El pequeño
paso que da Deleuze es un leve aleteo de mariposa que barre como un huracán la
bibliografía estética para situarla a la altura de la creación de la modernidad
artística, abriendo las puertas de la crítica a los afectos y perceptos, a una
sensibilidad no regulada por la razón y el entendimiento, dotando así de un
estatuto estético a la pintura de Van Gogh o Bacon, a la escritura de Proust o
Kafka, o al cine de Godard.
Sin embargo,
un segundo Deleuze viene a trazar otra historia del pensamiento, Otro Deleuze
surge del acontecimiento revelador del Mayo del 68, y de la afección del
encuentro con otro gran pensador, Félix Guattari. Ahora, Deleuze diseña la
síntesis del pensamiento de dos de los grandes críticos de la civilización
occidental, Marx y Freud, y el resultado, el primer volumen de Capitalismo y
Esquizofrenia, asienta las bases de una psiquiatría materialista que expone
consecuentemente la creación estética como clínica social, partiendo de la idea
nietzscheana del artista como médico de la civilización. La estética ahora se
convierte en teoría de los procesos de salud que el arte en tanto que medicina
o clínica es capaz de proponer y emprender ante las enfermedades que asolan las
sociedades humanas. El diagnóstico de Deleuze revela como los distintos socius
económico políticos encierran la energía deseante en sus formas de
organización, bloqueando y subordinando el deseo bajo una doble articulación:
la codificación de los lenguajes, y la territorialización de lo visible. De ahí
surge el concepto de máquina literaria como máquina de guerra capaz de crear
líneas de fuga que creen otros códigos y otros territorios, y el análisis
esquizo de la literatura que llevará a la práctica en la segunda parte de
Capitalismo y Subjetividad, Mil Mesetas.
Dos principios
o concepciones estéticas guían entonces las propuestas que Deleuze refiere a la
cultura o a la escritura: la estética como teoría de la sensibilidad, que
culmina en teoría del ser de lo sensible, y la estética como clínica, como
empresa de salud. Ahora bien, es preciso que estos dos principios estéticos
sean puestos a la luz de los proyectos generales de la inversión del
Platonismo, de la inversión kantiana, y de lo que sin exactitud me atrevería a
llamar aquí la inversión de Marx. Tres proyectos que constituyen el fondo del
pensamiento deleuziano y están en el origen de sus ideas estéticas. Relacionar
estos conceptos con su origen filosófico supone trazar la Genealogía que
permita evaluar el valor de esos dos conceptos, evaluar el valor de esos dos valores.
En primer
lugar la inversión del sistema platónico de idea, copia y simulacro, significa
poner en pie a los simulacros. Deleuze hace caer la Idea a la superficie, y así
la identidad y el modelo resultan derivados y secundarios respecto a la diferencia
o el simulacro. Esta inversión se evalúa por sus consecuencias: el estatuto
verídico de la narración se falsifica pues todo origen o verdad original es ya
copia de copia, o mejor copia de simulacro que finge o se pretende único e
irrepetible, la hermeneutica de la presencia se convierte en celebración de la
repetición, parodia festiva de teorías y modelos, farsa en la que el sentido
deja de habitar la Identidad del sustantivo, y se anula la atribución
ontológica de los adjetivos. Sólo el verbo resiste este barrido del lenguaje,
infinitivo como cuarta persona del singular que dicta el sentido del
acontecimiento del ser de la diferencia y del simulacro.
La inversión
del platonismo está en estrecha relación con el proyecto de invertir a Kant. El
embudo kantiano que anuda al yo lo fenoménico se invierte para situar la
inmanencia del ser anárquico y nómada que se expresa o despliega a través de la
diferencia y la repetición en la cima o corona ontológica. Así el yugo que
sometía el conocimiento y la sensibilidad a la Representación, a la mera
recognición de un sujeto que juzga el fenómeno mediante la identidad, la
semejanza, la oposición, la analogía, es desactivado, el tribunal de la razón
kantiana cede su sitio a los bailes de la diferencia, a las canciones de la
repetición, para un sujeto liberado de la culpa, o del peso de ser siempre él
mismo.
Por último en lo que llamo ahora proyecto de inversión de Marx, Deleuze
deja caer la sobreestructura sobre la infraestructura y trata la primera como
codificación y la segunda como territorialización. En estricto sentido, por
tanto, el proyecto filosófico de Deleuze no invierte el orden de la
sobreestructura y la infraestructura marxiana sino que hace caer a aquélla
sobre un mismo plano de inmanencia en el que ahora se disciernen la
codificación y la territorialización, la doble pinza de los agenciamientos de
los códigos y los territorios cuyo devenir ya no se somete a la historia de las
luchas de las clases sociales sino a los movimientos de desterritorialización y
descodificación. Aquí Deleuze y Guattari efectuán un prodigioso análisis del
agenciamiento Estado que codifica las formas de la expresión y del contenido, y
territorializa las sustancias de la expresión y del contenido, según el
paradigma de Hjemslev, pero también de las líneas políticas, sociales, o
estrictamente estéticas, de descodificación
de la forma de expresión mayor del socius a través de la lengua de las
minorías, y de descodificación de las formas del contenido mediante los
devenires nómadas, como a su vez de desterritorialización de la forma del
contenido axiomático del Estado y del Sujeto mediante las nuevas formas del
contenido que articulan las minorías marginales, y de desterritorialización de
la sustancia del contenido de los espacios nómadas. Complejo esquema que
sintéticamente es análisis de las líneas de control y de las líneas de fuga que
surcan los dispositivos de poder.
De esto trata la genealogía de las
ideas estéticas, de la evaluación de los valores estéticos, y de que valen los
valores de Platón, Kant, incluso Marx si los dejamos como están, y de los
nuevos valores políticos, sociales y estéticos que se crean tras el trabajo
inconmensurable de Deleuze para capturar a Platón, Kant y Marx, girarlos,
invertirlos, y asentarlos de nuevo para que funcionen de otra forma y sean algo
más que la ruina de la deconstrucción. Y de todos los nuevos valores que se
generan destaco aquellos que conformarían el programa de una nueva estética que
es el fruto más original de esta tesis. La tesis de la tesis: Un programa
estético que se desarrolla en cuatro puntos: El desarreglo de los sentidos para
sentir y percibir no lo que nos dicta nuestra conciencia intervenida por los
dispositivos del poder, o el mero concepto lógico de una representación plana de
lo fenoménico, sino justamente la diferencia, el yo autor que es otro, que es
múltiple, que es autor de una colectividad, de un pueblo incluso aunque se
constate que falta, el tiempo fuera de sus goznes que impulsa la creatividad a
algo más que a la estética de repetición para el consumo, y reinventar la vida,
en definitiva, desde la creación estética y política para conquistar nuevas
condiciones para la vida humana, la única y última praxis de resistencia, el
último vértice aún no conquistado por la economía del capital, pensar los
nuevos devenires que han de transformar el mundo.
Una intelección general antihegeliana sobrevuela todo,
pues invertir a Platón, Kant, Marx, es además y sobre todo negar a Hegel,
arrancar el pensamiento político y estético del delirio del sujeto hegeliano,
de su demencial sistema, de su Dios Estado. Quizás por ello este espíritu
antihegeliano que recorre se aliena finalmente en el programa
estético que bien podría también denominarse manifiesto de una estética
antihegeliana. La diferencia frente a la contradicción, el yo múltiple frente
al sujeto histórico, la repetición del tiempo o el devenir frente al final de
la historia, en definitiva la proclamación de reinventar la vida contra las
falsas transformaciones de la dialéctica que dejan indemnes al Sujeto, el
Sistema y el Estado. Reinventar la estética para reinventar la izquierda
política, y así transformar el mundo y la vida. Finalmente otro manifiesto, esta vez
ético o político, implicado en la teoría estética deleuziana, y en el conjunto
de su filosofía, que a juicio de Miguel Morey es de cristal, es decir bien
labrada pero frágil. No ha de extrañar que la conclusión ética y política esté levantada en una arquitectura cristal, ideas de cristal
alucinadas o noctambulas, revolución de cristal que se rompe ante las primeras
luces del Alba. Pero también Morey lamenta muy radicalmente como el Berlin de
hoy sigue siendo Auscchwitz, es decir, como cualquier ciudad se asemeja a un
campo de trabajo, arquitectura para el trabajo y la producción, capos,
esclavitud encubierta, miseria. Frente a ello, refulgen el brillo del dinero en
la arquitectura de Las Vegas o el cristal de la arquitectura deleuziana por
erigir, virtualidad que actúa como farmacon que envenena la Gran Salud que se
nos propone, y como puro remedio sin adulterar que nos reconstituye la fe en
otro mundo, aire puro para respirar, para no ahogarnos y lanzarnos al vacío a
la búsqueda de la arena de la playa que yace debajo del ángel caído sobre los
adoquines de París.
No hay comentarios:
Publicar un comentario