Hay un tema clásico ya desde Heráclito que es la dificultad del juicio para salvar la relación entre la verdad y el tiempo. Lo que la posmodernidad rebautizó como el problema del sentido. Esto presenta una dificultad casi insalvable para el logos, y para la teoría por tanto, y es la clave de que en la ciudad los juegos sean a menudo indescifrables y que equivoquemos nuestras apuestas y las intenciones de los demás. Pardo lo expresa mediante el retraso que existe entre el juego uno y sus reglas, parecería que las reglas siempre vienen después, están después del juego. Jugamos y después vemos si hemos jugado bien, si hemos jugado correctamente, o si hemos inventado una nueva regla. Jugamos a ciegas: Escribir un manuscrito para editarlo o para ganar un concurso, mandar una carta de amor, o prepararnos para un acontecimiento musical o deportivo, siempre falta algo, hay una carencia de sentido. Vulgarmente diríamos que nunca está abolido el "hazard" de errar, perder, o peor salirse de las normas, y ser considerados tramposos o indignos. El sentido del juego siempre nos llega tarde, diferido, desplazado, la regla de juego se hace presente al final, es posterior al presente, es siempre pospresente. Pardo lo define mejor que yo: el tiempo es una sucesión ininterrumpida de ahoras, pero el sentido se da todo junto, al final. En el caso más dramático sólo al final Edipo comprende el sentido de la profecía del oráculo hecha al nacer, que es el sentido de su vida, que es en verdad la regla que no debió traspasar pero a la que parecía destinado para simbolizar un juego trágico.
La teoría pues es un
método de división que separa las cosas entre sí por sus junturas como si
hubieran estado siempre allí pero llega tarde, no se da a la vez, hay una falta
o carencia de significado que se da luego como anágnorisis de vez, como una
revelación, las cartas se ponen sobre la mesa y se descubren después. En el
sentido aristotélico de la tragedia definida como el relato que termina mal, parecería
que hay que esperar al final, a la última partida para definir toda la vida de
un jugador. Mientras vivimos a ciegas sin saber que representamos realmente. Una
tragedia, o una comedia, una farsa parece a veces.
Y junto a ello, otro
problema aún mayor que el retraso, o la condición de carencia de significado,
es la imposibilidad de traducir todas las jugadas implícitas y hacerlas
explícitas en las reglas, no hay de ningún modo simetría ni correspondencia. Lo
que Lacan o Lévi Strauss definían como exceso de significante ¿Cómo llevar las
reglas al infinito para poder responder a cada una de las posibilidades del
juego? Ante esa falta de correspondencia surge otra grieta en el pensamiento que
no puede salvar teoría alguna y en la que por ejemplo Sócrates encuentra su
perdición. Sócrates acusado de impiedad, de haber corrompido a la juventud con
sus enseñanzas, acusado pues de que sus acciones o sus creaciones eran en la
práctica corruptoras o perversas, en su defensa ante el tribunal no puede
contar su vida verosímilmente para que aflore el sentido ¿Como podría dar la
razón de las reglas de su conducta de toda una vida? ¿todas sus acciones
pedagógicas de tantos años como etiquetarlas en buenas prácticas? Primero porque
no tiene todo el tiempo del mundo, la clepsidra se lo va a impedir, si hubiera
podido relatar toda su vida entera quizás habría aflorado el sentido, el de su
honestidad pública, pero no tiene 60 años por delante, ni espectador que pudiera
aguantar tanto. Segunda consecuencia de la ley del exceso del significante, Sócrates
puede afanarse en dar prolijas explicaciones sobre algún asunto concreto pero
tampoco puede el sentido brillar, no se da cuenta convenientemente de la regla
de su juego, en cada síntesis de un episodio, tras cada anécdota asoman dudas
al que escucha suspicazmente, quedan flecos de los que tirar, significantes
flotantes y ahí en ese desajuste fatal donde afloran otras posibles
interpretaciones sobre lo que Sócrates hizo o dejó de hacer lo que le lleva
finalmente a la condena al mejor de los hombres, al hombre que amó Platón, sabemos
que fue condenado en primera instancia por unos pocos votos realmente. Qué
importante es esto. No tengo dudas de que sobradamente conocía Sócrates este
desajuste fatal, la regla de este juego de la infamia y de ahí su ironía hasta
el final para comprar su libertad a precio tan ridículo que le reportó la
condena final.
La segunda es a la
inversa darle al tiempo todo el sentido en sí mismo, que cada instante de
tiempo posea todo el sentido al modo de la poesía de Baudelaire por ejemplo, o
un eterno retorno del instante como dador del sentido al modo de Nietzsche o incluso
los estoicos y su noción de acontecimiento. Así el tiempo se constriñe a un
presente virtual de vanguardia, a un momento nuevo y extraordinario que reduce
el pasado a vísperas de cenizas a la vez que contiene todo el futuro en sus
manos. Este es un panorama que conocemos bien los profesores de los institutos
donde los jóvenes enfant terribles hipertrofian el juego uno, pues son los
ultimos en llegar y sin embargo creen que son los únicos. Será raro que se
logre dar así con una visión duradera, mas bien al contrario, las novedades se
devoran a sí mismas sin digerir, la idea de tiempo inactual produce el monstruo
de la experimentación cada vez más vertiginosa, donde todo es proyecto, semilla
potente e incomprendida porque creen en que algún día venidero recogerá sus
frutos y encontrará su público que está por detrás de ellos. El artista novel
desecha toda regla conocida, y en un grito cree lanzar un mensaje lleno de
sentido intemporal, como si pudieran así emular o conquistar el buen juicio de
tantos artistas que como Munch supieron representar aunque tarde el dolor de
una generación o de una guerra.
El profeta anticipa el
sentido de lo que va a ocurrir, el joven creador se siente el mesías del tiempo
nuevo, el teórico o el filósofo como Sócrates con mucho esfuerzo sólo dice
después lo que ya era antes, la deuda que hay que pagar a Esculapio, el sabor
amargo de la cicuta. Por eso dialogar con el profeta o con el adolescente
resulta inútil. Con el déspota o con el iluminado también. Creen usar la razón
convenientemente, se creen teóricos porque dicen relacionar juegos y jugadas,
pero ambos han roto la baraja, no dan cartas, retienen el tiempo en la jugada
ganadora porque tienen todo el sentido los unos, porque tienen todo el tiempo
los otros detenido. La teoría es diálogo pero este sólo es posible en la ciudad
libre. Y en sus inicios el teórico es el extranjero, extraño que mira desde
fuera de la ciudad y que alcanza de repente la lucidez del juicio, que posee la
viveza de ver una jugada y la regla explícita del juego, para así que surja
como una imagen, o una idea que da que hablar. Una extraña videncia que se da a
veces para emitir un juicio que hace ver, por el que de golpe se tiene algo que
es muy diferente de la mentira del sofista o del dogma del profeta de la
boutade del artista novel, que es una apuesta, comprometida si se quiere, muy
razonada, pero una apuesta que vincula un nombre a un ganador, una acción a un
resultado.
Parece que hemos llegado
a puerto, a una resolución, pero Pardo se ha guardado un as en la manga, y el
desenlace final se suspende. Hay que precisar algo sobre este desfase entre
tiempo y sentido de la teoría que está ya animando toda la filosofía de Platón.
Hemos dicho que uno de los problemas o paradojas de la razón o de la teoría es la
carencia de sentido y que se da porque el juego es anterior a las reglas y no
es del todo cierto. Pues siguiendo la analogía cabría decir entonces que el
habla es antes que el lenguaje, la creación literaria antes que la escritura,
el individuo anterior que la ciudad o exagerando más claramente el estudiante o
profesor universitario anterior a la universidad. Una vez más es por culpa de
nuestra lógica que vemos después lo que ya estaba antes, y esto es un
descubrimiento íntimo que nos va a desvelar Platón, o acaso Sócrates antes que
él, pues si lo que vemos después ya estaba antes, entonces esa posterioridad es
anterior y por tanto primera, previa, entonces siguiendo el razonamiento
diremos que realmente es la regla del juego la que hace posible al jugador, es
la ciudad o el territorio el que ha creado su propio ocupante, (son las reglas
del lenguaje las que crean un hablante de ese idioma), es la Universidad la que
acota con sus reglas y normas el juego de profesores y alumnos. Y sin duda
alguna como no estar de acuerdo con Aristóteles con su sentencia más repetida y
sin embargo más bella en la historia de la filosofía, el hombre es un animal
político, es decir, nace y se hace en la polis, es hombre, más que animal y
menos que un dios porque es político, es decir que vive en la ciudad. Somos de
la ciudad, somos polis, somos políticos. Y aún añade más: El hombre es hombre
porque habla en la ciudad, porque habla
de la ciudad; de los juegos de la ciudad diríamos. A diferencia de los
animales que jamás cuestionan las reglas de la comunidad en la que viven
gregarios, si es que las tienen, pelean por ocupar los lugares de privilegio sólo,
Aristóteles precisa que el hombre tiene lenguaje, logos, para señalar la norma
que cree que es injusta, para criticar tal o cual acción, para denunciar la
jugada tramposa, para admirar la jugada ganadora, para corregir y rehacer las
reglas. Diremos nosotros para relacionar una jugada y su regla: PARA HACER
TEORÍA.
Pero volvamos a la
cuestión fundamental: La carencia de sentido o de significado se da
entonces no porque se da primero la jugada y después la regla, sino porque el juego
es social y es político, de la polis, y por tanto revisable, temporal y caduco,
en última instancia toda jugada es provisional, todo jugador puede ser
destituido. Es a posteriori, sí, sólo a posteriori se dicta la justicia, la proporcionalidad
de la jugada, sólo a posteriori se da el sentido pero nunca se cierra. Siempre
hay una carencia que puede ser rellenada. Con el tiempo los ciudadanos deciden
y cambian las flechas de los sentidos, las normas que rigen sus prácticas, las
reglas con las que dotarse. Sólo después era Napoleón ya no un intrigante o un
rebelde abyecto sino emperador y luz de la civilización. Y tras su destierro
fue otra cosa que cambió a medida que recorría kilómetros del camino de vuelta
en los alpes hacia París. Ni tan siquiera podemos decir que tal premio
literario queda en la historia para siempre, los cánones también se revisan, el
olvido llega a cubrir a los antaño vencedores, el descrédito o la infamia
pueden enterrar leyendas imponentes. O como señaló Popper todo juicio por más
científico que se presuma juega a la ruleta rusa, más tarde o más temprano se desmonta
la fatigosa teoría trabajada durante años de que todos los cuervos son negros y
sale la bala del cuervo gris o albino que la echa por tierra.
Nos hemos ido de la mano
de Deleuze y hemos abandonado la lectura de Pardo para quien también la regla
es posterior pero anterior, y la posterioridad de la teoría es también una
posterioridad anterior, pero menos jurídico que metafísico, Pardo cree que el
hombre dice apofánticamente lo que es el ser, como si de algún modo la teoría
revelara al Ser mismo. Es a la manera de Spinoza que el ser se expresaría en
los modos, y los modos expresarían el ser. Habría un calco entre lo posible y
lo visible o entre lo trascendental y lo empírico. Pardo seguiría la lectura que
ya instituyera el Romanticismo alemán de Schleiermacher con Platón cuando cuenta
en el mito de la caverna la dificultad de ver las ideas como entes eternos
trascendentes en el limbo de los dioses y como sin embargo el humilde esclavo
las tenía en su interior sin saberlo y el maestro sólo le enseña lo que ya
sabía, le hace ver lo que ya estaba antes en su interior, en su cuerpo, en la
genética de una especie. Igualmente Pardo deduce que conocer es progresar hacia
sí mismo o lo que es lo mismo la teoría no se alcanza sino después de un largo
proceso de liberarse de ropajes superpuestos para desnudar la mirada y ver lo
que ignorábamos que sabíamos.Pero en todo caso aun en
desacuerdo con este determinismo final de Pardo en el camino se muestran
evidentes todos los obstáculos que salen al paso del logos, del teórico, del
que quiere medir con justicia una acción en un mundo. Pues la teoría y la
filosofía en su insuficiencia revelan a su manera el arcano, el origen
mistérico del que todo mana y procede, y peor aún todas las paradojas
acechantes del tiempo que Aristóteles, quizás el más inteligente de todos los
hombres, aunque esto sea sólo teoría, pretendió superar sin lograrlo pues como
suturar las diferencias y los retardos, como hacer compatible el tiempo de una
vida con su sentido, como dar cuenta de todas las jugadas posibles en las
reglas que les corresponden y en los efectos que suponen, habida cuenta además
de la provisionalidad de todo discurso, de toda ciudad ya sea Cártago o Roma,
como conjurar por último a los tahures y tramposos y trileros del sentido.
Hay algunos bellos
libros que en algunas páginas nos dicen cómo son los juegos de los nativos, las
trampas del sofista para una ciudad del engaño, los delirios del profeta para
una ciudad huérfana, pero sin embargo de los secretos de la fisis, de la
naturaleza o de la vida, del origen del cosmos, del destino de la raza humana,
del sentido de la ciudad o de la especie, nada sabemos y de lo que nada sabemos
es mejor, a diferencia del sofista y del profeta, callar. Pues más allá de todo
esto, de esta rara alianza del juego y sus reglas, no hay sino silencio o
locura. Tras este sentido siempre cambiante pues es humano y es dialógico sólo encontramos
sinsentido. Por ello, este saber a veces parece pequeño e insuficiente, y sin
embargo presenta la lucidez de mostrar un acontecimiento en el saber, un leve
descubrimiento que salta y desplaza una frontera, y así las prácticas de la
medicina, del álgebra, del entretenimiento se enriquecen, se llenan de redes de
complejidad que dan lugar a más apuestas, a otras experiencias. Esto es teoría,
y sin duda no se da en el dominio de la tiranía ni en el dominio de la
sofística, es decir, mediante la eliminación tiránica de la política, o mediante la conversión sofística de la filosofía en un saber
recopilatorio enmohecido y escolástico. Sólo cuando no hay tiranía ni
sofística puede florecer la filosofía, y es a costa de que la propia ciudad se
ponga en cuestión sus propias reglas.
Esto es hacer teoría y
esto es lo que debería ser enseñado en las escuelas, esto es el aprendizaje para
Pardo, cómo aprender a hacer un guiso, un poema, una canción, a hablar un
idioma extranjero ¡Y cómo enseñar a ver! ¡cómo ser docentes, cuándo se confunde
el aprendizaje con un conjunto memorístico, con unas recetas desangeladas¡ no
nos queda otra que seguir a Wittgenstein que la teoría no es un corpus a
conservar ni una cháchara liante y sin fin sino un diálogo que como una pértiga
se usa para saltar y una vez arriba se deja caer o se tira.
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