpiente es el engaño, el triunfo de lo
falso. Ella que se enrosca sobre sí misma, se devora a sí misma. Es el símbolo
de la repetición. El infierno de la repetición encadena en una eternidad plana
pero hay otra repetición que libera, la que hace fecundo cada instante. El
fruto del árbol es la revelación de la muerte pero es también la semilla para
otro inicio. Nietzsche opone la voluntad de poder, la afirmación como la única
cualidad. Eva debería morder la manzana de igual modo que Zarathustra muerde a
la serpiente, el coraje es el mejor matador ¿era esto la vida? ¡Bien! ¡Otra
vez!
Platón escribe el mito de la edad
de Oro en el Político. Los hombres
nacían de la tierra como árboles en su edad adulta, es decir en plena vejez, y
a medida que pasaba el tiempo se volvían más jóvenes: eran felices, ni tan
siquiera tenían que emprender la incómoda búsqueda de pareja sino que lanzaban
sus semillas como esporas a la tierra, envejecían al revés volviéndose más
jóvenes e inocentes hasta que devenían como un recién nacido y desaparecían
finalmente en la Tierra de dónde volverían a surgir. Lo cierto es que los
dioses tuvieron envidia de esos hombres y nos castigaron a envejecer, a buscar
pareja, a ser conscientes de nuestra lenta demolición, de nuestro acabamiento.
Lo que Platón quiso dejar claro en este extraño pasaje al inicio de un diálogo
como el Político cuya intención es manifiesta es que el hombre ante todo está
sujeto a la Naturaleza, al Tiempo, a los designios de las fuerzas de la
Naturaleza. Luego vendrán los intentos de apañar la ciudad, el orden y las
leyes. Pero el Gran Orden depende de Cronos, o de Zeus en sus implacables
combates en los que el hombre es un botín, una pieza más. En ese sentido nos
dice Nietzsche muchos siglos después que el hombre de la repetición no volverá.
Dos veces niega Zarathustra enfadado que se crea que el eterno retorno que es
su más alta teoría signifique simplemente la repetición de todas las cosas, no
es el mismo hombre el que vuelve, esto todavía es una ilusión para la
conciencia, una mala interpretación de los signos: “Calla enano, espíritu de la
pesantez”, le reprende. Más bien hay que escucharle en otra ocasión cuando la
profecía del eterno retorno la predica Zaratustra a bordo de un barco de
aventureros, un barco ebrio, que navega por mares desconocidos sin esperar
encontrar una tierra prometida, como el barco de Rimbaud, sin esperar encontrar
el camino de vuelta. No hay yo que retorne, El tiempo ha salido de sus goznes,
dice Hamlet, el tiempo natural o cíclico donde todo se repite ordenado y
centrado se ha hundido, y con él no hay ya Mundo que no se derrumbe en pedazos
como un cuadro cubista. El cosmos se hunde en las profundidades insondables del
devenir loco, la modernidad rectamente comprendida, cómo dice Pardo, sería la asunción positiva y gozosa de ese caos. “El secreto del eterno retorno
consiste en que no expresa de ninguna manera un orden que se oponga al caos y
que lo someta. Por el contrario, no es otra cosa que el caos, la potencia de
afirmar el caos”.
Los Ídolos caen, el crepúsculo de
los Ídolos: Dios ha muerto, no había nada detrás, pero tampoco existe el mundo
como nos lo habíamos imaginado, el mundo no es sino un laberinto que se
embrolla sin fin y no hay hilo donde sujetarse. Ni Dios, ni Mundo. Pero el gran
descubrimiento de la filosofía de Nietzsche bajo el nombre de voluntad de poder
o de Dionisos es que también el yo debe ser superado (3). Ni Dios, ni Mundo, ni
Yo. No hay Bien, no hay verdad, no hay sujeto. Las tres sustancias metafísicas
cartesianas. Así se arruinan la Moral, el Dogmatismo y la Psicología.
¿Pero no hay otra Metafísica
posible si no se ancla con estas raíces?
La filosofía tal y como la define
Deleuze con Guattari no necesita tales fantasmas, la lección del último
filósofo no debe caer en saco roto pero tampoco nos obliga al suicidio, no
podemos conformarnos. Hay que extraer la pizca de alegría que supone el final
de los ídolos, la muerte de Dios, el eterno retorno de lo otro no aceptarlos
como el final de la Historia de la Filosofía.
La primera salida la aporta el
propio Nietzsche mediante la puissance du faux, la potencia de lo falso, es
decir la estetización de la ética, la elevación del arte como la expresión
vital del ser y del hombre. Hacer que la historia sea absorbida por la poesía,
a lo Baudelaire, crear una ética de la estética. Si es verdad que el arte se
nos ha dado para impedirnos morir por la verdad afirma Nietzsche, es decir,
para evitar el nihilismo, dado que la verdad es apariencia, e ilusión, también
significa realización del poder, voluntad de poder, elevación a la mayor
potencia, y son los artistas, los poetas, los creadores e inventores de nuevas
posibilidades de vida. Y efectivamente Deleuze, y también en compañía de
Guattari o de otros compañeros, no pierde oportunidad a lo largo de su vida de
señalar la pintura, el cine, la escritura, como campos donde se expresan las
verdades esenciales, la revelación del ser y de los afectos, las percepciones y
las videncias. Pero sin duda la lección que el pensamiento no debe soltar desde
Nietzsche es la inmanencia tras la caída de los ídolos, Deleuze la sujeta firme
como el hilo que nos ayudará a escapar del caos.
Construir conceptos.
Nietzsche pasa como un tsunami, ante el esfuerzo de
escapar a Hegel común a toda su generación, y en esa casi ola se ahogan
Derrida, Lyotard, probablemente Baudrillard. Deleuze sabe nadar y salvarse de
nociones tan simples que coquetean con el relativismo, el pensamiento débil, o
el todo vale de la posmodernidad. Deleuze no: Ni quiere que la filosofía o la
metafísica alcance su final, su ocaso, y su lugar sea ocupado en el mejor de
los casos por el sentido estético que corresponde a los artistas, a los
novelistas, o a los poetas. Cierto es que habrá que construir desde cero, ese
es el mensaje del nietzscheanismo, del nihilismo que arrasa los antiguos
valores, pero una vez hecha tabla rasa ahora es el momento de edificar, de
levantarse otra vez.
Dice Deleuze, en Lógica del
Sentido: 155 que no hay idea más falsa que la de que la verdad salga de un
pozo, Tenemos las verdades que merecemos según el lugar al que llevamos nuestra
existencia, la hora en que velamos, el elemento que frecuentamos. Cualquier
verdad es verdad de un elemento, de una hora y de un lugar: el minotauro no
sale del laberinto. A nosotros nos corresponde ir a los lugares más altos, a
las horas extremas donde viven y se alzan las verdades más elevadas, las más
profundas. Tres anécdotas bastan para definir la vida de un pensador, una para
el lugar, otra para la hora y otra para el elemento. Empédocles y su volcán,
Nietzsche en Sils-Maria subiendo hacia la cima del Sorel. Las uñas largas y el
fuego del cigarrillo de Deleuze en sus clases en la Universidad libre de
Vincennes. Pero también hay en Deleuze bajo su timidez una resistencia férrea
que lo emparenta con la sabiduría estoica.
Antes
de escribir con Guattari ¿Qué es la filosofía? Deleuze retoma en Lógica
del Sentido el tema estoico de los acontecimientos. Todo comienza con esta
frase maravillosa: el árbol verdea. En una naturaleza siempre cambiante no hay
atributo sino verbo, el accidente es una acción, no hay categorías sino la expresión
de un acontecimiento que sucede aquí y ahora. Dentro de una lógica
anti-aristotélica el acontecimiento puro se expresaría con el verbo en
infinitivo: “verdear”, “nacer”, “brotar”, “florecer”,”llover”,“mocear”. “Está
guapa tu hija”. “Claro, ya mocea”. El árbol florece. ¿Por qué? Se dirá que
recibe el acontecimiento de florecer como su casi-causa. El brotar de la
naturaleza, el sentido, la cuarta persona del singular.
Los estoicos señalan que el
acontecimiento se produce como un efecto sobre la superficie externa de los
cuerpos. Pero los efectos incorporales difieren por naturaleza de sus causas,
que son los cuerpos, que son causas los unos en relación con los otros
conformando una unidad de destino. Habría por tanto dos esferas de diferente
naturaleza comunicadas por el acontecimiento, las causas corporales y sus
efectos incorporales. Si decimos “llueve” será muy difícil precisar las causas
físicas, la humedad, condensación, la circulación del aire. O si decimos: “ha
nacido: es una niña”. El problema no es solo que haya que detenerse como señala
Aristóteles, sino que el Logos estoico de los cuerpos es algo demasiado grande
para nuestro entendimiento. En todos los casos el acontecimiento (nacer,
alumbrar, brotar, formalizar una relación de pareja), no es la causa física que
pertenece a la esfera casi-caótica en la profundidad de los cuerpos, sino el
concepto que da el sentido al recaer sobre los cuerpos y modificarlos,
provocándoles efectos: Se llamará Alicia, ya soy abuelo, ahora somos marido y
mujer. Así lo señala H. Miller (1984:
205), la noche que me senté a leer a
Dostoyevski por primera vez fue un acontecimiento en mi vida, más importante
incluso que mi primer amor. Fue el primer acto deliberado, consciente que tuvo
sentido para mí; cambió la faz del mundo por completo. Leer a Dostoyevskei
es un acontecimiento cuyas causas serían extrañas y prolijas: la luz, el nervio
óptico, las huellas impresas, pero cuyos efectos serán para H.Miller el sentido
de su vida: mostrándole su propio devenir.
En todo caso las causas remiten a
las causas y forman una unidad, y los efectos remiten a los efectos y forman
una conjugación entre sí. Sólo los comunica el acontecimiento. Las causas y los
efectos se desplazan cada uno por su cuerda y se juntan en ocasiones a golpes
de acontecimiento sin que el hombre pueda hacer otra cosa que esperar. Las
causas o casi causas de los cuerpos son las mezclas físicas que generan que el
árbol crezca al borde del camino, que produzca frutos venenosos, ¿pero están
separadas, de naturaleza diferente, a su apariencia externa y a los efectos que
puedan generar en otros cuerpos?. De este modo el fruto del árbol se muestra
jugoso, verdea, pero el veneno está escondido en su corazón a punto de dañar al
que pruebe a morderlo. Este es el quid de la cuestión. Esta fractura no
resuelve el problema del conocimiento, ni el de la acción, deja al hombre a
expensas de los acontecimientos. Es más solo si admitimos como los estoicos que
todo se repite eternamente, cíclicamente cada mil años o lo que sea, somos
capaces de abrazar el eterno retorno, de sentarnos a esperar a que todo se
repita, para qué morder a la serpiente en la cabeza cuando ella te ataca, sea,
el fruto era venenoso, sea, el fruto trae la expulsión y la muerte, sea, no
entendimos nada, no era una prohibición, era una ley natural, nada queda por
hacer sino aceptar la repetición, aprender a amar el destino.
Deleuze cae en la tristeza en
Logique du Sens. La única tarea ética consiste en soportar, desarrollar
resistencias: anular los deseos, contraefectuar los acontecimientos, fingir que
no importa, que nunca se quiso, que están verdes. Deleuze dice: Problema de la resignación. Esta no puede ser una
mera variante del resentimiento. No hay que resignarse como un esclavo sino el
Amor fati de los hombres libres. Ser digno de lo que nos ocurre, es quererlo,
mejor dicho, desprender de lo que nos sucede lo que debe ser comprendido, lo
que debe ser querido, lo que debe ser representado. Desprender de lo que nos
sucede el acontecimiento, hacerse hijo de sus acontecimientos, no de sus obras,
este es el programa estoico, y con ello renacer, encarnar o volverse a dar un
nacimiento. ¿Cómo? El actor representa el acontecimiento, convertirse en el
comediante de sus propios acontecimientos, contra-efectuación. La moral quiere
decir esto: ser dignos de lo que nos sucede. Al contrario captar lo que sucede
como injusto y no merecido, siempre es por culpa de otro, es mala voluntad, el
resentimiento contra el acontecimiento.
Pero Deleuze vacila, es posible
que no haya otra salud que elaborar estos juegos. El tirano propaga el
resentimiento pero el hombre libre capta el acontecimiento mismo y no lo deja
efectuarse como tal sin operar su contraefectuación de tal modo que logra
oponer a todas las guerras, a todas las violencias, una sola, que logra oponer
a todos los acontecimientos mortales en uno sólo, para así denunciarlos,
destituirlos, “El punto en el que la muerte se vuelve contra la muerte, en el
que el morir es como la destitución de la muerte”.
Pero acecha la evidencia, ¿Por
qué todo acontecimiento es del tipo de la guerra, de la muerte, de la herida,
es que no hay dichosos, sólo desgraciados? Deleuze ahonda en la herida y acude
a una cita de Fitzgerald, del crack up, de la grieta en francés:
“evidentemente, toda vida es un proceso de demolición”, la que simboliza la
amenaza que nos socava desde dentro, la herida de Bousquet que nacimos para
encarnar. La grieta silenciosa. Pág 162. Si existe una grieta en la superficie,
cómo evitar que la vida profunda se convierta en una empresa de demolición,
como algo evidente. Cada autor citado en esta página encarna la grieta a su
modo que va socavando el cuerpo en lo profundo, en el alcohol Lowry, en la
locura, Artaud, ¿Qué le queda al pensador cuando da consejos de sensatez?
¿convertirse en el profesional de estas habladurías? ¿desear que no se hundan
demasiado?, donde quiera que se mire, todo parece triste. Es el problema del
sentido, de la vida cuando tiene sentido como una mesa en la que los
acontecimientos juegan a los dados y estos solo se rigen y guían por azar
caótico: y nosotros solo asistimos como meros espectadores a un juego en el que
solo nos queda que cultivar ese “tomarse las cosas con filosofía”.
No hemos querido conformarnos con
una vida sobre los efectos, hemos buscado conocer las causas, los
acontecimientos, pero han resultado ser virtuales, extraños, ajenos, y además
tristes. Todo parece un guión escrito en el que van sucediendo nuestras vidas
en dos planos: el interior ajeno a todo, mundo de causas físicas donde rige la
necesidad y en el exterior nuestros cuerpos reciben sus efectos etiquetados
cuando el acontecimiento impersonal va lanzando su lógica implacable. ¿Cómo
salvar esta fractura? ¿Cómo anudar el lazo metafísico de la causa y el efecto?
¿Cómo descubrir las raíces que sujetan a los cuerpos, la fijeza del antes y el
después, el orden de la causa y el efecto, sin acudir a las Ideas deliradas de
Platón, ni a las falsas ilusiones de la conciencia?
Años
más tarde Deleuze en compañía de Guattari en ¿qué es la filosofía? arriesgan
una apuesta nueva, una segunda raíz metafísica: El acontecimiento ahora
prefieren llamarlo concepto o Idea Filosófica. El yo era la potencia de lo
falso, ahora la Trascendencia de Dios es sustituida por la inmanencia del plano.
La filosofía, igual que la ciencia o el Arte, traza planos de inmanencia
en el caos. Y sobre este plano el filósofo debe construir conceptos. El plano
de inmanencia es como una sección del caos, y actúa como un tamiz. El caos, en
efecto, se caracteriza menos por la ausencia de determinaciones que por la
velocidad infinita a la que éstas se esbozan y se desvanecen: no se trata de un
movimiento de una hacia otra, sino, por el contrario, de la imposibilidad de
una relación entre dos determinaciones, puesto que una no aparece sin que la
otra haya desaparecido antes, y una aparece como evanescente cuando la otra
desaparece como esbozo. El caos no es un estado inerte o estacionario, no es
una mezcla azarosa. El caos no es azar, el caos caotiza, y deshace en lo infinito
toda consistencia, pero el pensamiento debe adquirir una consistencia sin
perder lo infinito en el que se sumerge.
Este es el designio del pensar filosófico, que aspira al saber como un
horizonte casi imposible pues se enfrenta al conjunto y al movimiento, frente a
los sabios que presentan siempre opiniones o verdades de lo que está quieto o
en detalle, o los hombres de religión que aman los ídolos y recaen en la
ilusión. Tal es la dificultad de ser pensador, que hay que pensar la inmanencia
en sí misma, del filósofo en tanto amigo o amante del saber, lo quiere y tiende
hacia él, pero nunca lo posee, aunque a veces lo acaricie antes de que vuelva a
marchar ligero y esquivo como el caos en el que habita. Puesto que la
naturaleza ama esconderse, las raíces del árbol se ocultan, las determinaciones
desaparecen a velocidades infinitas.
Sócrates y Platón creían que la
maldad por derecho era de hecho producto del error, pues todo hombre afronta
las brumas, la desorientación, la dificultad de extraer un trozo de sentido en
el caos cotidiano. El pensador lanza las redes aunque con frecuencia se ve
arrastrado a mar abierto puesto que pensar se hace cada vez más difícil: exige
la pura inmanencia. El escenario es la red misma sin otro presupuesto que la
inmanencia, lo que allí mana y fluye dentro del mismo plano, evitando la
tentación salvadora de generar un Uno del que derivara todo, o de creer que los
conceptos que allí encontramos son eternos o universales, cuando deben ser
producidos como las constelaciones en el cielo. Y aquí nos encontramos con una
tarea titánica, que se compara a la de cruzar el Aqueronte, el Leteo, a volver
del reino de los muertos, como el alma platónica luchaba por vencer el olvido y
desvelar lo que había visto en la vida anterior.
La ciencia también afronta el
caos, incluso el arte, pero sus creaciones son distintas a las de la filosofía.
La ciencia produce mapas, coordenadas, referencias, ralentiza el caos. Está
también la opinión, la doxa, como enemiga del pensamiento. Claro, hay en los
objetos sin duda una estabilidad, un anti-caos objetivo que permite un saber
práctico, y mediante la abstracción de rasgos se pueden crear taxonomías y
conjuntos. Ahí se asienta el reino de la doxa dónde triunfa la imagen del
comunicador, del experto tertuliano. El pensador en cambio lucha contra el caos
infinito, se sumerge en las profundidades, lanza sus redes para extraer un
trozo de suelo donde levantar un teatro en el que unos personajes conceptuales
animarán una trama cuyo sentido será el concepto o el acontecimiento. Así cuando decimos que algo es kafkiano, fue el escritor
checo capaz de crear el concepto que nombra algo absurdo bajo un dominio
opresivo o tiránico, igual que un médico es capaz de relacionar unos elementos
heterogéneos y agruparlos como síntomas de una enfermedad o de un mal.
Del
caos al cerebro, cada pensador crea un plano que define una materia del
ser pero también una imagen del pensamiento. Una Physis y un nous. Para Deleuze
la materia del ser es el caos, un torbellino de elementos a velocidad infinita,
del que se pueden extraer acontecimientos de sentido, en cuanto a la imagen del
pensamiento, destrona la Razón cartesiana en beneficio de un pensar por
necesidad, instintivo, casi animal, o por inclinación siguiendo el clinamen que
decían los epicúreos. La imagen del pensador ya no es la de Aristóteles con una
balanza midiendo razones, a favor y en contra: “No es ciertamente por razones
«racionales o razonables» por lo que se crea tal concepto, por lo que se
escogen tales componentes, es por un saber instintivo casi animal, o una
especie de gusto filosófico que confiere a cada filósofo el derecho de acceder
a determinados problemas como un marchamo marcado sobre su nombre, como una
afinidad de la que resultarán sus obras”. Y añaden: Y si el pensamiento busca,
lo hace menos como un hombre que cuenta con un método que como un perro del que
se diría que da brincos desordenados...”
Es la vida misma la que está en
juego y su necesidad lo que nos fuerza a pensar, pero no por un plan ni un
programa diseñado, los conceptos son más: “producto de dados lanzados al azar
que piezas de un rompecabezas”. El pensar es algo pre-filosófico que “implica
una suerte de experimentación titubeante, y su trazado recurre a medios
escasamente confesables, escasamente racionales y razonables. Se trata de
medios del orden del sueño, de procesos patológicos, de experiencias
esotéricas, de embriaguez o de excesos. Incluso Descartes tiene su sueño.
Pensar es siempre seguir una línea de brujería”.
La filosofía es creación y
voluntad de poder. No es afán de dominio ni voluntad de verdad pero sí voluntad
de poder, por eso dicen Deleuze y Guattari que el concepto que creamos no es
objeto, sino territorio, ritornelo o sentido que acota el caos, que hace
posible habitar la Tierra. El acontecimiento o el concepto no tiene un Objeto,
sino un territorio. Pensar se hace más bien en la relación entre el territorio
y la tierra. Pensar es crear sentidos en el caos: para echar raíces. La casa
del ser. No era el lenguaje, sino el concepto filosófico. Antes se llamaban
poetas, los fundadores, los que pusieron nombre a las cosas para salvarlas del
caos, para crear sentido. Ahora es la filosofía la que puede y debe crear
nuevas posibilidades de vida o de sentido, los modos de existencia que sólo
pueden inventarse sobre un plano de inmanencia que desarrolla la potencia de
los personajes conceptuales. Pues el concepto es evidentemente conocimiento,
pero conocimiento de uno mismo, y lo que conoce, es el acontecimiento puro.
Nosotros estos animales
fracasados que en un claro del bosque debemos construirnos un ezos, un
territorio, como un suelo para no hundirnos en la ciénaga o en el caos. "Ethos" significa inicialmente "guarida,
lugar donde habitan los animales, o morada, lugar donde habitan los
hombres"; Ahí es nada. Debemos echar raíces que nos sujeten, ante
las tormentas, ante el retorno del caos. Aristóteles
señala que en la ciudad la ética es una segunda naturaleza racional que se
superpone a la natural. Se trata de una creación genuina y necesaria del
hombre, pues éste, desde el momento en que se organiza en sociedad, siente la
necesidad imperiosa de crear reglas para regular su comportamiento y adquirir
costumbres y permitir modelar así su carácter. Según Aristóteles la Razón es la
que debe guiar nuestras decisiones, la virtud es una cualidad de la razón que
busca el punto de equilibrio, la decisión más justa y provechosa que al
repetirse nos dará ese hábito virtuoso que generará una costumbre que será
nuestro carácter que es el que determina el destino. Pero a juicio de Deleuze
el destino no está en la Razón sino en el cuerpo, mejor, en el deseo. La ética
se escribe con el deseo. La ética, en tanto que la guarida del hombre,
está hecha de instintos, de arrebatos, de búsquedas animales. Acaso en Spinoza
serían ambos el cuerpo y la mente en paralelo, pero desde el psicoanálisis
freudiano sabemos que los sujetos desean. No es el cuerpo ni la mente es la
historia del deseo.
El libro de todos los ibros.
Dice Foucault: Yo diría que el
Anti-Edipo (con perdón de sus autores) es un libro de ética, el primer libro de
ética que se haya escrito en Francia desde hace largo tiempo. Es también uno de
los pocos libros con inspiración spinozista. En todo caso la ética no es una
ciencia teórica sino práctica. Y por tanto es un consejo de vida.
En muchas ocasiones resuena la
cita spinozista, el cuerpo está separado de lo que puede. Los tres adversarios
contra los que se enfrenta el Anti- Edipo. Tres adversarios que no poseen la
misma fuerza, que representan diversos grados de amenaza, y que este libro
combate con medios diferentes. 1) Los ascetas políticos, los militantes
sombríos, los terroristas de la teoría, los que querrían preservar el orden
puro de la política y del discurso político. Los burócratas de la revolución y
los funcionarios de la Verdad. 2) Los técnicos del deseo, lamentables: los
psicoanalistas y los semiólogos que registran cada signo y cada síntoma, y que
quisieran reducir la organización múltiple del deseo a la ley binaria de la
estructura y la falta. 3) Por último, el enemigo mayor, el adversario
estratégico (mientras que la oposición del Anti-Edipo a sus otros enemigos
constituye más bien un compromiso táctico): el fascismo. Y no sólo el fascismo
histórico de Hitler y Mussolini -quienes tan bien supieron movilizar y utilizar
el deseo de las masas- sino también el fascismo que se halla dentro de todos
nosotros, que acosa nuestras mentes nuestras conductas cotidianas, el fascismo
que nos hace amar el poder, desear aquello mismo que nos domina y explota.
La concepción materialista del
deseo de DG es paralela a la concepción materialista de la historia, y la tesis
fundamental es que no hay por una parte una producción social de la realidad y
por otra una producción deseante de fantasía, solo hay una producción, la
producción social de su existencia, o producción deseante. A la producción
donde se da el gasto de fuerza de trabajo abstracta, también se produce gasto
de inversión libidinal, gasto de mano de obra deseante. Estas dos caras habrá
que explicarlas: trabajo, y deseo. El problema es ver esta distinción y esta
unión.
Platón fue incapaz de resolver el
problema del deseo, iniciando el camino del idealismo del deseo. Una concepción
idealista o nihilista del deseo es aquella que en primer lugar lo determina
como carencia, carencia de algo, se desea porque se carece de algo, de tal o
cual objeto. El deseo aparece ligado a algo objetivo en lugar de pensarse como
un flujo abstracto, como una inversión pulsional completamente autónoma con
respecto a la realidad. Esta es la tesis de DG: El deseo produce, y las
representaciones están subordinadas por esta producción, de un modo similar al
que la infraestructura produce, y los códigos ideológicos y políticos dependen
de ella. Y el psicoanálisis desde Freud no ayuda a comprender el deseo pues ha
levantado otro idealismo de mitos, sueños y teatros, en el que la
representación ahoga la producción. Freud es igual que David Ricardo, ambos
aunque en planos distintos han sido capaces de aislar el componente productivo,
trabajo y deseo, y desligarlos de sus códigos de representación que son solo
secundarios: valor de uso, fetiche de la mercancía.
La historia del deseo tiene tres
etapas, tres grandes modos de producción o modelos productivos de deseo: el
salvaje, donde se conjura el caos en la Madre Naturaleza, aquél que el deseo
confluye en el cuerpo del déspota, omnipresente en todas las imágenes,
codificándolas, pero en la época moderna el capitalismo ha creado un socius
distinto en el que ha disuelto todos los códigos en beneficio del dinero. Ya no
hay código en el capitalismo sino una axiomática contable de cantidades
abstractas. Por ello se puede decir que el capitalismo es el primer modelo que
no intenta frenar la avalancha del caos o de la descodificación, sino se sitúa
en él, que lo espera como un surfista su ola.
En primer lugar la moneda como
equivalente general es una cantidad abstracta indiferente a la naturaleza de
los flujos. En segundo lugar el poder se ha vuelto económico: El capital como
socius se vuelca sobre la producción sin hacer intervenir otro elemento
extraeconómico en el código. No hay gurús sino en wall street, no hay curas
sino con fondos de inversión que desgravan desde fundaciones de solidaridad mal
encubierta. Lo económico arrastra todos los códigos, ahí radica el poder del
capitalismo, estas condiciones de destrucción de todo código hacen que la
ausencia de límites tenga un sentido, expansivo, de colonización, hasta la luna
y más allá, que vaya superando sus límites añadiendo un nuevo axioma a los
precedentes, su axiomática nunca está saturada, siempre puede añadir un nuevo
axioma a los precedentes, producción verde, talleres con minusválidos, amas de
casa a tiempo parcial, teletrabajo. La persona se ha vuelto realmente privada
en cuanto que deriva de las cantidades abstractas y se vuelve concreta en la
concreción de esas mismas cantidades. (Un mil eurista). Se vuelve capacidad de
producir medible en horas, lo demás no importa, si es preciso hacer un axioma
solo para ti, se hace, ahí se observa la diferencia con los códigos, por
flexibles que sean.
Para Marx la carencia es
preparada y organizada en la producción social. La producción nunca se organiza
en función de una escasez anterior, es la escasez la que se propaga. El objeto
mercantil no llena una carencia, no viene a satisfacer un deseo. La carencia es
el resultado de una sobreactividad productiva cuya finalidad es producir valor. Deleuze invierte esa idea, la cuestión radica en la producción del deseo y en señalar cómo
las máquinas deseantes anudan sus deseos al cuerpo social, en este caso el
capital, el dinero que se convierte en objeto y en fin, y que empuja en su
búsqueda a todo el socius a una carrera cada vez más destructora y enloquecida.
Parecería que el sistema desea su autodestrucción, que se escuchan tras los
juegos de Eros los pasos de Tánatos.
La ética de la alegría.
El deseo pertenece al orden de la
producción, toda producción es a la vez deseante y social. Ni Hitler, ni los
bancos, ni las banderas serían nada a menos que no fueran deseados. Por ello la
pregunta esencial es la que hizo Spinoza: ¿Por qué combaten los hombres por su
servidumbre como si se tratase de su salvación? ¿Cómo puede el deseo desear su
propia represión?, o cómo puede el ser humano querer su propia muerte, o al
menos abrazar el fascismo que lo reprime y lo anula. Estas preguntas son
trasuntos de las cuestiones metafísicas de la modernidad: ¿Puede la Substancia
obrar contra sí misma?, que es a su vez trasunto del mismo problema teológico
fundamental: ¿Cómo puede existir el mal contra la voluntad de Dios, cómo puede
querer Dios el mal?
D y G arriesgan dos opciones de
respuesta a estas preguntas: ¿Por qué el ser humano abraza modelos
totalitarios, anuda su deseo a aquello que lo reprime? ¿Por interés? El ser
humano desea su represión, renuncia a su derecho natural, a su potencia, ante
el temor de un mal mayor o la esperanza de un bien mayor. ¿Por tristeza u
odio?: Las afecciones pasivas, tristes o dichosas son adventicias pues son
producidas desde el exterior, las activas son innatas porque se explican por
nuestra esencia o nuestra potencia de comprender. Sucede sin embargo que lo
innato no siempre está visible sino escondido y oculto. Nacemos separados de
nuestra potencia de actuar o de comprender: debemos, en la existencia,
conquistar lo que pertenece a nuestra esencia.
Si atendemos a esta segunda
explicación nos encontramos con una prueba de existencia para el hombre, con
una búsqueda de la felicidad y de la sabiduría: No hay bien ni mal en la
Naturaleza, no hay oposición moral, pero hay una diferencia ética. Esta
diferencia ética se presenta entre el sabio e ignorante, entre el hombre
esclavo y el libre, entre el fuerte y el débil. Las verdaderas leyes naturales
son las normas del poder, no las reglas del deber. No es voluntad de verdad,
sino voluntad de desear. ¿Cómo hallar la dosis del antídoto, del veneno que se
convierte en medicina, cómo hacer metafísica de las cosas que nos dé las raíces
y el corazón de lo real para prevenir los malos encuentros, para desechar los
falsos pretendientes, para no caer en el nihilismo y en la derrota, o cómo
adquirir el conocimiento del sabio bajo la forma de la eternidad?
El Estado Civil distingue
solamente a los justos y a los injustos según la obediencia a sus leyes. Es el
peligro del derecho formal que todo lo regula, que satura el espacio de reglas,
y renunciando los ciudadanos a juzgar lo que es bueno y malo, los ciudadanos se
entregan al Estado que los castiga y los recompensa. Sin embargo la prueba
ética de Spinoza parte de analizar nuestra composición química: el hombre bueno
es el que selecciona los encuentros, el que es afectado positivamente,
aumentando su potencia o conatos, mientras que el hombre malo sufre deterioro y
la muerte por justamente lo contrario. La muerte siempre nos llega por
accidente desde el exterior. Es su necesidad la que nos lleva a creer que la
muerte es de carácter interno dado además que el veneno actúa en la
profundidad. Lo malo tiene lugar cuando circunstancias exteriores determinan
que las partes que nos conforman entren en relaciones distintas, y nuestra
relación se descompone, o cuando se nos echa encima una afección que excede
nuestra capacidad de ser afectados, destruyendo nuestro poder de afección.
Esta es la sabiduría: Lo que
puede un cuerpo. ¿No sabemos qué desea un cuerpo o en verdad no sabemos qué puede el cuerpo? Nada sabemos de un cuerpo
mientras no sepamos lo que puede, es decir, cuáles son sus afectos, cómo pueden
o no componerse con otros afectos, con los afectos de otro cuerpo, ya sea para
destruirlo o ser destruido por él, ya sea para intercambiar con él acciones y
pasiones, ya sea para componer con él un cuerpo más potente.
No comerás del fruto…se trata de
un fruto que envenenará a Adán si lo come, se trata del encuentro de dos
cuerpos cuyas relaciones características no se componen: el fruto provocará que
las partes del cuerpo de Adán, y la idea del fruto lo hará con las partes
intensivas de su alma, entren en nuevas relaciones que no corresponden ya a su
propia esencia. Conforme a las leyes eternas de la naturaleza, lo bueno tiene
lugar cuando un cuerpo compone directamente su relación con la nuestra y
aumenta nuestra potencia con parte de la suya, o con toda entera. Por ejemplo
un alimento. Devenir avispa de la orquídea. Lo malo tiene lugar cuando un
cuerpo descompone la relación del nuestro. Bueno y malo tienen así un primer
sentido: lo que conviene a nuestra naturaleza, y lo que no. Y se llamará bueno
a quién se esfuerce en organizar los encuentros, unirse a lo que conviene a su
naturaleza, componer con relaciones combinables y aumentar su potencia. Se
llamará malo, esclavo o débil, o insensato, a
quien se lance a la ruleta de los encuentros, casi como a la ruleta
rusa, conformándose con sufrir los efectos, sin que esto acalle sus quejas y
acusaciones cada vez que el efecto sufrido se muestre contrario y le revele su
propia impotencia. Se imagina poder arreglárselas con violencia o astucia, pero
no deja de encontrarse con Dios sive natura, y acabará destruyéndose a fuerza
de culpabilidad, propagando en todas direcciones su impotencia y esclavitud,
sus toxinas, sus venenos. Llegará a no poder encontrarse consigo mismo. El
texto sobre el suicidio spinozista válido hoy sobre la anorexia y su confusión
entre alimento y veneno.
Esta tipología ética de modos
inmanentes de la existencia reemplaza la moral. La moral es el Juicio de Dios,
pero la ética sustituye la oposición de los valores.
Hay que desvalorizar la
conciencia en relación con el pensamiento. La conciencia es el lugar de una
ilusión, recoge los efectos pero ignora las causas
Recordamos cuando decíamos esto.
Nuestra situación es tal que sólo recogemos el efecto de un cuerpo sobre el
nuestro, por eso no podemos pensar que los niños o los esclavos son felices, o
Adán el primer hombre, pues ignorantes de causas y naturalezas, reducidos al
acontecer, condenados a sufrir efectos cuya ley nunca llegan a comprender, son
los esclavos de cada cosa, ansiosos e infelices en la medida de su imperfección.
¿Cómo calma su angustia la conciencia? Una triple ilusión: dado que solo recoge
efectos, toma los efectos por las causas, ilusión de las causas finales, alega
su poder sobre el cuerpo, como causa primera, ilusión de la libertad, y
finalmente invoca un dios que dispone para el hombre un mundo a la medida de su
gloria y sus castigos (ilusión teológica).
La conciencia en si es una
ilusión: así es cómo un niño cree desear la leche libremente; un joven furioso,
la venganza, y un cobarde, la huida. Spinoza define el deseo como el apetito
con conciencia de sí mismo, pero la conciencia nada añade al apetito pues no
nos inclinamos por algo porque lo consideramos bueno sino consideramos que es
bueno porque nos inclinamos por ello. El apetito es el esfuerzo por el que cada
cosa se esfuerza en perseverar en su ser (Conatos), la conciencia aparece como
el sentimiento continuo de este paso de más a menos o de menos a más, de las
variaciones del conatos, es puramente transitiva, solo tiene el valor de una
información confusa y mutilada.
Para Spinoza la mayor parte de
los hombres permanecen fijados en las pasiones tristes que los separan de su
esencia y la reducen al estado de abstracción, en la medida que piensan sobre
todo en sus partes extensivas, en el cuerpo. Otra bella fórmula spinozista
resuena, los hombres tristes están separados de lo que pueden. Muriendo
perdemos poca cosa pues permanece nuestra parte intensiva eterna, el alma. Por
ello solo teme a la muerte aquel que tiene algo que temer, aquel que se ha colmado
de afecciones pasivas ha dejado inafectado su alma, la tiene completamente
vacía. Esta es la venganza del nihilismo, del vacío de la gran belleza
exterior.
Para Deleuze la ética es
necesariamente una ética de la alegría; solo la alegría vale, solo la alegría
subsiste en la acción, y a ella y a su beatitud nos aproxima. La pasión triste
siempre es propia de la impotencia. Este será el triple problema práctico de la
Ética: Cómo conseguir el máximo de pasiones alegres y pasar de este punto a los
sentimientos libres y activos (cuando nuestro lugar en la Naturaleza parece
condenarnos a los malos encuentros y a la tristeza) ¿Cómo podemos formar ideas
adecuadas, de donde brotan precisamente los sentimientos activos (cuando nuestra condición natural parece condenarnos
a tener de nuestro cuerpo, de nuestro espíritu y de las demás cosas solamente
ideas inadecuadas?, ¿Cómo llegar a la conciencia de sí, de Dios y de las
cosas-sui et Dei et rerum aeterna quadam necesítate conscius (cuando nuestra
conciencia parece inseparable de la ilusión). Las grandes teorías de la
Ética-unicidad de la sustancia, univocidad de los atributos, inmanencia,
necesidad universal, paralelismo, etc.- no pueden separarse de las tres tesis
prácticas sobre la conciencia, los valores, y las pasiones tristes.
Spinoza disfrutaba con las luchas
de arañas, pues los animales nos enseñan al menos el carácter irreductiblemente
exterior de la muerte, no la llevan en sí mismos, aunque se la den
necesariamente unos a otros; se trata de la muerte como mal encuentro
inevitable. Pero ellos no han inventado todavía esa muerte interior, este
sado-masoquismo universal del esclavo-tirano. Spinoza denuncia todos los
fantasmas de lo negativo: esas dos fuentes de lo negativo, el odio y el
resentimiento. Se trata de ver la vida más allá de las apariencias falsas, y
para una visión tal son necesarias la humildad, la frugalidad, la pobreza, la
castidad, ya no como virtudes que mutilan la vida sino como potencias que la
abrazan y la penetran. Spinoza no creía en la esperanza ni en el coraje, solo
creía en la alegría y en la visión. Los artistas, los sabios, los filósofos
trabajan duramente puliendo lentillas. Pulir el vidrio, para que algún día la
lentilla sea perfecta, ese acontecimiento que no acaba de producirse, y ese día
todos percibiremos con claridad, la asombrosa, la extraordinaria belleza de
este mundo… H. Miller
Se encuentra sin duda en Spinoza,
y en Deleuze, una filosofía de la vida, pues la vida queda envenenada por las
categorías del Bien y del Mal, lo que la envenena es el odio, el odio contra
uno mismo que es la culpabilidad. Sigue paso a paso el encadenamiento terrible
de las pasiones tristes: tristeza, odio, aversión, burla, temor, desesperación,
piedad, indignación, envidia, humildad, arrepentimiento, abyección, el pesar,
la cólera, la venganza, la crueldad…Hasta en la esperanza y en la seguridad
encuentra ese poco de tristeza que basta para hacer de ellas sentimientos de
esclavos.Es sátira todo lo que goza de la
impotencia y el pesar de los hombres, todo lo que expresa el desprecio y la
burla, todo lo que se alimenta de acusaciones, de malevolencias, desprecios e
interpretaciones bajas, todo lo que rompe las almas (el tirano necesita almas
rotas como las almas rotas al tirano).
Pero hay en Deleuze una alegría propia, una defensa de la voluntad y del
cuerpo, que sigue actualizando por los mismos derroteros que el judío. La
fórmula que a ambos relaciona puede resumirse en: La alegría es la afirmación
de la inmanencia y la conquista del inconsciente. Alegría es lo que desea un
cuerpo y lo que puede. Sólo hay que desear; y hay que elegir entre el deseo de
la nada, molar, represivo, y los deseos moleculares. Toda la filosofía de
Deleuze se resume en esta alegría, en la defensa de los flujos frente a los
códigos, en la descodificación de lo que hay que decir, en la
desterritorialización de tu guarida ética para entrar en conexión con otras
casas, con otros territorios, y hacernos así más ricos, más complejos. Viajar
es devenir. Se transforma uno en los lugares que visita. Incluso aunque Deleuze
no viajara mucho como defiende en el abecedario. Esta es la tarea de la ética,
estos son los temas, incluso la advertencia a las drogas como mal método de
experimentación: “llegar a emborracharse pero con agua pura” decía Henry
Miller.
Deleuze es esta apuesta por lo
molecular, por devenires locos. ¿Por qué hay un devenir mujer, animal,
imperceptible, y no hay un devenir molar del hombre? Porque en Deleuze hay una
búsqueda que se sigue de un imperativo ético: Haz lo que quieras siempre que
entres en relación con los demás, te yuxtapongas a las cosas, entres en
vecindad con otros elementos, te descodifiquen y te desterritorialicen. La vida
como una experiencia. El universo como ley moral:
“Dejar de
decir yo, ser alegre y afirmar la vida, deseos moleculares, nunca ligarlos a
una totalidad molar, sea padre, patria, dogma o religión. Entonces uno es como
la hierba: ha creado una multitud, ha suprimido de sí mismo todo lo que le
impedía circular entre las cosas y crecer en medio de ellas. Una línea del
devenir no se define ni por puntos que une ni por puntos que la componen. Una
línea del devenir solo tiene un medio, el devenir es antimemoria” :Será la
infancia, pero no debe ser mi infancia, escribe Virginia Wolf, cita Deleuze y
Guattari, 294, igual que el Londres de Dickens no es un relato histórico y
menos costumbrista. No pintaba las cosas sino entre las cosas, dice Kandinski o
Klee. Todo este arsenal de DG presenta la dificultad intrínseca al Logos, al
lenguaje de relatar el modo en el que uno es médium cuando escribe, cuando
compone un cuadro, un poema una canción, cómo se abre la percepción, y cómo nos
afectamos por algo más grande que nosotros, y que no es un plan, ni un
programa, ni un árbol, sino un rizoma, un campo de hierba, poblado por
intensidades. Un bosque animado. Una tierra del deseo. Todo lo contrario de un
camino. Dionisos. La ética spinozista.
Haced Rizoma y no raíz, no
plantéis nunca! ¡No sembréis, horadad! ¡No seáis uno ni múltiple, sed
multiplicidades! ¡Haced la línea, no el punto! La velocidad transforma el punto
en línea. ¡Sed rápidos, incluso sin moveros! Línea de suerte, línea de cadera,
línea de fuga. ¡No suscitéis un General en vosotros! ¡Haced mapas y no fotos ni
dibujos! ¡Sed la Pantera Rosa y que vuestros amores sean como los de la avispa
y la orquídea, el gato y el babuino!”
El rizoma se
opone al árbol cartesiano. Ya no son las Ideas del Yo, Dios, Mundo kantianas:
Es el triunfo de las superficies frente a la altura platónica y a la
profundidad caótica. El idealismo es la enfermedad congénita de la filosofía
Platónica, la filosofía presocrática no sale de la caverna, pero el pensamiento
se orienta en las superficies, sobre los cuerpos y sus extensiones, en la
vibración de la piel que es lo más profundo, ya no hay profundidad ni altura,
sino devenir.
En Deleuze no
hay esencia sino devenir, aunque en ese devenir actualizamos aquello que es
nuestro poder, que nos pertenece en la medida que está a nuestro alcance: es
como la potencia aristotélica que es anterior al acto aunque lo sepamos
después; aunque Deleuze rara vez cita a Aristóteles. El devenir del hombre radica en buscar su
esencia, y que estando dentro de nosotros sólo se actualiza en el afuera, en la
relación con los otros, en los afectos y perceptos que experimentamos: de nada
vale la conciencia, lo que debemos buscar en la existencia se nombra en la
sentencia de que el cuerpo es el destino. No como los efectos de sus
enfermedades y sus patologías biológicas sino como causa de sus inclinaciones,
de su deseo, de sus devenires. El ser nómada. La res extensa rizomática.
No somos autómatas espirituales,
Adán podía no haber pecado, pudo no morder la manzana, pero no elegimos nunca entre dos objetos aislados, una manzana o una granada, como
tampoco podemos elegir entre dibujar un árbol con o sin raíces. Es entre
orientaciones que nos arrastran a mundos diferentes, a percepciones y a
afectos, son inclinaciones en las que los cuerpos buscan aumentos de potencia.
Tenía razón Aristóteles cuando afirmaba que es tan raro ser bueno como ser
feliz, pero se equivocaba al hacerlo depender de un término medio derivado como
una función de una Razón matemática, geométrica, que debía limitar las
pasiones. Ahora en Deleuze el cuerpo habla, y se inclina en el plano de la
vida, a la búsqueda de encuentros que armónicamente le hagan aumentar en
extensión y en intensión si es transportado por la alegría, si llega hasta el
máximo de lo que puede su cuerpo. El cuerpo se define
por latitud y longitud, o también podríamos decir por intensidad y extensión,
trasposición de los dos atributos de la sustancia spinozista: extensión y
pensamiento. Videncias y Afectos. ¿Hacernos sabios en experiencias? ¿El Tercer
modo de conocimiento?
Amigo de la
sabiduría, estamos condenados a no poseerla. Sólo pretenderla.
El problema
del ser deja de tener sentido: lo que somos deja lugar a lo que hacemos:
máquinas de células y átomos. Uniones y relaciones, movimientos, plasticidad,
elasticidad. Nomadología. Y podemos incluso hacer el mejor de los mundos
posibles, tan sólo eso, casi nada el reto, lo que se traduce en simplemente el
horizonte de vivir bien: esa es la apuesta que compromete a toda la práctica,
al arte de vivir. Porque efectivamente estamos desdoblados, entre los
efectos y las causas, entre las causas finales y las eficientes. Pero en la
Inmanencia hay sintonía de ambas causas: el agente y el fin coinciden. También
la materia y la forma. Todo se produce en el cuerpo, todo mana y fluye en él, y
sus efectos se propagan en él como principio para nuevos devenires. El cuerpo.
El cuerpo sin órganos. Allí donde no dejamos de actualizar los acontecimientos.
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