EL APOCALIPSIS SEGÚN SAN JUAN


DELEUZE Y EL RESENTIMIENTO Y LA DEUDA DIFERIDA


EL evangelio de San Juan es aristocrático, individual, dulce, amoroso, decadente, incluso culto. El Apocalipsis de San Juan es colectivo, popular, inculto, destila odio; frente a la cultura de aquél, éste es salvaje. No pueden ser del mismo autor. Pero el problema no es de autoría sino de dos mundos, dos regiones del alma, mientras que el evangelio trabaja el amor humano, espiritual, y Cristo inventa una religión de amor como una práctica, no como una creencia, el Apocalipsis aporta una religión de Poder, una creencia, una manera terrible de juzgar. En lugar del don, una deuda infinita. Ya Nietzsche en el Anticristo ha opuesto a Cristo, el profeta buda que nos libra de los sacerdotes, y de toda idea de castigo, falta, juicio, muerte, a San Pablo que sujeta a Cristo a la cruz, que crea la creencia en la inmortalidad y la doctrina del juicio. David H. Lawrence comenta el libro de las revelaciones del Apocalipsis, muy poco antes de morir, es su última obra, y aquí comenta la oposición Cristo con San Juan recogiendo la flecha del Anticristo de Nietzsche. Deleuze la recoge a su vez.

Y en su análisis Cristo y su empresa es individual aunque no se opone a la colectividad. Y se dirige muy poco a lo que hay de colectivo en nosotros. Su problema era primero deshacer el sistema del Antiguo Testamento y del poder de los sacerdotes judíos, pero sólo para liberar de esta tenaza el alma individual. Cristo es Sócrates. Pero al César le deja su parte, al césar lo que es del césar. Es por ello que él es aristócrata. Cree que una cultura del alma individual es suficiente para aplastar los monstruos arraigados en el alma colectiva. Error político. De hecho, Él no deja de decepcionar, de traicionar a sus apóstoles y discípulos. Parecería que lo hiciera a posta. Él no quiere ser un maestro, ni ayudar a sus discípulos, sólo amarlos, pero como señala Lawrence jamás se ha mezclado realmente con ellos, ni trabaja junto a ellos, está sólo todo el tiempo, no es su líder. De hecho sugiere Lawrence que Judas se ha sentido traicionado por él, por lo que traiciona a su vez. Y luego se lo hacen pagar bien caro a su vez el resto de apóstoles en la manera de traicionar la nueva, falsificar y trucar lo acontecido. ¿Y qué ponen en valor Pablo y Juan? El alma colectiva, la parte olvidada de Cristo. El Apocalipsis pone en valor la reivindicación de los pobres, o de los débiles, aquellos seres tan reducidos que sólo tienen alma colectiva.

El cristianismo se convierte verdaderamente en el Anticristo. El cordero que muerde, el cordero carnívoro que grita es por vuestro bien y por la causa común. Esta figura es también la del pensador moderno que conquistó muchas fuerzas populares en los setenta, con piel de león, y grandes dientes, este cordero no necesita vestir como un cura, o de ejército de Salvación. Este cordero da a Cristo un alma colectiva, y eso que quiere el alma colectiva es el Poder. Pero no un poder terrenal, local, parcial, temporal. Quiere el poder de Dios, el poder del Juicio. Cómo ridiculiza Aristófanes en las ranas. Voluntad de destruir, voluntad de introducirse en cada rincón, voluntad de ser siempre la última palabra. Triple voluntad que no es más que una, obstinada: Padre, Hijo, Espíritu. Poder de venganza. EL cristo ya no es salvador, ya es destructor. Él que no juzgó nunca, que no quería hacerlo, que no quiso tirar ninguna piedra...
Giordano Bruno

Los judíos ya habían inventado en su ambición la idea de pueblo elegido que espera su profeta, es el destino diferido. Ahora han consumado con el Apocalipsis un programa maníaco sin precedentes. Un gran espectáculo, un gran libro-programa: los siete sellos, las siete trompetas, los siete golpes, la primera resurrección, el milenio, la segunda resurrección, una especie de Foliés- Bergiere con ciudad celeste, y lago infernal. Hay una espera, la venganza fría. Ya no se espera un profeta que traiga algo nuevo, el destino diferido judío cambia de sentido con la muerte de Cristo, ahora se espera el final, ahora la tarea es la espera de este tiempo monstruoso que falta.

El Apocalipsis tiene un fondo judío: Representa el nacimiento de una moral de recompensa y castigo, de pecado y condena, la necesidad del sufrimiento del enemigo largo tiempo, la alegoría como expresión de la moral. El Apocalipsis ya no es sólo el campo de concentración del Anticristo, y no olvidar las semejanzas pues el cordero marcará 144.ooo personas y la Bestia, ya es o remite al estado mundial absoluto, a la instauración de un poder mundial, jurídico-moral. Los símbolos paganos y su capacidad de dar pistas para la acción se mudan en alegorías que cierran el sentido en su dogma, la visión se transforma en palabra, en lectura de la verdad revelada.

Cristo había inventado una religión de amor, o sea, una cultura aristocrática de la parte individual del alma, el Apocalipsis inventa una religión del poder, un terrible culto popular de la parte colectiva. Del cristo evangélico al cristo con la espada entre los dientes. No es el mismo Juan el que escribe el evangelio y el que escribe el Apocalipsis. Y  por tanto quizás están más unidos que si hubiera sido el mismo. Y los dos cristos están más unidos que si fueran el mismo como las dos caras de una medalla. No es que Cristo tenga una negligencia en olvidar su lado colectivo. Es que en su forma de amar, hay un afán de dar sin tomar nada. Hay algo de suicida en esta actitud de no guardarse nada. Poco antes Lawrence escribe una novela, El gallo fugitivo o el hombre que murió de 1929 poco después de escribir el amante de lady Chatterley de 1928, donde imagina a Cristo resucitado, me han desclavado antes de tiempo, pero también descorazonado, que ha vivido el calvario y dice nunca jamás. Pues se reencuentra con Madalena que quiere darle todo, pero percibe en el ojo de la mujer una pequeña luz, un tono en su voz, el terror de darlo todo sin pedir nada, todo aquello volvía a verlo delante, o dice Deleuze, o peor vio en Madalena el signo de los que toman sin dar nada. Maldición de Cristo, dar todo por nada, maldición de Juan de Patmos que reivindica el alma obrera colectiva que lo quiere tomar todo, y San Pablo, una suerte de lenin o de aristócrata que va por delante del pueblo para enlazar a ambos, para crear una oligarquía de los mártires. Nada falta para crear el sistema del juicio. Suicidio individual y suicidio de masa, con autoglorificación de todas partes.

Cesar de amar dice Lawrence, esa es su ley contra el Cristianismo. Y a partir de ahí no dar nada, no recibir nada. Dejar de tener un alma individual, no tener un yo, un yo es una alegoría, una imagen, no una relación, un yo es cualquier cosa que da o toma, que ama o que es amado. Vivir como un flujo no como un yo, en la lucha o el combate, no como en la guerra cristiana del militante o en la paz de jesús. No acuerdos sino luchas, intercambios como flujos, conexiones. No es juzgar a los demás sino sentir si nos conviene o no nos conviene lo que son los demás, es decir, si nos aportan fuerza o nos reenvían a la miseria de la guerra, a la pobreza del sueño.

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