LE CARRÉ Y LA POTENCIA DE LO FALSO

John Le Carré describe la realidad de un modo tan asombrosamente preciso y tan incómodamente fiel, en un tiempo como el nuestro tan esquivo para la representación, que sus novelas hacen añicos los simulacros de la posmodernidad a la vez que el plano mecanicismo de la literatura de género. Sus principales novelas, El topo, El sastre de Panamá, la chica del tambor son prodigios duros de leer porque mostrar la realidad compleja, tanto en lo económico y político de la Europa de la Guerra fría, del Oriente Medio, o del Panamá poscolonial, sin descuidar las relaciones humanas que se tejen en esos dispositivos resulta del todo punto una meta descabellada a la que renuncian todos los escritores. Pero ahí en esa renuncia comienza Le Carré su compromiso de contar lo que ve, lo que vive, quizás su lema sea como el de Kafka pero a la inversa: tales son las fuerzas que me condenan a vivir esta existencia miserable como peón y soldado anónimo pero me niego a aceptar este destino, no sabré estar a la altura sino por el contrario, voy a crearme o inventarme otra vida: voy a fingir otra vida que todo esto que tengo que vivir. Le Carré no es un escritor, del mismo modo que Maquiavelo no fue un filósofo, David Cornwell es un hombre que ha cambiado de bando, se ha hecho de los nuestros, agente del Circus, de la Inteligencia británica, abandona un papel secundario en la carrera diplomática para mediante la ficción falsificar la realidad hasta hacerla más verdadera que la falsedad de la vida política.




En este sentido Le Carré toma el relevo de Proust: ¿qué realidad quiso mostrar Proust sino probablemente una más falsa y fingida que la literaria, incluso más bella y menos procaz como cuando hacer Catleia era en realidad hacer el amor y no coger de la mano a Odette habida cuenta que Odette era una profesional, o narrar el desesperado amor por Albertine que no esconde en su nombre la presencia de Albert. Sabemos que Proust fue un hombre que frecuentaba las tertulias en las casas de los nuevos ricos o burgueses de París, nuevos industriales deseosos de hacerse con un pedigrí aristocrático y de hacer ver que entienden de arte, que están a la moda, aunque sean snob, sine nobilitate, sin nobleza. Feria de vanidades donde todos aparentan ser más de lo que son. Un mundo en el que todo es mentira. Proust parece que agotado se encierra en una habitación día y noche a escribir lo que será finalmente su gran obra, a la búsqueda del tiempo perdido, terminada poco antes de morir. Pero Proust justamente muestra las convenciones de esa sociedad, los códigos hipócritas, los gestos, los detalles que se exigían para quedar bien, para no parecer snob, vulgar, para ser elegante. Así detrás de la verdad biográfica enmascarada, lo que queda son otras máscaras, la vida como carnaval, quizás la realidad que ya es en sí simulación, pretensión, fabulación, y que el arte sólo tiene como misión potenciar. Porque el problema de la relación entre literatura y realidad no puede soslayar que el arte falsifica un mundo, que es de por sí falso; es decir potencia la falsedad del mundo.




El mundo de Le Carré es aún si cabe más controvertido, es quizás el lugar más difícil para avanzar, para establecer qué es verdad y qué no lo es, qué es un simulacro que va a transformar la disposición de los personajes o de las fuerzas, qué es una premisa de una verdad interesada o qué es una pista que nos habla del movimiento de un enemigo, que puede resultar ser también uno de los nuestros. Los que andan como cazadores de recompensas en primera fila no son menos urdidores que los que ocupan una casa de atrezzo para un encuentro o los que alquilan una furgoneta en Rusia para hacer escuchas de una delegación de escritores opositores propiciada por un hombre del Partido, pues la mejor forma de controlar a la oposición es creándola. Maravilloso Bill Haydon, y el doble juego de la operación brujería, también los tahures de menos monta, pero sobre todo los engaños y las trampas de la Alta Política. Porque todo es relato: el que se construye para despistar a los lobos, o bien para reforzar las propias creencias y fidelidades, o el que sostiene una mentira para hacerla pasar por real, o el que sostiene una verdad para hacerla pasar por verosímil. La chica del tambor reproduce la historia de amor más bella que recuerde, un amor que se sostiene en lo imaginario y que cambia lo real, pues el amor se muestra como la mayor potencia de falsificar una identidad, de construir una ficción que es más inteligente que la Inteligencia árabe, y que convierte a la piel enamorada de una mujer en un tambor de guerra. 


Leer a Le carré es duro porque no hace ninguna concesión a la crudeza de la naturaleza humana: en el jardinero fiel el mundo de las multinacionales farmacéuticas expele el hedor de un laboratorio de conejillos de indias convertido en depósito de cadáveres por el beneficio fácil y rápido, en la canción de los misioneros, los personajes que conspiran en torno del coltán son sencillamente nauseabundos y sin embargo nos son tan cercanos, tan reconocibles como los que sabemos están todavía confabulando globalmente en la lucha por la riqueza y los bienes estratégicos. El teatro de Panamá resulta tan patético como los propios personajes que danzan la música que tocan las bandas del dólar y trafican la cocaína envueltos en banderas de conveniencia.


El devenir traidor es un devenir molecular que socava las molaridades, como el topo de Le Carré conectan con túneles el subsuelo, perfora las murallas, hace rizoma en una proliferación de las líneas de ruptura que trozean los cuarteles, los segmentos molares, las banderas de la guerra fría. En este sentido la línea de fuga es siempre inevitablemente hacia las antípodas, hacia los mares del Sur, el Caribe, o hacia el mismo y profundo interior de Inglaterra, en la campiña, en una casa destartalada en el country, o en una casa colgada junto al mar en Cornualles en el fin del mundo.






John Le Carré describes reality in such an amazingly accurateand as uncomfortably true, in a time like ours so elusive for representation, that his novels are shattered postmodernity drillswhile the plane mechanism of the literature gender. His major novelsThe MoleThe Tailor of Panama, the girl wonders of the drum are hard to read because the complex reality show, both ineconomic and political aspects of Cold War Europethe Middle East, Panama or postcolonial without neglecting the human relationships that are woven into these devices, it is totally crazyabout a goal to which all writers quitBut there on the waiver Le Carré begins to have committed what he sees, what he lives,their motto might be like that of Kafka, but in reverse: such are the forces that condemn me to live this miserable existence as a laborer and anonymous soldier but I refuse to accept this fate, I will not know to keep up but instead, I create me or invent another life another life I'm going to pretend that everything that I have to liveLe Carré is a writer, just as Machiavelli was a philosopher, David Cornwell is a man who has changed sides, it has becomeof us, Circus agent of British Intelligence abandons a minor role in the race diplomatic fiction by falsifying reality to make it moretrue than false political life.



In this sense Le Carré takes over from Proust: what Proust really wanted to show but more likely a false and feigned literary, even more beautiful and less ribald as when Catleia do was take by the hand and Odette and traveling in buggy , given that Odette was a professional, or narrate the desperate love for Albertine that hides in the presence of his name Albert. We know that Proust was a man who frequented the gatherings in the homes of the nouveau riche or bourgeois of Paris, new industrialists eager to get an aristocratic pedigree to see who understand art, which are trendy, even snobbish, nobilitate sine, without nobility. Vanity Fair in which all appear to be more than what they are. A world where everything is a lie. Proust seems to run out is enclosed in a room day and night to write what will eventually be his great work, in search of lost time, completed shortly before his death. But Proust just lists the conventions of that society, hypocrites codes, gestures, details that were required to look good, not to appear snobbish, vulgar, to be smart. This biographical truth behind the masked, what remains are other masks, life as a carnival, perhaps the reality that in itself is simulation, pretense, confabulation, and that art only mission is to empower. Because the problem of the relationship between literature and reality can not ignore what is reality. On the power of the false understand, Nietzschean mode, that art forges a world that is inherently false, ie the falsity of the world power.

The world of Le Carré is still even more controversial, is perhaps the most difficult to move, to establish what is true and what is not, what is a drill that will transform the arrangement of the figures or forces, What is a premise of a truly interested or what is a track that speaks of the movement of an enemy, it can be also be one of us. Those who walk as bounty hunters in the front row no less warping than those who occupy a house props for a meeting or those who rent a van in Russia to listen to a delegation of writers opponents prompted by a man of the match, as on a previous occasion happen to F. Dostoevsky thus banished into exile, because the best way to control the opposition is creating it. Wonderful Bill Haydon, and double dealing of the operation witchcraft, but also more rides gamblers, tricks and traps of high politics, the lies that are repeated as the dogmas of history which we live. Because everything is relative: it is built to fool the wolves, or to strengthen their own beliefs and allegiances, or holding a lie to pass it off as real, or holding a truth to make it happen for real. The Little Drummer Girl plays the most beautiful love story to remember, a love that is held in the imaginary and real changes, because love is shown as the greatest power to forge an identity, to build a more intelligent fiction the truth of life itself, and the skin becomes enamored of a woman in a war drum.Read Le Carré is hard because it makes no concession to the rawness of human nature: the Gardener's world pharmaceutical multinationals expel the stench of a laboratory guinea pigs morgue become the quick and easy profit in the song of the missionaries, the characters who conspire around the coltan are simply nauseating and yet we are so close, as recognizable as those who know they are still plotting globally in the struggle for wealth and strategic goods. The theater of Panama is as pathetic as the characters themselves that dance music playing the bands of the dollar and cocaine wrapped in flags of convenience.







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