LA CIUDAD DE LOS CIUDADANOS

Los ciudadanos de la Antigua Roma que sufrían los saqueos de los pueblos germanos en los últimos años antes del hundimiento acusaron al Cristianismo de ser la causa de sus males, de la debilidad del Estado incapaz de proteger la seguridad de los bienes y personas, lo que no sería raro pues la nueva religión que había dado la espalda a los viejos dioses predicaba el amor entre los hombres hermanos e iguales. Agustín de Hipona escribió La ciudad de Dios donde respondía que el hombre debía amar la verdadera ciudad que era la celestial despreciando la ciudad terrenal incluso aunque ésta fuera la capital eterna del Lacio. Lo que se resumía en un lema bien firme: Los hombres deben amar a Dios hasta el desprecio de sí mismos. 

Hoy, los actores han cambiado, pero las ideas me siguen pareciendo absolutamente actuales a riesgo de parecer exagerado. Los vándalos ya no son los germanos que una y otra vez penetraban intra muros para arrebatar riquezas y destruir vidas, ahora los que van socavando la ciudad con mucha menos violencia y saña, afortunadamente, pero con la misma voracidad que antaño son las oligarquías que nos dirigen y malgobiernan. Parafraseando a Agustín de Hipona nuestros hombres fuertes de la polis aman sus cuentas y sus negociados hasta el desprecio de la ciudad que dicen gobernar y defender.

El saqueo es silencioso pero permanente. Si ciudadanos respetables de esta ciudad se presentaran con una candidatura alternativa no me cabe duda que saldrían elegidos con una mayoría amplia incluso sabedores todos de que difícilmente podrían escapar a las redes que aprisionan el espacio común que compartimos. Ya no se trata de detener el latrocinio sino acaso tan sólo pedir un poco de piedad. Y a buen seguro que ciudadanos independientes harían cosas bien sencillas que frenasen la acumulación de señales inútiles, la proliferación de anuncios publicitarios en todos los rincones, la venta del espacio público, el crecimiento insostenible arruinando vegas y huertas, el alza del precio de los servicios ante la ruina de la gestión con el único fin del beneficio propio.

Los que habitamos la inmortal ciudad de Caesar Augusta no la vemos tan vapuleada día a día como para  no esperar al día siguiente una sorpresa más desagradable. Indigna pensar que como Atila allí donde pisa hoy nuestro gobierno no crece ni la hierba ni ningún servicio social ni público. Podemos hablar de todo, de lo grande o de lo minúsculo, de cómo una estatua está sucia, pintada, manchada, o de cómo un edificio nuevo se está construyendo para nada, podemos hablar de un cartel gigante que anuncia un centro comercial en la acera de un paseo cuyos árboles enfermos y mal regados asisten impávidos ante un edificio vanguardista y mamotrético aunque vacío, construido también hasta el desprecio del escultor que decían honrar.

Si aún podemos ver en el parque una fuente aunque seca y despreciada de homenaje y recuerdo al concejal que creó la red de alcantarillado de Zaragoza, el Doctor Cerrada, y no es preciso recordar cómo Londres agradeció a los utilitaristas que supieran hacer ver que había que coger el agua de boca del Támesis aguas arriba, y no después de los vertidos, y cómo agradecemos más recientemente que la niebla de Londres se haya disipado misteriosamente desde que se cerraron las tres centrales térmicas que jalonan su cauce hoy convertidas en museo o en icono de la estulticia, del mismo modo no olvidaremos nunca otros hechos, otros nombres. Pues no es sólo el tifus o el cáncer de pulmón. Estos césares sin alma que poseen ínsulas en otras ciudades o en otros países a los que emigrarán después de haber esquilmado nuestra ciudad terrenal no cruzarán el Estigio ni se olvidará la memoria de sus obras. Todo el peso de la infamia les será guardado durante muchos años. También a Agustín de Hipona le debemos que diera a luz la Filosofía de la Historia y esta disciplina se crea desde la seguridad de que todo retorna efectivamente, todo se repite, pero esta repetición se hace dentro de la línea ilimitada del tiempo Aion, eterna, inacabable. Si han quedado para siempre en la historia de la infamia el incendio de la ciudad para ampliar su domus de Nerón o la ignonimia de Calígula que nombró a su caballo cónsul, del mismo modo sub specie aeternitatis estos hombres que han saqueado la ciudad serán recordados hasta el desprecio de nosotros que sentiremos vergüenza de haber sido conciudadanos suyos, por siempre.