Más allá del nihilismo

Para Laura Jiménez, por tantas cosas que fuimos.

Descartes describe el saber como un sistema unitario que compara a un árbol con sus diferentes ramas que serían las disciplinas como la biología o las matemáticas que brotan del tronco común que es la Física. Si pedimos que los alumnos dibujen un árbol, cada cuál realiza un trazo de su idea de árbol, con más o menos altura, más o menos hojas, pero nadie dibujará las raíces, a pesar de ser el fulcro necesario que sujeta y alimenta al árbol. Las raíces son la metafísica, base y sustancia del saber. "Porque no se ven" se argumentará, justamente por esto, porque no se ve, porque está más allá de lo físico, de lo que percibimos como ciencia o ámbito científico, no somos capaces tampoco de percibir ni comprender la importancia de la metafísica que constituye la raíz del saber.  El más allá de lo visible y empírico, la fuente misma desde la que comenzamos a pensar.

El fin de la metafísica tiene un momento preciso, acontece con la muerte de Dios, aunque su lugar sea rápidamente ocupado por la Razón, cartesiana analítica, que otorga la supremacía al cogito, por el que quedan arruinadas la identidad del yo, del Mundo, y la esperanza de un Dios ajeno y cada vez más lejano. El nihilismo en una de sus formas, la que utiliza Nietzsche a martillazos, deshace a la vez la entidad de Dios, del Mundo (y por tanto del lenguaje y del saber), y del yo. Freud se encargará de asestarle su golpe de gracia al yo heredado del carro alado. 


El árbol con Deleuze se convierte en rizoma, en raíz que prolifera casi como un tumor cancerígeno, sin control, red que deja indeterminados los elementos en beneficio de una meseta o un plano que pueblan dispersos sin identidad ni coherencia. Paradojas del sentido común, no se conquista la libertad sino al precio del león, es decir, al precio de sentirse solo, de conquistar un desierto, que está fuera y dentro de nosotros. No se vuelve uno nómada sino al precio de perderlo todo literalmente salvo el camino, y el encuentro, el robo y el don, al modo en que Ulises viajara sin esperar Ítaca al final del viaje. 

Para que el niño Dionisos juegue a los dados, y nazca así el superhombre que juega a crear valores nuevos, es preciso que justamente el león muera, y con él su memoria, y sus proyectos, pues es preciso que lo antiguo muera para que lo nuevo nazca, y crezca. Por ello este tiempo ya no es tiempo del yo, el superhombre pertenece a Aion, y ya no a Cronos, en él el futuro es solo eterno retorno en el que ni el yo ni las mismas cosas volverán. 

Este nombre equívoco vale porque cifra el caos, la indiferencia, y la muerte, pues retornará otra vez lo otro como una libertad para el fin de un mundo. No es el yo el que retorna, ni peor, tampoco tú, y será preciso evitar abismarse en los ojos de la mujer que amas y aprender a nadar a través de ellos hacia regiones desconocidas. Así tras la casa destruida por el paso del tiempo, (por las pasiones volcánicas que destruyen la porcelana, por los simulacros que se alzan contra toda idea de bien y de amor y de hogar que quisimos levantar a pesar de la grieta que veíamos se rasgaba irreversible y evidente como toda vida y su proceso de demolición), no se esconde el caos, sino un cuerpo sin imagen representativa que es esa raíz metafísica, ese algo invisible, imprevisto e inaudito, que es fin y principio de la nada, allí donde la nada se torna principio para otro comienzo. 

El ser en acto guía como un motor inmóvil pero atrae como el fin. Porque se desea la muerte, porque ella se vuelve nuestro deseo, la meta y el fin de la vida, siempre que se tenga el coraje de escribir tú nombre en el cristal con el vaho o en la arena con la espuma despreciando el buenismo y la esperanza, deshaciéndose del bastón preedípico de la autoayuda y la religión, nicho para las supercherías, sabiéndonos sin raíces ni espesor, sin profundidad ni altura.  Pero el coraje de soportar el vaho y la espuma solo viene dado por la verdad del nihilismo que es la pura Idea del Mal. Último escalón a superar de los hipócritas, la máscara final que reporta algo de consuelo tras el dolor de la nada, es la alegría del árbol al saberse violín y luego música y luego eco, como la risa del nómada que es la expresión de la cuarta persona del singular, o del valor intemporal del infinitivo por el que no se deja de vivir o de amar nunca, allí donde tampoco se muere, como bajo una especie de eternidad.


SPINOZA

SPINOZA: TEORÍA ÉTICA

Nació en Ámsterdam (Países Bajos), en 1632, procedente de una familia de judíossefardíes emigrantes de la península Ibérica, que huía de la persecución en Portugal. Su familia procedía de España, de donde huyó durante el siglo XV a Portugal.1 Se educó en la comunidad judía de Ámsterdam, donde se conservaba una considerable tolerancia religiosa, pese a la influencia de los clérigos calvinistas. Contrajo unatuberculosis que poco a poco minaría su salud, hasta ocasionarle una muerte temprana.
A pesar de haber recibido una educación ligada a la ortodoxia judía, por ejemplo, con la asistencia a las lecciones de Saúl Levi Morteira, el joven Spinoza mostró una actitud bastante crítica frente a estas enseñanzas y amplió sus estudios por su cuenta en matemáticas y filosofía cartesiana, dirigido por Franciscus van den Enden. Leyó también a Thomas Hobbes, Lucrecio y Giordano Bruno; estas lecturas lo fueron alejando de la ortodoxia judaica. A esto se le pueden sumar las influencias del grupo de los collegianten o ‘colegiantes’ (cristianos liberales protestantes neerlandeses), así como de heterodoxias judías hispano-portuguesas, estas últimas encarnadas principalmente en las figuras de Juan de Prado y Uriel da Costa.
Muerto su padre, en 1654, Spinoza no tenía ya que mantener oculto su descreimiento por respeto a la figura paterna. El 27 de julio de1656 fue expulsado de la comunidad judía (así como excomulgado y desterrado de la ciudad), a la sazón dividida en dos grupos:
Estos últimos constituían un grupo cerrado. En algún momento histórico parece que sus normas fueran más ortodoxas y rígidas que las de los sefardíes. Era el grupo mayoritario en Ámsterdam.
Tras la expulsión se retiró a un suburbio en las afueras de la ciudad y publicó su Apología para justificarse de su abdicación de la sinagoga, obra perdida que algunos autores consideran un precedente de su Tractatus theologico-politicus. Acentuó su trato con los grupos cristianos menonitas y colegiantes, de carácter cristiano bastante liberal y tolerante.
Para sobrevivir se dedicó a pulir lentes para instrumentos ópticos, entre ellos para su amigo el científico Christiaan Huygens. Aparte de ganarse la vida con este oficio, recibía, según alguno de sus biógrafos, una pensión que le consiguió su amigo el munícipe Jan de Witt.
En 1660 se trasladó a Rijnsburg, pueblo cercano a Leyden, donde redactó su exposición de la filosofía cartesiana, Principia philosophiae cartesianae, y los Cogitata metaphysica, que se editaron conjuntamente en verano de 1663 (edic. latina; en 1664 apareció la versión holandesa) y que serían las dos únicas obras publicadas con su nombre en vida. Sostuvo una abundante correspondencia con intelectuales de toda Europa. En los primeros 1660 también empezó a trabajar en su Tractatus de intellectus emendatione y en la más famosa de sus obras, la Ethica, terminada en 1675.
En 1663 se trasladó a Voorburg, cerca de La Haya, donde frecuentó los círculos liberales y trabó una gran amistad con el físico Christiaan Huygens y con el por entonces jefe de gobierno (raadspensionaris) Jan de Witt, quien, según algunos, protegió la publicación anónima de su Tractatus theologico-politicus en 1670, obra que causó un gran revuelo por su crítica racionalista de la religión. Estas protestas, y la muerte de su protector De Witt (1672), lo convencieron de no volver a publicar nuevas obras sino tras su muerte; las obras circularían, sin embargo, entre sus admiradores, cada vez más numerosos.
De 1670 hasta su muerte vivió en La Haya. En 1673 J. L. Fabritius, profesor de Teología, por encargo del Elector del Palatinado, le ofreció una cátedra de Filosofía en su universidad, la de Heidelberg, pero Spinoza no la aceptó, pues aunque se le garantizaba «libertad de filosofar», se le exigía «no perturbar la religión públicamente establecida». Un año antes de su muerte fue visitado por Leibniz, pero éste negó luego tal encuentro. Minado por la tuberculosis, murió el 21 de febrero de 1677 cuando contaba 44 años. Sus amigos editaron en noviembre de ese mismo año, simultáneamente en latín y en holandés, todas las obras inéditas que encontraron, incluyendo (parte de) la correspondencia, bajo el título Ópera pósthuma (versión latina) y Nagelate schriften (versión holandesa).
Partiendo de la innegable influencia de Descartes, creó un sistema muy original, con mezcla de elementos propiamente judíos, escolásticos y estoicos. En lo que se refiere a Descartes, éste había considerado la existencia de tres sustancias: el pensamiento, laextensión y Dios. Spinoza reduce estas tres sustancias a una sola: sustancia divina infinita, que según la perspectiva que se adopte, se identifica bien con Dios o bien con la Naturaleza (ambos términos llegan a ser equivalentes para él, según su célebre expresiónDeus sive Natura).
Para Spinoza, la substancia es la realidad, que es causa de sí misma y a la vez de todas las cosas; que existe por sí misma y es productora de toda la realidad; por tanto, la naturaleza es equivalente a Dios. Dios y el mundo, su producción, son entonces idénticos. Todos los objetos físicos son los «modos» de Dios contenidos en el atributo «extensión». Del mismo modo, todas las ideas son los «modos» de Dios contenidas en el atributo «pensamiento». Las cosas o modos son naturaleza naturada, mientras que la única substancia o Dios es naturaleza naturante. Las cosas o «modos» son finitas, mientras que Dios es de naturaleza infinita y existencia necesaria y eterna.
Este cambio tiene la ventaja, sobre la filosofía cartesiana, de borrar de un plumazo los problemas que presenta la filosofía de Descartes para explicar la posibilidad del conocimiento: dado que el pensamiento y la extensión son dos de los infinitos atributos de Dios, distintos e independientes el uno del otro (paralelismo de los atributos), ¿cómo se puede conocer el mundo? Descartes había resuelto este problema de una manera aparentemente gratuita, amén de insatisfactoria, señalando la comunicación de éstas sustancias en la glándula pineal.

Ahora para Spinoza no hay en el hombre ninguna sustancialidad; es sólo una modificación –un modo– de la sustancia divina. La esencia del hombre está constituida por ciertos modos de los atributos de Dios, a saber: la idea, por naturaleza, el primero, y, dada ella, los restantes modos. De aquí se sigue que el alma humana es una parte del entendimiento infinito de Dios; y, por ende, cuando decimos que el alma humana percibe esto o aquello, no decimos otra cosa sino que Dios tiene esta o aquella idea. 
                       
El hombre no es sustancia pensante, es una manera de manifestarse el pensamiento en la naturaleza, esto es, es conciencia o reflexión. El resultado de esta conciencia del propio cuerpo y de sus estados lo llama «imaginación», o «experiencia vaga»: conocimiento derivado de los sentidos. Pero el modo acabado de conocer es el que denomina «ciencia intuitiva»: toda alma, porque es parte del pensamiento infinito puede llegar a partir del conocimiento de Dios o de la Naturaleza, a llegar a conocer adecuadamente. Este es el método geométrico de pensar, a partir de definiciones captadas intuitivamente se construye deductivamente la esencia o la Idea de la cosa.

Con Spinoza, pues, ya no existe este problema: se puede conocer el mundo, porque el entendimiento, en tanto parte del entendimiento de Dios, es una modificación o «modo» de la misma sustancia divina, entendimiento infinito de Dios, que «piensa» su objeto extenso o cuerpo, de modo que el entendimiento puro puede «aprehender» la realidad, porque el alma, o sea la idea del cuerpo, «replica» lo que afecta a éste cuerpo. La unidad del alma y el cuerpo está justificada por la unidad de la sustancia infinita de la que son sus modificaciones finitas o modos.
Pero, a la vez, abre un tremendo problema para explicar la libertad humana. La anterior distinción de Descartes en tres sustancias le permitió sustraer del determinismo mecanicista, al entendimiento, con lo cual el ser humano mantendría su libertad. El mecanicismo sostiene que todo el Universo está determinado por leyes, con lo cual cualquier ente que esté dentro de él también estará sujeto a dichas leyes, incluido el ser humano. Descartes y Spinoza son mecanicistas, pero el primero salva el problema a través de su postulado de las tres sustancias: el mecanicismo (por tanto el determinismo o ausencia de libertad) sólo afecta a la sustancia extensa o mundo, pero no a la sustancia pensante o entendimiento.
Pero, al postular Spinoza una sola sustancia, ¿cómo es posible que exista la libertad humana, si todo está sometido a una inexorable regulación permanente? Spinoza acaba afirmando un determinismo (negación de la libertad humana) riguroso, aunque deja el resquicio de una definición poco alentadora y paradójica de libertad: la libertad humana aparece cuando el ser humano acepta que todo está determinado; la libertad no depende de la voluntad sino del entendimiento; el hombre se libera por medio del conocimiento intelectual.
En el campo de la filosofía Spinoza se declara monista, esto es, no cree en la existencia de un dualismo cuerpo-alma. Para Spinoza el hombre es cuerpo y mente, y todo en su conjunto es parte de una sustancia universal con infinitos modos e infinitos atributos, algo que da lugar a un «monismo neutral».
También es determinista, lo que supone que no cree en el libre albedrío: asegura que el hombre está determinado por leyes universales que lo condicionan mediante la ley de la preservación de la vida. Así, afirma que ser libre es regirse por la razón frente a la sumisión, por ejemplo, a la religión.
Su pensamiento traslada la visión del mundo de Galileo, que dice que el mundo está sujeto a unas determinadas leyes, por lo que buscará cuales son las que regulan a la sociedad. En este punto coincide en parte con Descartes y Hobbes, pero con la singularidad de que Spinoza además busca las leyes que rigen la moral y la religión. Así Spinoza entra de lleno tanto en la moral como en la religión, intentando introducir la razón en ambas esferas, para lo que usa un método racional.
En su Ética demostrada según el orden geométrico habla de Dios, del ser humano y del puesto que el hombre ocupa dentro de la Naturaleza; así, dice que la forma correcta de entender a los hombres, es que son una parte más de la Naturaleza y que las acciones humanas no se deben analizar con criterios morales, sino como partes necesarias de leyes que rigen el Cosmos, esto es, que existen leyes universales de la Naturaleza a las que los hombres están sujetos, por lo que no se puede afirmar que el hombre es totalmente libre. Siguiendo este planteamiento se encuentra una de sus afirmaciones más importantes y que más problemas le trajo: afirma que los valores son creaciones humanas arbitrarias.
El conatus o deseo es el que determina nuestras acciones. El conatos es nuestro deseo de perseverar en el ser, como un instinto de supervivencia o un deseo de poder: deseamos aquello que aumenta nuestro poder, nuestro conatos, y despreciamos u odiamos lo que disminuye nuestro poder. Aquello que nos afecta positivamente lo consideramos bueno, aquello que nos afecta negativamente es malo, (lo peoooorrr) Brevemente no deseamos una cosa porque sea buena sino que es buena porque la deseamos.
Amamos aquello que aumenta nuestro poder, o conatos. Nos produce alegría. Nuestro equipo gana. Si algo nos afecta negativamente, disminuye nuestro poder y nos entra tristeza. El recuerdo pasado del amor perdido nos produce melancolía y vemos reducir nuestro poder. Si aquello que nos afectaba bien lo posee otro nos entra odio y envidia y si tenemos miedo a perder aquello que nos afecta bien nos entra el miedo y los celos. Así Spinoza procede a explicar todos los sentimientos como una suma o variante de estos principios. Parecería entonces que todo es relativo.


Sostener en el siglo XVII que el pecado no existe y, por lo tanto, tampoco su castigo, fue una operación extraordinaria. Esta teoría de la falta se sostiene en su idea de ordenar el mundo more geometrico.
En última instancia, más allá de los actos de cada hombre lo que está en juego es la voluntad de Dios, que en realidad sería la única, pues el hombre estaría totalmente determinado por esta Voluntad con mayúsculas. No es casual, entonces, que aparezca en esas cartas sobre el mal el tema de la libertad.
El quid de la cuestión radicaría en que la idea de privación surge de la comparación. Si alguien es llamado malo o desgraciado no es en función de un estado que tiene sino de un estado que no tiene o que ya no tiene.
En consecuencia, en la ética de Spinoza no hay lugar para la queja ya que todo es perfecto. Si se admite que la falta no es nada, que es una idea “inadecuada” que uno se hace, a un ciego entonces no le faltaría nada, su ceguera no tendría más realidad que la ceguera de una piedra. Quejarse de que Dios no le dio una voluntad más perfecta a Adán o que le quitó la vista a alguien, es como quejarse de que dos más dos son cuatro.


El mal debe expresarse en términos de conveniencia o inconveniencia, utilidad o inutilidad o, mejor aún, en términos de mayor o menor alegría. Si el mal no es nada, no es porque el Bien es, sino, al contrario, porque el bien no es más que el mal, y el Ser está más allá del bien y del mal.



La única satisfacción –llamada por él beatitud– en el amor intelectualis Dei que se logra adoptando el punto de vista de Dios, la causa divina, así el filósofo puede llegar a confundirse con un amor trascendente: entender que todo sucede por una razón divina o trascendente, comprender las cosas que nos ocurren como si fuera sub specie aeternitatis, como han sucedido eternamente, cómo sucederan eternamente, amor fati, amar lo que nos sucede, teniendo en cuenta la eternidad, desde la óptica de la eternidad.



Teoría Metafísica de Nietzsche

 Nietzsche nace en Röcken, con cinco años muere su padre un cura protestante y se cría con su madre y hermanas. Estudia filología y muy joven es nombrado profesor de griego en la Universidad Basilea. Admira a Wagner por su música que expresa las esencias de la cultura alemana. Pero se enemista con él por Cósima, mujer de Wagner de quién se enamora, y le acusa de acomodarse al éxito. Comienza a sentir fuertes dolores de cabeza. Abandona la docencia y reside en distintas ciudades buscando un clima favorable. Se enamora de la novia del poeta Rilke, una aristócrata rusa que lo rechaza. Veranea en Sils y sube a la cima del Sorel todos los días. Nietzsche en Turín ve cómo castigan a un caballo con sobrecarga y se abraza a él, lo separan y enfermo permanecerá diez años casi catatónico hasta su muerte en 1900. En 1901 su madre publica unos textos inéditos. Su  hermana Elisabeth será la que haga campaña de su hermano dentro del partido nazi.

Es vitalista toda teoría filosófica para la que la vida es irreductible a cualquier categoría extraña a ella misma. En la segunda mitad del siglo XIX y principios del XX las  corrientes vitalistas se diferencian por su concepto de vida: la comprensión de la vida en el sentido biológico subraya el papel del cuerpo, los instintos, lo irracional, la naturaleza, la fuerza y la lucha por la subsistencia; el vitalismo de Nietzsche se incluye en este grupo. Cabe entender la totalidad de la filosofía de Nietzsche como el intento más radical de hacer de la vida lo Absoluto. La vida no tiene un fundamento exterior a ella, tiene valor en sí misma; y la vida entendida fundamentalmente en su dimensión biológica, instintiva, irracional. La vida como creación y destrucción, como ámbito de la alegría y el dolor.

En su obra juvenil "El nacimiento de la tragedia", Nietzsche da más importancia a la Grecia arcaica, la del tiempo de Homero, y sitúa en el siglo V a. C. el inicio de la crisis vital del espíritu griego. El pueblo griego antiguo supo captar las dos dimensiones fundamentales de la realidad sin ocultar ninguna de ellas, y las expresó de forma mítica con el culto a Apolo y a Dionisos. Apolo, dios de la juventud, la belleza y las artes, era también, según Nietzsche, el dios de la luz, la claridad y la armonía, y representaba la individuación, el equilibrio, la medida y la forma, el mundo como una totalidad ordenada y racional. Para la interpretación tradicional toda la cultura griega era apolínea, concibiendo al pueblo griego como el primero en ofrecer una visión luminosa, bella y racional de la realidad. Nietzsche consideró que esta interpretación es correcta para el mundo griego a partir de Sócrates, pero no para el mundo griego anterior. Frente a lo apolíneo, los griegos opusieron lo dionisíaco: Dionisos, dios del vino y las cosechas, de las fiestas presididas por el exceso, la embriaguez, la música y la pasión, y según Nietzsche, el dios de la confusión, la deformidad, el caos, la noche, los instintos, la disolución de la individualidad; los griegos representaban en Dionisos una dimensión fundamental de la existencia, que expresaron en la tragedia y que fue relegada en la cultura occidental: la vida en sus aspectos oscuros, instintivos, irracionales, biológicos. La grandeza del mundo griego arcaico estribaba en armonizar ambos principios, considerando incluso que lo dionisíaco era la auténtica verdad. Sólo con el inicio de la decadencia occidental, con Sócrates y Platón, los griegos intentan ocultar esta faceta inventándose un mundo de legalidad y racionalidad (un mundo puramente apolíneo, como el que fomenta el platonismo).


Inicio de la decadencia: Eurípides, Sócrates y Platón. Con ellos comienza la cultura occidental y la decadencia respecto del tono vital anterior; dan lugar al “platonismo”, o creencia en la existencia de un Mundo Verdadero, Objetivo, Bueno, Eterno, Racional, Inmutable, y el desprecio de las categorías de la vida (el cuerpo, la sexualidad, la temporalidad, el cambio, la multiplicidad e individualidad,...). Ellos dan lugar a la Ciencia y la Metafísica y a las condiciones que permiten la aparición de la Religión y la Moral. Presencia del cristianismo: el cristianismo es “platonismo para el pueblo”, con el cristianismo comienza la moral de los esclavos. Edad Moderna: comienza la crisis del “platonismo” y del cristianismo. La propia filosofía prepara la “muerte de Dios”, el empirismo, la Ilustración y ya en el siglo XIX el materialismo cada vez más pujante muestra el carácter ilusorio de las creencias anteriores. La Edad Contemporánea es una época de crisis y Nietzsche encuentra en la “muerte de Dios” el fundamento básico de esta crisis: aquello que había servido de orientación a toda la cultura desaparece del horizonte y el hombre se encuentra desorientado. Esta crisis es necesaria para la aparición de una nueva forma de estar en el mundo, para la aparición de un hombre nuevo (el superhombre) y de una nueva concepción de la vida (la que identifica la voluntad de poder con la esencia de la realidad).  

La filosofía nace con el paso del mito al logos y la superación de las descripciones del mundo basadas en la imaginación y la narración metafórica por las descripciones racionales, precisas y objetivas, que ofrecen conceptos antitéticos. Esta es precisamente la tesis de Nietzsche: en el mundo no existen esencias, no existe un rasgo (o varios rasgos) que se encuentre en todos y cada uno de los de los individuos; ni siquiera existen los objetos, pues la identidad que nosotros les atribuimos es una consecuencia de nuestro modo substancialista de representarnos la realidad. La metafísica es un signo de determinadas tendencias antivitales, guiadas por un instinto de vida decadente y contrario al espíritu griego anterior. La falta de instinto, el tono vital disminuido, permitió la exageración del papel de la razón, de la vida consciente, y la aparición de las fantasías metafísicas al estilo del Mundo Verdadero, Eterno, Inmutable propuesto por Sócrates y Platón. La raíz moral (inmoral, dirá Nietzsche) que motivó la aparición de la filosofía platónica fue el temor al cambio, la muerte y la vejez. La metafísica platónica –y toda la occidental– es un síntoma de resentimiento ante el único mundo existente, miedo al caos.
        
La muerte de Dios. Cuando Nietzsche predica la muerte de Dios no quiere decir que Dios haya existido y después haya muerto (un absurdo). Esta tesis señala simplemente que la creencia en Dios ha muerto, expresa el fin de toda creencia en entidades absolutas. Nietzsche se refiere al dios del cristianismo, pero también a todo aquello que puede sustituirle, porque Dios no es una entidad sino un lugar, una figura posible del pensamiento. Todo aquello que sirve a los hombres para dar un sentido a la vida, pero que sin embargo se pone fuera de la vida, es semejante a Dios: la Naturaleza, el Progreso, la Revolución, la Ciencia, tomadas como realidades absolutas son el análogo a Dios. Cuando Nietzsche declara que Dios ha muerto quiere indicar que los hombres viven desorientados, que ya no sirve el horizonte último en el que siempre se ha vivido, que no existe una luz que nos pueda guiar de modo pleno: para Nietzsche con dicha “muerte” podemos y debemos vivir sin lo absoluto, en la “inocencia del devenir”. Es la condición para la aparición del superhombre.

Por su parte, el superhombre es el hombre nuevo que aparece tras la “muerte de Dios”. Nietzsche lo concibe como el individuo fiel a los valores de la vida, al “sentido de la tierra”. Su caracterización de esta figura humana es ambigua, dando lugar las siguientes tesis a peligrosas interpretaciones, incluida la nazi llega a atribuir al superhombre rasgos terribles (falta de compasión, desprecio por los débiles, crueldad, gusto por la acción, el combate y la guerra);

En “Así habló Zaratustra” nos cuenta tres transformaciones del espíritu: de cómo el espíritu se transforma en camello, el camello en león y, finalmente, el león en niño. El camello reprenta la humildad, el sometimiento, el saber soportar con paciencia las pesadas cargas, la carga de la moral del resentimiento hacia la vida. El león representa al hombre como crítico, como  nihilista activo que destruye los valores establecidos, toda la cultura y estilo vital occidental. Y el niño representa al hombre que sabe de la inocencia del devenir, que inventa valores, que toma la vida como juego, como afirmación, es el sí radical al mundo dionisíaco. Es la metáfora del hombre del futuro, del superhombre.

Reivindicación de la tesis del eterno retorno como signo de vitalidad. Esta concepción del tiempo consiste en aceptar que todos los acontecimientos del mundo, todas las situaciones pasadas, presentes y futuras se repetirán eternamente. Según la tesis del eterno retorno todo va a repetirse un número infinito de veces, lo cual implica que las personas conocidas volverán a estar presentes, pero también el resto de los seres (animales, plantas, objetos inertes), y volverán las mismas cosas con las mismas propiedades, en las mismas circunstancias y comportándose de la misma forma. Para la defensa de esta extraña teoría Nietzsche alega el siguiente argumento: dado que la cantidad de fuerza que hay en el universo es finita y el tiempo infinito, todo está condenado a repetirse de modo infinito. Sin embargo, cabe entender también la tesis del eterno retorno como aunque la vida es fugacidad pero podemos recuperar la noción de permanencia si hacemos que el propio instante dure eternamente, no porque no se acabe nunca sino porque se repite sin fin. Y tiene una vertiente ética: Haz lo que quieras pero siempre que quieras que retorne eternamente. Lo que le cuesta a Fausto su vida en la obra de Goethe. No actúes buscando pequeñas satisfacciones, no hagas aquello que harías solo una vez, total por una vez. En cierto modo, Nietzsche consigue con esta tesis hacer de la vida lo Absoluto, que trasciende el tiempo. 


La voluntad de poder, “esencia” de la vida. Nietzsche no entiende por “voluntad” lo que habitualmente llamamos con este término:  para nosotros es lo que nos permite tener actos de querer, para Nietzsche esta voluntad es una manifestación superficial de una fuerza que está más en lo profundo de nuestro ser. La voluntad de poder tiende a su autoafirmación: no se trata de voluntad de existir, sino de ser más. Es el fondo primordial de la existencia y de la vida. Es el principio básico de la realidad a partir del cual se desarrollan todos los seres, la fuerza primordial que busca mantenerse en el ser, y ser aún más. Nietzsche cree que en todas las cosas encontramos un afán por la existencia, desde el mundo inorgánico hasta el mundo humano, pasando por todos los distintos niveles de seres vivos. Todas las cosas son expresión de un fondo primordial que pugna por existir y por existir siendo más, pero esta fuerza no puede identificarse con un ser personal, se trata en realidad de un cúmulo de fuerzas que compiten enfrentándose y aniquilándose. Como muestra la tragedia griega el héroe (Edipo) que pretende escapar del destino, que intenta ser un yo diferente llevado por la furia de la hybris, está condenado a morir porque el poder no es del yo, ni del sujeto sino de la vida. Nietzsche desemboca en el pesimismo que había querido evitar y en la depresión. Voluntad de poder es solo voluntad de soportar. El eterno retorno no trae alegría sino resignación y repetición.



Teoría ética de Nietzsche


                                                   TEORÍA ÉTICA DE NIETZSCHE



Nietzsche nace en Röcken, con cinco años muere su padre un cura protestante y se cría con su madre y hermanas. Estudia filología y muy joven es nombrado profesor de griego en la Universidad de Basilea. Admira a Wagner por su música que expresa las esencias de la cultura alemana. Pero se enemista por Cósima, mujer de Wagner de quién se enamora, y le acusa de acomodarse al éxito. Comienza a sentir fuertes dolores de cabeza. Abandona la docencia y reside en distintas ciudades buscando un clima favorable para su salud. Se enamora de la musa del poeta Rilke, una aristócrata rusa, pero se verá rechazado. Veranea en Sils y sube a la cima del Sorel todos los días. Nietzsche en Turín ve cómo castigan a un caballo con sobrecarga y se abraza a él, lo separan y  es llevado con su madre permaneciendo más de diez años casi catatónico hasta su muerte en 1900. En 1901 su madre publica unos textos inéditos. Su  hermana Elisabeth será la que haga campaña de su hermano dentro del partido nazi.

Es vitalista toda teoría filosófica para la que la vida es irreductible a cualquier categoría extraña a ella misma. En la segunda mitad del siglo XIX y principios del XX las  corrientes vitalistas se diferencian por su concepto de vida: la comprensión de la vida en el sentido biológico subraya el papel del cuerpo, los instintos, lo irracional, la naturaleza, la fuerza y la lucha por la subsistencia; el vitalismo de Nietzsche se incluye en este grupo. Cabe entender la totalidad de la filosofía de Nietzsche como el intento más radical de hacer de la vida lo Absoluto. La vida no tiene un fundamento exterior a ella, tiene valor en sí misma; y la vida entendida fundamentalmente en su dimensión biológica, instintiva, irracional. La vida como creación y destrucción, como ámbito de la alegría y el dolor.

         Para Nietzsche el dogmatismo moral consiste en creer en la objetividad y universalidad de los valores morales pero se equivoca totalmente pues los valores morales no tienen una existencia objetiva, los valores los crean las personas, son proyecciones de nuestra subjetividad, de nuestras pasiones, sentimientos e intereses, los inventamos, existen porque nosotros los hemos creado. La moral tradicional creyó también que las leyes morales valen para todos los hombres y que si algo es bueno es bueno para todos. Esto, por ejemplo, indicaba el imperativo categórico kantiano y la consideración tomista de la ley moral como consecuencia de la ley natural y ésta de la ley eterna. Nietzsche niega este segundo rasgo del dogmatismo moral: si realmente los valores existiesen en un Mundo Verdadero y Objetivo podríamos pensar en su universalidad, pero no existe dicho Mundo, por lo que en realidad los valores se crean, y por ello cambian y son distintos a lo largo del tiempo y en cada cultura. Por otra parte, la moral tradicional es antivital: Nietzsche afirma que todas las tablas de valores son inventadas, pero hay algunas mejores que otras; el criterio utilizado para esta apreciación es el de la fidelidad a la vida: los valores de la moral tradicional son contrarios a la vida, a las categorías básicas involucradas en la vida. La moral tradicional (la moral cristiana) es “antinatural”pues presenta leyes que van en contra de las tendencias primordiales de la vida, es una moral de resentimiento contra los instintos y el mundo biológico y natural, como se ve en la obsesión de la moral occidental por limitar el papel del cuerpo y la sexualidad.

         El dogmatismo moral implica también la idea de pecado y culpa y la de la libertad. La idea de pecado es una de las ideas más enfermizas inventadas por la cultura occidental: con ella el sujeto sufre y se aniquila a partir de algo ficticio; no existe ningún Dios al que rendir cuentas por nuestra conducta, sin embargo el cristiano se siente culpable ante los ojos de Dios, se siente observado, valorado por un Dios inexistente, del que incluso espera un castigo. El cristianismo (y todo el moralismo occidental) considera a las personas libres para poder castigarlas. Nietzsche parte del ateísmo: la religión no es una experiencia verdadera pues Dios no existe; y explicó cómo se ha podido vivir durante tanto tiempo en esta ilusión con el argumento que ya vimos en su crítica a la metafísica: el estado de ánimo que promueve el éxito de las creencias religiosas, de la invención de un mundo religioso, es el de resentimiento, el de no sentirse cómodo en la vida, el afán de ocultar la dimensión trágica de la existencia.

Nietzsche se enfrenta a los siguientes elementos de la religión cristiana:
1. La “metafísica cristiana”: el cristianismo es “platonismo para el pueblo”, comparte el mismo espíritu que anima a Platón, la incapacidad vital para aceptar todas las dimensiones de la existencia y el afán de encontrar un consuelo fuera de este mundo. El cristianismo no añade nada esencialmente nuevo a la filosofía platónica al presentar una escisión en la realidad: por un lado el mundo verdadero, eterno, inmutable, en donde se realiza el Bien, la Verdad y la Belleza, y por otro el mundo aparente, cambiante, abocado a la muerte e imperfecto; el mundo del espíritu frente al mundo de la corporeidad.
2. La moral cristiana: el cristianismo fomenta los valores propios de la “moral de esclavos” (humildad,  sometimiento, pobreza, debilidad, mediocridad), y, añade Nietzsche, los valores mezquinos (obediencia, sacrificio, compasión, sentimientos propios del rebaño); es la moral vulgar, la del esclavo, de resentimiento contra lo elevado, noble, singular y sobresaliente; es la destrucción de los valores del mundo antiguo. Con el cristianismo, dice Nietzsche, se presenta también una de las ideas más enfermizas de nuestra cultura, la idea de culpabilidad, de pecado, de la que sólo se puede huir con la afirmación de la “inocencia del devenir” con la reivindicación de la conducta situada “más allá del bien y del mal”.
3.Valoración de Jesús: Nietzsche no valora tan negativamente la figura de Jesús ni del cristianismo primitivo pues considera que el llamado cristianismo debe más a San Pablo que a Jesús. Presenta a Jesús como un revolucionario, un anarquista contrario a todas las manifestaciones del orden, del poder religioso tradicional, uno de los más destacados defensores de la renuncia a la violencia y a los brillos mundanos de sus contemporáneos; y por esta actitud subversiva fue crucificado.
4. Politeísmo frente a monoteísmo: aunque todas las religiones son falsas, unas son más adecuadas que otras. El politeísmo es falso pero expresa mejor la riqueza de la realidad que el monoteísmo pues no se ha separado radicalmente de la vida: el mundo de los olímpicos, por ejemplo, refleja la pluralidad y riqueza de la realidad.

La superación del cristianismo (y la consiguiente “muerte de Dios”) ya iniciada por la Ilustración es fundamental para la transmutación de todos los valores, para la recuperación de los valores de la antigüedad perdidos tras la aparición de esta religión y de la filosofía. Cuando Nietzsche predica la muerte de Dios no quiere decir que Dios haya existido y después haya muerto (un absurdo). Esta tesis señala simplemente que la creencia en Dios ha muerto, expresa el fin de toda creencia en entidades absolutas. Nietzsche considera que estamos ante un acontecimiento actual; estamos en un tiempo histórico clave pues en él observamos la necesidad de su final. Nietzsche se refiere al dios del cristianismo, pero también a todo aquello que puede sustituirle, porque Dios no es una entidad sino un lugar, una figura posible del pensamiento, representa lo Absoluto. Todo aquello que sirve a los hombres para dar un sentido a la vida, pero que sin embargo se pone fuera de la vida, es semejante a Dios: la Naturaleza, el Progreso, la Revolución, la Ciencia, tomadas como realidades absolutas son el análogo a Dios. Cuando Nietzsche declara que Dios ha muerto quiere indicar que los hombres viven desorientados, que ya no sirve el horizonte último en el que siempre se ha vivido, que no existe una luz que nos pueda guiar de modo pleno. Consecuencia de la “muerte de Dios”: para Nietzsche con dicha “muerte” podemos y debemos vivir sin lo absoluto, en la “inocencia del devenir”. Es la condición para la aparición del superhombre.

LA ÉTICA DEL SUPERHOMBRE La “transmutación de todos los valores” es un momento necesario para el final de la moral tradicional (o moral de esclavos) y la aparición del superhombre. Nietzsche no propone el imposible vivir sin valores; propone más bien invertir la tabla de valores: superar la moral occidental, moral de renuncia y resentimiento hacia la vida, mediante una nueva tabla en la que estén situados los valores que supongan un sí radical a la vida. Llama “rebelión de los esclavos” al triunfo del cristianismo y el judaísmo, que sustituyen la moral aristocrática que Nietzsche cree encontrar en el mundo griego antiguo por la moral de los esclavos. Con el cristianismo prospera la moral de los débiles, de los que quieren huir del rigor de la vida inventándose un mundo objetivo y justo. Nietzsche atribuye a los judíos la sustitución del código moral aristócrata o moral de señores (voluntad de jerarquía, excelencia, amor a lo que eleva, a la diferencia, moral de la persona que crea valores), por la Moral de esclavos (voluntad de igualdad, resentimiento contra la vida superior, censura la excepción, glorifica lo que hace soportable la vida a los enfermos y débiles de espíritu, la concordia, altruismo, hermandad entre los hombres, se encuentra con los valores dados) La transmutación de los valores es la superación mediante el superhombre como el individuo fiel a los valores de la vida, al “sentido de la tierra”. Su caracterización de esta figura humana es ambigua, dando lugar las siguientes tesis a peligrosas interpretaciones, incluida la nazi: llega a atribuir al superhombre rasgos terribles (falta de compasión, desprecio por los débiles, crueldad, gusto por la acción, el combate y la guerra); en muchos textos emplea los calificativos más exagerados para criticar al judaísmo, al cristianismo y reivindicar la ferocidad y empuje de los pueblos germánicos.

El superhombre no se puede identificar con una clase social con privilegios (con la aristocracia, por ejemplo), ni con un grupo definido biológicamente (con una raza); pero lo podemos reconocer a partir de su conducta moral:1. Rechaza la moral de esclavos: la humildad, la mansedumbre, la prudencia que esconde cobardía, la castidad, la obediencia a una regla exterior, la paciencia consecuencia del sometimiento a un destino o a un mandato, el servilismo, la mezquindad, el rencor.2.  Rechaza la conducta gregaria: detesta la moral del rebaño, de los que siguen a la mayoría, de los que siguen normas morales ya establecidas; como consecuencia de su capacidad y determinación para crear valores, no los toma prestados de los que la sociedad le ofrece3. Crea valores e inventa las normas morales a las que él mismo se somete; y los valores que crea son fieles al mundo de la vida y le permiten expresar adecuadamente su peculiaridad, su propia personalidad y riqueza.4. Vive en la finitud: no cree en ninguna realidad trascendente, ni en Dios ni en un destino privilegiado para los seres humanos, una raza, una nación, o un grupo; no cree que la vida tenga un sentido, como no sea el que él mismo le ha dado; acepta la vida en su limitación, no se oculta las dimensiones terribles de la existencia (el sufrimiento, la enfermedad, la muerte) es dionisíaco.5. Le gusta el riesgo, las nuevas y difíciles experiencias, el enfrentamiento; no está preocupado ni por el placer ni por el dolor, ni propio ni ajeno, pues pone por encima de ellos el desarrollo de su voluntad y  de su espíritu; es duro consigo mismo y con los demás, es valiente, no huye de ninguna forma de sufrimiento: sabe que de estas experiencias puede salir enriquecido y crecer.6. Es contrario al igualitarismo: ama la exuberancia de la vida, le gusta desarrollar en él mismo y en los demás aquello que sea lo más propio; no tiene miedo a la diferencia.7. Ama la intensidad de la vida: la alegría, el entusiasmo, la salud, el amor sexual, la belleza corporal y espiritual; puede ser magnánimo, generoso, como una muestra de la riqueza de su voluntad.8.  En conclusión: el superhombre es la afirmación enérgica de la vida y el creador y dueño de sí mismo y de su vida, es un espíritu libre.     

 En “Así habló Zaratustra” nos cuenta tres transformaciones del espíritu: de cómo el espíritu se transforma en camello, el camello en león y, finalmente, el león en niño. El camello representa el momento de la humanidad que sobreviene con el platonismo y que llega hasta finales de la modernidad; su característica básica es la humildad, el sometimiento, el saber soportar con paciencia las pesadas cargas, la carga de la moral del resentimiento hacia la vida. El león representa al hombre como crítico, como  nihilista activo que destruye los valores establecidos, toda la cultura y estilo vital occidental. Y el niño representa al hombre que sabe de la inocencia del devenir, que inventa valores, que toma la vida como juego, como afirmación, es el sí radical al mundo dionisíaco. Es la metáfora del hombre del futuro, del superhombre.

Reivindicación de la tesis del eterno retorno como signo de vitalidad. Esta concepción del tiempo consiste en aceptar que todos los acontecimientos del mundo, todas las situaciones pasadas, presentes y futuras se repetirán eternamente. Según la tesis del eterno retorno todo va a repetirse un número infinito de veces, lo cual implica que las personas conocidas volverán a estar presentes, pero también el resto de los seres (animales, plantas, objetos inertes), y volverán las mismas cosas con las mismas propiedades, en las mismas circunstancias y comportándose de la misma forma. Para la defensa de esta extraña teoría Nietzsche alega el siguiente argumento: dado que la cantidad de fuerza que hay en el universo es finita y el tiempo infinito, todo está condenado a repetirse de modo infinito. Sin embargo, cabe entender también la tesis del eterno retorno como aunque la vida es fugacidad pero podemos recuperar la noción de permanencia si hacemos que el propio instante dure eternamente porque se repite sin fin. Y tiene una vertiente ética: Haz lo que quieras pero siempre que quieras que retorne eternamente. “Como sí”. Lo que le cuesta a Fausto su vida en la obra de Goethe. No actúes buscando pequeñas satisfacciones, no hagas aquello que harías solo por una vez, total por una vez. 


Nietzsche no entiende por “voluntad de poder” lo que nos permite tener actos de querer, para Nietzsche esta voluntad es una manifestación superficial de una fuerza que está más en lo profundo, es el fondo primordial de la existencia y de la vida. Es el principio básico de la realidad a partir del cual se desarrollan todos los seres, la fuerza primordial que busca mantenerse en el ser, y ser aún más, pero esta fuerza no puede identificarse con un ser personal, se trata en realidad de un cúmulo de fuerzas que compiten enfrentándose y aniquilándose. Como muestra la tragedia griega el héroe (Edipo) que pretende usar su propia voluntad de poder y así escapar del destino, está condenado a morir porque el poder no es del yo, ni del sujeto. Nietzsche desemboca en el pesimismo que había querido evitar y en la depresión. Voluntad de poder es solo voluntad de soportar el dolor, la existencia trágica de la vida. Cuesta conciliar la idea del eterno retorno con la alegría e inocencia del superhombre porque el yo no retornará.






Teoría del conocimiento Nietzsche





TEORÍA DEL CONOCIMIENTO NIETZSCHE
 En general, la filosofía ha creído que los conceptos pueden reflejar correctamente la realidad y que las relaciones entre los conceptos son capaces de representar las relaciones entre las cosas. Para ello aspiró a la definición precisa de cada término, al rigor en el uso de las palabras y a su aplicación unívoca y no metafórica. Consideraba que entender una realidad es subsumirla en un concepto, disponer de un concepto para comprenderla. La tradición filosófica pudo defender este punto de vista al afirmar la existencia de dos formas de ser: la esencia o propiedades básicas, y los rasgos accidentales que dan lugar a las diferencias entre individuos. Pero, ¿qué ocurriría si no existiesen las esencias ni nada absolutamente idéntico entre dos objetos, y si ni siquiera un objeto fuera idéntico a sí mismo puesto que cambia, aunque tal vez imperciblemente, a lo largo del tiempo? Esta es precisamente la tesis de Nietzsche: en el mundo no existen esencias, no existe un rasgo (o varios rasgos) que se encuentre en todos y cada uno de los de los individuos; ni siquiera existen los objetos, pues la identidad que nosotros les atribuimos, su ser los mismos con el paso del tiempo es una consecuencia de nuestro modo substancialista de representarnos la realidad. Dada esta creen­cia, claramente heracliteana, no es extraña su afirmación de que el pensamiento conceptual no es un buen re­curso para expresar la realidad. La misma palabra no puede servir para referirnos adecuadamente a dos cosas distintas, pues si cubre bien la realidad de una de ellas no puede cubrir también la de la segunda, ya que la primera es inevitablemente distinta de la segunda (pues no existen las esencias o realidades universales presentes en varios objetos). La idea nietzscheana de la realidad induce a pensar que no podemos utilizar las palabras de un modo unívoco; lo más que concede es el uso análogo o metafórico del lenguaje: la metáfora es mejor modo de captar la realidad que el concepto preciso pues la metáfora implica desigualdad entre los objetos, no presenta significados sino que los sugiere y  nos permite la posibilidad de completar el significado a partir de nuestra propia ex­periencia del mundo. En definitiva, para Nietzsche, el arte es un medio más adecuado de expresar el mundo que la filosofía.

Nietzsche critica a martillazos y contra el tiempo que la ha tocado vivir. Contra la lógica, y la ciencia:
         Objetividad de la lógica:  Nietzsche afirma el carácter irracional del mundo: la lógica, la razón son invenciones humanas, las cosas no se someten a regularidad alguna, el mundo es la totalidad de realidades cambiantes, esencialmente distintas unas a otras, y acogen en su interior la contradicción. La metafísica tradicional pudo defender su punto de vista porque creyó en la existencia de un mundo verdadero. Si negamos la existencia de dicho mundo, como propone Nietzsche, parece inevitable declarar la irracionalidad de lo existente.
         Objetividad del conocimiento: La filosofía tradicional creyó posible utilizar la razón desprendida de cualquier elemento subjetivo que pudiera afectar a su imparcialidad, creyó en el conocimiento objetivo del mundo, válido para todos. Nietzsche considera que esta confianza en las posibilidades de la razón descansa en una creencia más básica, la creencia en algún tipo de realidad absoluta (el Mundo de las Ideas de Platón o el Dios cristiano); sin embargo si esta realidad absoluta es una construcción de la fantasía humana, dicha confianza carece de sentido. Aún podemos hablar de conocimiento, concluye Nietzsche, pero aceptando su carácter relativo, subjetivo; todo el conocimiento humano es mera interpretación del mundo, depende de la perspectiva vital en la que se encuentra el individuo que lo crea.  Frente a Platón, Aristóteles, Santo Tomás, Descartes y gran parte de lo mejor de la tradición filosóficas, defiende una tesis radicalmente contraria al objetivismo y conecta con otra línea filosófica históricamente más desacreditada: el relativismo, escepticismo y subjetivismo. Nietzsche defiende el perspectivismo, para el que todo conocimiento se alcanza desde un punto de vista, del que es imposible prescindir: las características del sujeto que conoce (psicológicas, sociales, físicas, la peculiaridad personal, la misma biografía) hacen imposible superar la propia perspectiva; no podemos desprendernos de nuestra subjetividad cuando intentamos conocer la realidad.
       Junto con ello, Nietzsche critica las siguientes creencias básicas relacionadas con la práctica científica:
         La existencia de leyes naturales.  Las leyes que el científico cree descubrir son invenciones humanas; no existen regularidades en el mundo, no hay leyes de la Naturaleza. Si por leyes naturales entendemos supuestos comportamientos regulares de las cosas, Nietzsche rechazará la existencia de dichos comportamientos regulares y necesarios, al considerar que las relaciones entre las cosas no son necesarias, son así pero podrían perfectamente ser de otro modo. Las cosas se comportarían siguiendo leyes o necesariamente si hubiese un ser que les obligase a ello (Dios) pero Dios no existe; las leyes y la supuesta necesidad de las cosas son invenciones de los científicos.
        La validez del ejercicio de la razón. La razón no se puede justificar a sí misma: ¿por qué creer en ella?; la razón es una dimensión de la vida humana, aparece de forma tardía en el mundo y muy probablemente, dice Nietzsche, desaparecerá del Universo; y nada habrá cambiado con dicha desaparición. Junto con la razón, en el hombre encontramos otras dimensiones básicas (la imaginación, la capacidad de apreciación estética, los sentimientos, el instinto,...) y todas ellas pueden mover nuestro juicio, todas ellas son capaces de motivar nuestras creencias. La razón no es ni mejor que otros medios para alcanzar un conoci­miento de la realidad (en todo caso es peor puesto que el mundo no es racional). La ciencia se equivoca al destacar exageradamente la importancia de la razón como instrumento para comprender la realidad.
         Legitimidad de las matemáticas: para la ciencia actual la matemática puede expresar con precisión el comportamiento de las cosas, para Nietzsche, sin embargo, esta forma de entender el mundo es aún más errónea que otras formas de cientificidad: las matemáticas puras no describen nada real, son invenciones humanas; en el mundo no existe ninguna de las perfectas figuras a las que se refiere la geometría, ni  números, ni siquiera unidades. Cuando decimos que algo es una cosa, lo que hacemos es simplificar la realidad que se nos ofrece a los sentidos, someterla a un concepto, esconder su pluralidad y variación constante. Las matemáticas prescinden de la dimensión cualitativa del mundo, de su riqueza y pluralidad.
       Para Nietzsche el origen de la ciencia está en su utilidad, pues permite un mayor dominio y previsión de la realidad, (pero la eficacia no es necesariamente un signo de verdad), y en que es consecuencia de un sentimiento decadente, pues sirve para ocultar un aspecto de la naturaleza que sólo los espíritus fuertes consiguen aceptar: el caos originario del mundo, la dimensión dionisíaca de la existencia; la ciencia nos instala cómodamente en un mundo previsible, ordenado, racional.

EL PERSPECTIVISMO, UNA NUEVA FORMA DE ENTENDER EL CONOCIMIENTO
      Varias décadas antes que Ortega y Gasset, Nietzsche defiende el perspectivismo: toda representación del mundo es representación que se hace un sujeto; la idea de que podemos prescindir de la situación vital del sujeto, de sus rasgos físicos, psicológicos, históricos o biográficos, para alcanzar un conocimiento del mundo tal y como éste pueda ser (la idea de la posibilidad de un conocimiento objetivo) es un absurdo. Nietzsche considera imposible el conocimiento de la realidad en sí misma, pues toda afirmación y creencia, toda teoría del mundo, depende del punto de vista de la persona que la ha creado. Más aún, todo ser dotado de algún grado de conocimiento, de alguna capacidad para representarse el mundo, es tan buen testigo del mundo como nosotros, los seres humanos. Nuestro punto de vista no es mejor para una correcta descripción de la realidad que el de otras especies animales. No existe ningún dato o experiencia, no contaminado por un punto de vista, por una interpretación; no es posible un “criterio de verdad” (ni el famoso criterio cartesiano de la claridad y la distinción), no existen los datos puros a partir de los cuales podamos construir un saber objetivo. No podemos encontrar datos o verdades primeras ni en nuestro conocimiento del mundo exterior o físico ni en el mundo interior. Nietzsche es tan radicalmente contrario a la posibilidad de encontrar una verdad absoluta que ni siquiera cree posible lo que podría parecer la verdad más verdadera, el cogito cartesiano: tampoco el mundo de la mente se nos muestra en su pureza, nuestro conocimiento de la mente propia está tan influido por prejuicios como lo está el conocimiento del mundo exterior. El perspectivismo nietzscheano parece ser una forma de relativismo y subjetivismo.