El
Acontecimiento.
Las Ideas caen. El
simulacro se pone de pie en su lugar, las cosas terrenales lo ocupan todo, el
cuerpo es centro de toda ocupación, broncearlo, embellecerlo, alimentarlo,
limpiarlo. Platón invertido. El
espíritu y el alma caen y se ponen en pie los simulacros, o los acontecimientos
como afirma Deleuze “Invertir el platonismo es en primer
lugar destituir las esencias para sustituirlas por los acontecimientos como
fuentes de singularidades”. Sociedad del acontecimiento, determinada por
los acontecimientos, para combatir el
tedio, el asco, el aburrimiento de la revocación de todos los ídolos, cultura
del hombre sin proyectos, deproyectado
diría el posheiddegeriano B. Hübner, cultura que ha roto sus lazos
con la modernidad y tras de sí sólo queda el interés de comunicarse y ligarse socialmente
a través de lo que pertenece al terreno biológico más primario, el cuerpo y sus
acontecimientos, o sus miserias.
El Acontecimiento es definido por la escuela estoica como
efecto no corporal que modifica las relaciones y el estado de los cuerpos. La
filosofía francesa ha utilizado el término en su lengua “evenément” con el sentido de lo que pasa, lo que dota de sentido,
con una fuerza o primado ontológico por encima o anterior a la esencia o al
alma. Una mesa que tengo delante y sobre la que escribo es un Acontecimiento.
Así vistas, las cosas no son, la atribución de cópula más predicado ontológico
queda en entredicho, sino que suceden; en esa misma línea un estoico jamás se
atrevería a decir que los árboles son verdes o que ese ciprés es alargado;
sencillamente verdea o alarguea como aconteceres. Ahora, en nuestro análisis, será preciso seleccionar
este término no tanto en este sentido ontológico sino en el sentido de lo
sucedido y de su efecto no corporal, social o político, tal y como lo explicitan
Deleuze y Guattari (1988). Es decir, el acontecimiento
que preocupa a la sociedad de masas, es éste que se produce como efecto
incorporal que modifica las relaciones y las disposiciones de los cuerpos, como
el de casarse, o por ejemplo ser acusado de algún delito. Son sucesos sociales
y políticos en tanto que modifican las relaciones sociales o políticas entre
las personas, sus protocolos, los usos y costumbres, también los propios deseos
o las predisposiciones, aunque paradójicamente sean incorporales, en el sentido
de invisibles, inmateriales, virtuales, aunque afecten a los cuerpos.
Los medios de comunicación. Son los transmisores del
acontecimiento, los que difunden el acontecimiento y comentan el sentido de sus
efectos incorporales.
La sociodicea ha dejado su paso a la bitmanía, el imaginario lacaniano se alimenta del sueño de poder
estar presente en el acontecimiento, poder decir yo estuve allí, yo estuve en
primera fila, yo estoy en el centro de lo que pasa, elogio de la city y menosprecio de las periferias,
aunque el suburbio residencial se extienda como un mar de aceite, sujetos
activos que portan carteras y móviles y ordenadores, interconectados como cyborgs, hombres máquina por los que
pasa la energía que está
transformándose en la materia de los acontecimientos de mañana, red de
radiodifusión global de la mitomanía y el afán por tocar y llenar el vacío que
pasa o que no deja pasar nada por el fin de la historia. El secreto (H. James dio una lección sobre como
funcionaba el secreto en la literatura, elemento que se distribuye y estructura
el arte del relato. Quizás ahora entendamos mejor porque la literatura está en
crisis, porque hoy el acontecimiento es ver la vanidosa decrepitud de muchos
literatos) ha perdido todo su valor frente al intercambio simbólico que otorga
el acontecimiento. El reino del secreto se ha evaporado. El strip-tease es colectivo, absoluto, lo
que importa es conocer, saber los detalles, representar el acontecimiento que es el auténtico garante de sentido. La
narrativa actual se constituye en tramas donde los personajes sufren esos
acontecimientos sobre sus propios destinos en acciones que transforman los
personajes en héroes, en traidores o en fracasados, en relación a enemigos o
amigos de la comunidad política a la que se pertenece o se toma como
referencia, la occidental, o más arteramente la de esa mayoría que simboliza el
varón heterosexual y de raza blanca, de ahí la importancia de entender
políticamente el acontecimiento.
Hasta en las comedias de cine o en la crónica rosa o “reality” donde el acontecimiento
de salir o ser pareja o dejar de serlo, encuentros y desencuentros amorosos,
ocupa el centro o el meollo del interés.
Pero no sólo en la ficción, nos preguntamos qué ha pasado y encendemos la
televisión y el mundo delante de nuestros ojos nos interesa en tanto que se
desenvuelve como acontecimiento, la
prensa muestra la actualidad como una sucesión ininterrumpida de catástrofes
donde se diferencia poco si son naturales o no, si evitables o condicionadas
pues la realidad se torna en business
del acontecimiento, gestión de la
dosis cotidiana para la demanda. Ya no se distingue la crónica de la crítica ni
de la propaganda. La política entra en los programas de la tarde, en las
revistas de moda, en la prensa ligera y a la inversa, la sociedad civil y sus
múltiples acontecimientos, un enlace,
un descubrimiento, una rareza, salta también a las portadas de los telediarios,
incluso se convierte en materia de debate político.
El vacío, el aburrimiento, la ausencia de acontecimientos en las personas ya
instaladas cuyas economías son desahogadas exige ser rellenado con la compra de
objetos o con aficiones o viajes de turismo o cualquier otro elemento que haga
las veces de acontecimiento. No faltan mascotas para que sus necesidades se
conviertan en los acontecimientos cuyos efectos al menos nos liberan de las
cargas que previamente nos hemos impuesto, de tal forma que el ciclo continuo
se completa. Caso aparte merece el deporte que salta por encima del resto de
categorías real-ficción, negocio-ocio, serio-frívolo, pues es acontecimiento
puro que se desarrolla delante de nuestros ojos; en vivo y en directo, donde se
transforman las relaciones entre cuerpos al minuto, de héroe goleador a
villano, de guerrero valiente por el que suspiran las jovencitas a repudiado bluff tras el último fallo del penalti
al que había sido castigado o condenado el equipo rival. Se criticará que
detrás de ese partido no hay nada, que está hinchado por la hinchada, por la
prensa, que tal acontecimiento del siglo es un engaño, pero en nada modifica lo
que hemos dicho hasta ahora, ser vencedor o ser vencido provoca efectos
sociales y políticos, quizás de menor naturaleza que otros acontecimientos pero
ahí están la historia del deporte y sus controversias políticas, todo el
fenómeno sociológico del fútbol para corroborarlo. Lo que para muchos
intelectuales, en particular los de la izquierda, es mero residuo, del capital
o de Roma.
La sociedad de consumo
es la sociedad del acontecimiento, o
bien a la inversa la sociedad del acontecimiento
es la sociedad de consumo.
El consumidor intenta llenarse de sentido mediante la compra o adquisición de
un objeto que le colma de efectos incorporales, que los demás van a ratificar,
o al menos eso es lo que éste cree. Vestido, joya o adorno que recae como un
acontecimiento y que reporta un efecto de prestigio, un efecto de pertenencia o
de solidaridad. El objeto se consume a modo de fetiche o de amuleto con un
significado que no se escapa a los economistas marxistas, su valor no es el de
coste objetivable en horas trabajadas, es subjetivo, pertenece a la economía de
los signos. Los festivales, los simposios, los
congresos, se organizan siguiendo el principio de dar sentido a los calendarios
para satisfacer intereses económicos.
No debemos confundir el acontecimiento
como efecto con el hecho real del que mana, pues el primero es el sentido
como efecto incorporal que se vierte, el segundo es eso material que pasa en sí mismo, que acontece en el nivel físico.
Sólo algún teórico de la metafísica puede confundir lo que un niño ve claro.
Insisto en que habrá recalcitrantes que duden sobre qué es lo real, pero lo
molecular, lo atómico, los enlaces entre electrones y núcleos se dan o no se
dan, incluso cuando se dice que los dos electrones del hidrógeno no pertenecen
por igual al núcleo. El agua calma la sed y es sin duda negocio para los
pueblos. Sin embargo resulta notorio que las relaciones entre los hechos y los
acontecimientos no son sencillas puesto que no son biunívocas ni necesarias ni
de razón suficiente. Existen hechos que no trascienden como acontecimientos,
múltiples, infinitos, hermosos, ni tan siquiera cabe hablar de méritos desoídos
o de injusticias. Por lo demás lo que genera el acontecimiento puede estar
mediado por otros signos que transportan los hechos y pueden por tanto proceder
de una simulación, de un engaño, pueden ser pseudoacontecimientos
según los denomina Sartori, sentidos
construidos ex profeso, con fines ocultos o por intereses otros, simulacros por
doquier que se levantan para generar sentidos y consensos. No debemos
confundirlos con la ficción del cine y del teatro pues estos poseen en sí
mismos un grado de facticidad, en la medida en que recrean el acontecimiento,
escuela donde se enseñan los conceptos antes de sufrirlos en nuestras carnes.
Podemos llamarlos anacontecimientos,
acontecimientos de lo que no ha existido nunca, de lo que no fue real en ningún
grado en sentido estricto, apariencia que el mago sabe producir por la ilusión
que engaña al ojo, simulación que recrea la parte externa, fachada del
acontecimiento, pastiche de falsificador que logra captar la sonrisa pero no el
gato de Chesire, que no apresa sino
la efectuación sin efecto como pólvora que explota sin ruido. Será preciso
recuperar estas distinciones cuyo olvido representa la oportunidad para la
repetición de los intentos de los timadores y estafadores del sentido,
profesionales de la imitación y de la repetición, artistas del simulacro. Es en
este sentido que algunos autores han manifestado que la existencia de Egipto se
debe en gran parte a los egiptólogos que han reescrito o rehecho la realidad
histórica de aquella cultura hasta convertirla en otro ambiente para la
decoración, junto con el oriental o provenzal, o en otro género para el cine,
la novela de aventuras, o la gastronomía. Resulta difícil no obstante poder
valorar el efecto alcanzado por estos grandes egiptólogos si no lo
circunscribimos a los propios egiptólogos y sus combates dentro de lo que Bourdieu llamaría campo científico. No
podemos olvidar como en otro campo diferente, la paleontología, nos desayunamos a menudo con descubrimientos que
suponen todo un hito en el conocimiento y revolucionan los contenidos admitidos
hasta entonces. El éxito editorial puede otorgar la sanción que catapulta un
guijarro a la categoría de altar milenario, pero en todo caso cabe distinguir,
en consonancia con el optimismo de Bourdieu,
entre flores de un día y caminos sólidos de cuyo origen no haya memoria ni
documento; o lo que es lo mismo entre acontecimientos
derivados de hechos que han pasado las pruebas de la verificación y anacontecimientos o simulacros que se fingen
para desatar efectos siempre incontrolables.
No sé si podemos medir y comparar los acontecimientos, posiblemente podamos diferenciar entre unos y
otros, en la longitud de su onda expansiva quizás, pero todos se significan por
el sentido social y político. Quizá también debamos encontrar otros términos
menos rimbombantes para definir este estado de cosas que los aquí utilizados
pues corremos el riesgo de que se crea que el acontecimiento es algo escaso y
extraordinario y sin embargo es tan frecuente como necesario para donar el
sentido y vital para organizar la vida simbólica de las sociedades y de los
sujetos. Así lo señala H. Miller al
precisar la encrucijada que representa para el sujeto vivir el acontecimiento
como una llamada del ser, como una vocación donadora de sentido (1984: 205), la noche que me senté a leer a Dostoyevski
por primera vez fue un acontecimiento en mi vida, más importante incluso que mi
primer amor. Fue el primer acto deliberado, consciente que tuvo sentido para
mí; cambió la faz del mundo por completo. Podemos imaginarnos a H. Miller clavado en su asiento ante el
hallazgo inaudito de captar el sentido en el que se le representa su mundo y él
mismo, todo su pasado y su porvenir sin limitaciones. Y es frecuente no sólo en
momentos inaugurales que dotan de sentido al grupo y a sus partes, pero absolutamente necesario porque el mundo sería mudo, porque sólo tiene
sentido para una conciencia que lo vive en sus carnes, que no puede separarse
como una cabeza con alas del cuerpo como señalaba Hegel, y es además social porque a la conciencia individual le
falta la réplica, lo otro que la dobla y la refleja, para constituirse como
caminante del mundo, para echar a andar o rodar llegado el caso.
Efectivamente el sentido
es siempre social, lo donan los otros, es la suma de los otros, es hijo del
consenso. Nadie puede imaginar un acontecimiento
en una isla desierta. La soledad no guarda buenas relaciones con el sentido como atestigua Robinson enloqueciendo antes de que
aparezca alguna huella a la que dar nombre de tiempo o de libertad, más allá de
la negación que impone Derrida al
signo huella, a lo que siempre está desplazado de su origen, a lo que falta a
su lugar, remake de Lacan y toda la retahíla de la
castración y la falta para la conspiración de la filosofía con la antigua humanitas, la realidad se nutre incluso
de aquello que es imaginación, ilusión, seducción, engaño. La nueva
antropología del estructuralismo incorpora al dogma la fabulación nietzscheana,
la potencia de lo falso, llámese imaginario colectivo, o dios estafador de espíritu
burlón. El racionalismo sin descartes. Nadie puede vanagloriarse de tener una
rica vida psíquica interior puesto que como exige todo racionalismo para que
todo lo real sea racional y por tanto dotado de sentido se debe verificar a
través de la dialéctica en el cruce de dos o más conciencias. No podemos soñar acontecimientos, aunque podamos
repetirlos exsangües en nuestros deseos, en nuestras fantasías. El sujeto que
sueña no aprende, no experimenta lo soñado, porque ese yo no es el yo que los
demás reconocen o valoran, no es el yo social, es acaso un yo libidinoso a la
caza ansiosa de la lámpara que frotando dé lugar al acontecimiento, en términos
lacanianos es el ello que busca el
amor de los otros, de los otros ellos, que busca ocupar el lugar imaginario en
el que se encuentra él mismo reflejado en el espejo, el otro yo que me dobla y
me mira satisfecho, y yo envidio. Y no se
logra sin salir de la cama. Pertenecer, formar parte de un grupo, un
colectivo sea este una parroquia, una pandilla, una nación, no son ilusiones o
pulsiones de retorno a la animalidad, el espíritu o el deseo es el sentido, es el que da el sentido, es el que nos constituye como
seres humanos racionales. Y esa imagen soñada o ensoñada, proyecto de beso o de
felicidad, ese imaginario no es sexual, ni es edípico, error de la vulgarización simplista de los freudianos, es
social, abiertamente social. El reconocimiento es exigido, verme en esta imagen
con mi rostro exige que me vean los otros, mi prole, mis vecinos. El coche del
futuro incorporará una cámara exterior para vernos pilotar nuestro yo desde
fuera.
El sentido del
acontecimiento es social y político. Tal es la tesis defendida hasta aquí.
La nación no es una ilusión sino acaso una frontera o un límite desde el que
dotarse de sentido. Es el otro al que dejamos sea el Otro que nos felicite por
ser padre, o por ser un buen mecánico, al que dejamos nos mire en la calle y
observe la diferencia entre su ropa y la mía y por tanto entre su destino y el
mío. Es el Otro espejo con el que tenemos relaciones. El albanés, el marroquí,
el senegalés, queda demasiado lejos, su lengua no la entiendo, lo excluyo de
toda consideración, su acontecimiento es ser paria, intocable, innombrable,
inobservable, existe sólo como parte del acontecimiento del empresario que lo
contrata. El acontecimiento posee
unas relaciones privilegiadas con los poderes, necesita el poder político para
que su efecto sea mantenido, requiere de la sanción legal que sirva de garantía
de autenticidad. Lo saben bien los que dictan las normas, los jubilados
incluso, todos los que agonizan. Esa relación con el poder análoga a la que
tiene el Estado con la Razón Ilustrada es la que posibilita que
el hecho se torne acontecimiento y dona el sentido como efecto duradero o
definitivo. Es el médico titulado y colegiado el que dicta el veredicto del
acontecimiento de estar enfermo, de estar desahuciado, condenado a una efímera
prórroga. La usurpación del poder puede conferir un efecto simulado, podrá como
dice Derrida (Deleuze, 1989) triunfar
el falso pretendiente y el simulacro aparentará ser Ulises, pero siempre en el eterno retorno de la pesadez y de las
fuerzas activas el trono permanece inmutable, pues de qué sirve cambiar los
agentes si las normas no cambian, si todo cambia para que continúe igual, a
despecho de la bodega del marqués de Lampedusa.
Es el poder el que registra las propiedades, el que otorga regalías y derechos,
el que decide en última instancia qué es verdadero y que es falso, qué soporta
la prueba de la verdad, qué la supera.
El poder funda el sentido del acontecimiento aunque él mismo
esté “defundado”. No podíamos esperar
otro resultado porque el acontecimiento destituye la esencia de verdad por la facticidad de lo que sucede en tanto que
da un sentido a los cuerpos. El bedel podrá decir se abre la sesión, como bien
señala Pardo, pero el acontecimiento
no se producirá, otra categoría no aristotélica se lo impide. No faltan
ejemplos de revoluciones y desposesiones, como tampoco cambios bruscos en los
reconocimientos de sus agentes y sus herencias; en última instancia y en el
tiempo geológico o cósmico, todo es provisional, todo es defundamento,
simulacro, escenario en el que salen volando los decorados y los ropajes, donde
desnudo queda Ulises tras el
naufragio pero dispuesto a recuperar su lugar debido en la historia, el derecho
a hacer la historia, a crear el sentido, camino que sólo se traza en la
voluntad de poder y en litigio con todos los poderes que como aseguraba Foucault atraviesan el teatro del mundo,
el escenario del sentido.
Pero el sentido es también superficial, descubrir el sentido
exige el descubrimiento de las superficies, como Alicia en su viaje a través de
los números de Carroll. Pues el
sentido habita la superficie simbólica de las cosas, es etiqueta que se adhiere
sobre la superficie material y que sitúa simbólicamente a la cosa en el mundo.
Podemos leer vendido, reservado, rebajado, y estaremos nombrando la cosa misma, el sentido que la
dobla sobre su pura ontología. No son las normas del juego lo que propone el acontecimiento y su sentido, sino el valor mismo de lo que jugamos y con lo que
jugamos. Y es la vida lo que jugamos, lo que está en juego. Sólo si se adhiere
la etiqueta como un sello demasiado mojado y se desliza sobre nuestros cuerpos
podemos intentar burlar a la muerte su destino en un baile de stripper. Pero no podremos cantar
victoria pues muy poco tiempo permanece nada desnudo, descatalogado,
desetiquetado, rápidamente caerá sobre nosotros el arquetipo tal o la
representación otra, momento de fulgor para intentar gozar como Edipo de
nuestras madres o hermanas, a riesgo de pecar, de ser malditos, recayendo el acontecimiento mismo de ser hombre,
sobre el hombre, Edipizar diría Crisipo, acontecer el acontecimiento en estado puro, o bien contraefectuarlo, velocidad
de la luz, beneficio de lo imperceptible, energía en estado puro, la muerte
otra vez de la materia.
Y es repetitivo, poco original en verdad. El sentido se
repite, nos repite, es hijo de la repetición. Jamás el tablero tuvo infinitas casillas
pues todas son exponentes. Ante el enigma de aquello que sólo sucede una vez, Jacques Derrida (1988: 168) lo dice con
acierto, lo que sucede una vez “n´a pas
de sens, pas de présence, pas de lisibilité”, su presencia no es absoluta,
es como una letra borrosa en el límite de nuestra miopía que nos resulta indecidible, ilegible por tanto,
ininteligible. Su presencia es un enigma, como los términos que sólo aparecen
una vez, hápax, que no podemos
identificar estableciendo analogías, semejanzas, o contraposiciones; la cuádruple raíz de la representación
dimite de su poder en las orillas de lo que sucede sólo una vez. Por tanto la
repetición resulta el bien más codiciado para la investigación, o para la
conciencia.
Aquello
único o singular será mudo pero tampoco será puro. No existe la pureza, el
original, el ser como tal que expresa la singularidad única como Verdad
revelada. Platón, que es el látigo de
los sofistas, expulsa de su República
ideal a los poetas, por mentirosos y fingidores. Se ha dicho que lo queda
después del hombre es el hombre, su voluntad, su conatus ciego que le insta a seguir, su afán de perseverar, sus
pasiones, el amor o el odio, amar u odiar los acontecimientos que vivimos, lo
que nos pasa. El Amor o el Odio son pasiones que convierten a los sujetos que
las sufren en víctimas, retienen el sentido de pasión teologal o de víctima de
sacrificio ante el altar del Amor, o del Odio, pero no son pasivos, son
poderosos, elevan a la máxima potencia su propio ser, sincronizan la potencia
de la metamorfosis y de lo oculto o lo escondido, el monstruo de Hide, están en el lugar que ocupa el
hombre, valen lo que vale el hombre. El Amor y el Odio son dos de esas figuras
alegóricas que la Edad Media representaba como Ideas, como seres genéricos o
universales. Su existencia trajo de cabeza a todos los pensadores medievales
hasta que Ockham impuso las malas
noticias. Convenimos que su estatuto ya no puede ser esa idealidad de género,
residuo de las Ideas platónicas, responde más bien a lo que llamaríamos aquello
que pasa, evento, acontecimiento, en la línea de los estoicos. Acontecimiento
de Amar, de Odiar, de vivir los Acontecimientos. Estamos de nuevo en la
tesitura de expulsar a todos los cronistas mentirosos, a los basureros del
arte, de la moral, de la política, al menos en la República que soñamos, la que
vivimos en las revoluciones cotidianas del sentido común y político. Y todo lo
demás debe ser silencio, la basura que producimos sin remedio como
acontecimientos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario