¿Pero por qué huye Matas de la
pregunta sobre la escritura, ¿huye
TAMBIÉN de la escritura, de ser escritor? Parece que NO, lo que Vila-Matas parece
rechazar es la propia teoría sobre la literatura, ficción que no le reporta
sentido, línea de fuga que no arriba a buen puerto. Lo vemos al principio del
libro, donde apelando al espíritu de Montaigne,
buceando en su biblioteca de Burdeos, para que le ayude con la dichosa
conferencia, no encuentra otra cosa que fantasmas. Pero lo que sobre todo le repele es que la
ficción literaria rompa su límite y entre en su vida. A diferencia de Salinger,
Blanchot, que desaparecen a tiempo, Vila-Matas va a Sevilla y disfrazado como
escritor, tiene que hablar como escritor del arte de sacar conejos de la
chistera. No basta con escribir y desaparecer sino que hay que pagar el peaje
del éxito. Hacerse un nombre, obtener premios, firmar libros, responder entrevistas,
forma parte ya no del mundo imaginario del que en su mesa cavila sino que le
obliga y arrastra a crearse toda una identidad día y noche que estraga a Matas.
Resulta absurdo que la ficción entre
en la realidad, es decir que se invada las fronteras de la persona por el
engorde del personaje escritor. Esta nueva ficción, este nuevo papel, esta piel
sobrevenida se agarra a la de uno y se vuelven ambas ya un poco indiscernibles. Pero Matas huye también de esta
obligación de nombrar el burdo engaño del juego literario para de algún modo
preservar el misterio y el secreto del sentido de la escritura literaria. Decir
escribo para mentir (me) es como dictar la receta secreta de un plato formidable, es como señalar
como se desactiva o destruye un juego, es
cerrar con llave las puertas de la
ilusión. Por eso huye y se autotitula a sí mismo doctor Pasavento, para justo ser otra cosa que doctor de autopsias, para
no matar la ficción diseccionando el cadáver de lo único que da sentido que es
este escribir que es como un suponerse que se está en otro sitio, en otro
lugar, que se es otro.
Probemos a decirlo de otro modo, el
mago no enseña sus trucos, la única formula para ganar la partida es mantener
el secreto a salvo. Antes que descifrar, comentar, separar y diseccionar el
carnaval se suma a él…no es Bajtin,
ni Nietzsche. Es una insensatez que
un escritor enseñe sus trucos de magia, a riesgo de perderla. El juego
literario tiene una exigencia y una complicación fatal, jugamos a fingir,
fingimos que fingimos, olvidamos que fingimos u olvidamos que fingíamos fingir.
Aquí el olvido es terapia y clínica y el recuerdo es como en Platón una
anagnórisis que nos enseña justo lo que somos y que habíamos olvidado, el recuerdo de un olvido.
Vila-Matas comienza su andadura en
fuga, crea una línea de fuga física, que es carrera infernal donde cambia de
nombre innumerables veces, viaja de hotel en hotel, de ciudad en ciudad,
sabemos que entre otros va a parar al hotel Suéde
de la Rue Vanneau de Paris. Esta
carrera loca le lleva por el camino por do los sabios han ido. Walser, Melville,
surgen como motores que reactivan la fuga de Matas, entre otros apóstoles del
no como líneas de fuga de la escritura y de la vida mundo. Pero la apuesta de
Matas de desaparecer, de romper los lazos con la editorial, con los lectores,
con los críticos, etc., resulta una apuesta que va a ser muy alta: esta primera
línea de fuga desemboca en el océano de la vida cotidiana y ramplona, en la
isla desierta de la vida de Robinson
que espera un viernes como nuestros estudiantes. Un mundo sin escritura
parecería permitir encontrar la
inmediatez vital, (Vilá Matas, 2000: 96) ¿Qué soy? ¿Se pregunta? El
escritor que deja de serlo, que se convierte en otro hombre, se encuentra ante
una realidad muda y pura, ocioso, desaparecido, camuflado. No muy distinta a la
de los inmuebles de la calle Rosellón. La ciudad es matadero, manicomio y
burdel. El yo un fragmento de la nada, una voz que repite mil ecos de los
otros. La naturaleza que no viaja al extranjero, es una patagonia infinita, un infinito
páramo, tierra baldía de fantasmas. Un mundo en el que Dios no existe. Frente a
la Rue Vaneau, y sus códigos donde
todo tiene sentido, todas las cosas convergen en analogía casi mística, la vida
nos ofrece una callejuela húmeda, oscura y estrecha como los callejones de la
posguerra y de la infancia.
Eso o la cotidianidad más dolorosa o lacerante:
“Trato de dormir pero pienso en mis trajes,
doblados en la maleta, que se están arrugando”.
“La cama se calienta. No muevo los pies para no
arañar las sábanas pues eso es algo que me produce escalofríos”.
“Compruebo que la oreja sobre la que estoy apoyado
está bien extendida, que no esté doblada. Las orejas separadas son tan feas”. (Vilá
Matas, 2005: 332)
El silencio absoluto, la cotidianeidad no
satisfacen la búsqueda de Matas. La línea de fuga fracasa pues nos ha conducido
a la isla del muermo.
Pero para el escritor que huye de la identidad
de ser escritor no le está vedado o prohibido una escritura en el silencio, sin
público ni lectores. Incluso si Vila Matas comprende que el gran novelón ha sido
desactivado, la ilusión literaria ultrajada, aún queda un último reducto por
conquistar: la literatura minimalista: Los aforismos, los pequeños cuentos o
poemas, escritura enigmática, microgramas, como Walser, pequeñas notas sobre el
mundo que caben en un papel de fumar, haikus
a contrapelo. Lo infinitamente pequeño preferible a la paranoia de integrarlo
todo en una gran Obra que queramos o no ya no tiene pilas, ya no funciona. Un
último reducto para escapar, para mantener la escritura un sentido aunque sea
personal, privado, para describir la pena de la vida y sea consuelo y sentido
quedan pues estos pequeños latigazos de sentido. Si bien hay algo de indigno,
de impropio, de insecto en escribir poco, a escondidas, sin ánimo de publicar,
y no falta la acidez de Matas ante
algunos de sus escritores minimalistas, que le recuerdan muertos en vida,
encerrados en sus retiros dorados.
También hay otras opciones como otros
grados de escritura menos intensos, otras líneas de fuga: escribir lo que
escribiría si escribiera, novelas en el aire,
Había
renunciado a escribir, pero no se reprimía demasiado a la hora de escribir en
la vida. En lugar de pulsar las teclas de una máquina eléctrica, soltaba en la
calle o en su casa palabras, frases, párrafos enteros, y todo sin necesidad de
tener que imprimirlo (Vilá Matas, 2005:
357).
Se puede también pasarle el testigo o
el muerto o el lápiz al otro, ceder su lugar al otro que escriba por ti, real,
inventado, imaginado, otro que ya ha escrito, Bove, Walser, y tú te
subrogas, convertirse en abajo firmante, yo firmo porque apoyo a Kafka, a Proust, o también creando pseudónimos, heterónimos, anónimos etc. Otra
opción es claudicar, borrar la frontera entra la ficción y la realidad pero no
en beneficio de la segunda tomando el papel de doctor que archi-va la ficción
dentro de lo real, archifonema de una diferencia, sino en beneficio de la
ficción, que esta lo invada todo, representando el personaje de escritor,
siendo el arte mismo, el arte vivo. La estética del dandy, afín un poco a la de Vila Matas,
crea un personaje más allá del reconocimiento y los premios del público vulgar,
pues se vive como Idea, como Ente, como Destino. Esta es una de las líneas de
fuga que parece más firme para Matas: “Uno debe parecerse al arte sin parecerse
a ninguna obra”, que pone en boca de Joubert
escritor que jamás escribió, o en boca de Walser, me equivoqué quise ser poeta
cuando debí ser poema (Vila Matas, 2000: 58).
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